viernes, 11 de octubre de 2024

Diario. Jueves, 10 de octubre de 2024

 San Miguel de Salinas

jueves, 10 de octubre de 2024


8:30

Abro la iglesia.

Oficio de lectura y laudes. 

9:25

Subo al coro para cerrar la puerta que las corrientes de aire baten.  Aprovecho para subir a lo alto del campanario y completar el número de los escalones que me ha recomendado subir mi entrenador personal. Todo va bien. 

9:45

En la casa abadía miro mi agenda. Es la agenda de un día de asueto. Tengo que celebrar a las once en San Miguel, ir a La Lloseta y volver a celebrar a las 20:00 en el triduo a la Virgen del Pilar. 

Reviso el correo y marco muchos mensajes como no deseados: publicidad. Leo en Omnes que el Papa ha nombrado un Comisario Pontificio para Torreciudad. 

Leo un resumen de prensa. 

Reviso el WhatsApp. Mi hermana A que, al parecer, leyó mi diario de ayer, me manda el poema «Cap d’any» que escribió mi padre en 1975. 

Tothom al meu voltant, aquesta nit, 

Vol celebrar la festa de cap d·any 

l aforça de soroll i de xampany 

Tota quimera bandejar del pit. 


Tothom al meu voltant, aquesta nit, 

Vol celebrar la festa de cap d’any 

l a força de soroll i de xampany 

Tota quimera bandejar del pit. 


Sols jo romanc abstret, sord i ensopit, 

Semblant a tots un home esquerp i estrany, 

Sols jo no puc comprendre aquest afany 

Aquest deler d'atordiment i ruit. 


Fugint la bulla, espere en un racò 

Sentir les dotze de la nit sonar 

I quan s'escolta del rellotge el so 


Tots riuen i es desitjen bona sort 

I sols jo sento enveja de plorar 

Pensant que si un any naix, un altre es mort.



Se lo agradezco y salgo pitando para la iglesia. Llego tarde a la exposición de Santísimo. 

11:00

Misa de la memoria de santo Tomás de Villanueva. 

Todo va sobre ruedas. 

Voy a la casa abadía para recoger mi nuevo Mc, rezo el Ángelus, me cambio de camisa y vuelvo al garaje para ir a La Lloseta. Es ahora cuando todo se va a torcer. 

Las llaves del coche no están donde suelo dejarlas. ¿Dónde están? Están puestas en el contacto. Me temo lo peor y, sí, ha ocurrido. Otra vez. La batería se ha descargado. Para sacar la batería auxiliar que está en el maletero tengo que empujar un poco el coche. En cuanto empieza a moverse, me pongo al volante. El coche se desliza suavemente y se detiene. La mitad del coche está fuera y la mitad dentro del garaje. Imposible salir por la puerta del conductor. Haciendo bastantes contorsiones logro salir por la puerta del copiloto. Empiezo a sudar un poco. Saco la batería del maletero. Ahora tengo que volver a entrar en el coche —haciendo contorsiones— para desbloquear el capó. Más contorsiones para volver a salir. Conecto la batería auxiliar a la principal. Más contorsiones para ponerme de nuevo al volante. En medio de las cortosiones presiono, al parecer, el mando de la puerta del garaje y oigo el ruido horrible que yo me sé. La puerta del garaje se está cerrando, busco desesperadamente el mando pero, para cuando lo saco de mi bolsillo, la puerta ha caído con gran estrépito sobre el techo —gracias a Dios no sobre la luna— del coche. Decido poner en marcha el motor. Funciona. Más contorsiones para volver a salir por la puerta del copiloto. Un nutrido grupo de curiosos se ha congregado ante la puerta del garaje. Mi camisa está empapada en sudor. Me abro paso entre la congregación que no deja de crecer y cierro el capó. Luego, mi meditativa atención trata de hacerse cargo de la situación: el coche está en marcha pero, si intento sacarlo a lo bestia, lo más posible es que la puerta del garaje destroce el techo, arranque la antena y acabe cayendo sobre la luna trasera y haciéndola pedazos. 

Entonces, de entre la multitud, sale una señora inglesa cargada con varias bolsas. «Me llamo Bárbara —dice a modo de presentación— solamente soy una mujer, pero vivo sola y, a menudo, tengo que hacer cosas de hombres. Creo que puedo ayudar». A partir de ahí, todo va a empezar a arreglarse. Después de agradecer sinceramente su ofrecimiento. Le pregunto que si sabe conducir y me responde con un escueto Yes aunque su mirada parece añadir: Of course. Better than you. Mendigo su perdón y le pregunto si puedo pedirle que se ponga al volante de mi coche mientras trato de sostener la puerta del garaje un poco levantada. Con gran agilidad, Bárbara, que ha dejado sus bolsas en el suelo, se cuela por la puerta del copiloto y se planta al volante. Yo intento levantar la puerta por el lado del conductor pero no puedo evitar que siga tocando el techo del coche por el otro lado. Entonces llegan otros dos ingleses. Son dos tipos fornidos que, empujando la puerta hacia arriba por los dos extremos consiguen levantarla unos diez centímetros: no hace falta más para que Bárbara saque el coche del atolladero. 

La multitud aplaude a Bárbara. Yo me deshago en actos de agradecimiento. Sacudimos nuestras manos. Por más que escruto su rostro no encuentro en él ni el menor signo de autocomplacencia. Se limita a señalar la puerta del garaje y a decir que, si ella fuera yo, le pediría a los de «Juanjo Plumbing» —el local que hay enfrente del garaje— que la revisara. Recoge sus bolsas y se va. Los ingleses fornidos han desaparecido —cumplida su misión— sin dejar rastro. El grupo de curiosos se disuelve. 

Siguiendo el consejo de Bárbara, cruzo la calle y entro en «Juanjo Plumbing». Juanjo no está pero el encargado decide echarme una mano. Vamos al garaje observa que la puerta está atascada, mira a su alrededor y me pide permiso para coger una escoba. Coge la escoba y me ordena activar el motor de la puerta. Con el palo de la escoba remueve las lamas de la puerta que chocan contra el dintel y la puerta se enrolla suavemente quedando abierta. Luego me ordena que vuelva a activar el motor: la puerta se desenrolla y se cierra.. Una vez más me ordena que active el motor y la puerta vuelve a abrirse enrollándose. Se lo agradezco mucho. Sacudimos nuestras manos y se va diciendo: «estamos para ayudarnos». 

12:27

Mando un WhatsApp a don JM: «Lo siento, no llegaré a La Lloseta. Ya te contaré». Conduzco hasta la gasolinera más cercana y lleno el depósito que está vacío. 

Salgo para Torrellano. Voy divagando hasta que me doy cuenta de que estoy divagando y me pongo a rezar los misterios luminosos con BXVI. Entre mis intenciones domina una: la conversión de los amables ingleses de San Miguel a la Fe Católica. Entre mis afectos domina uno: el que se dirige al Buen Dios por haber congregado en San Miguel de Salinas a tanta gente extrajera y amable. 

Luego viene la rutina de los jueves de asueto: comer en Torrellano, ir a La Torre, amodorrarme en el sillón de la abuela Paquita, pasear por el Palmeral, rezar, leer, ordenar la biblioteca…

19:00

Salgo para Los Montesinos. 

20:00

Misa en los Montesinos. En la homilía comento el evangelio del día que nos anima a rezar. 

Al final de la misa el arcipreste dice cosas lindas —y muy ciertas— de mí y un destacado miembro de la congregación me obsequia con una imagen de la Virgen del Pilar. Luego, mientras todos me aplauden, yo me acuerdo de Bárbara y procuro borrar de mi rostro los signos de autocomplacencia que —sin ese esfuerzo— me avergonzarían a mí mismo. 

Le digo al arcipreste que no puedo quedarme a cenar con él porque le he prometido a mi hermana A que la llamaría esta noche. 

20:45

Salgo para San Miguel y voy a Más y Más. Allí me encuentro con Rita, con Delia, con Ricardo y con Noelia. Voy haciendo mi compra y charlando con cada uno de ellos. 

21:33

Llego a la casa abadía y llamo a mi hermana A. Mientras hablo con ella me preparo una cena ligera, tiendo la ropa de la lavadora, vuelvo al garaje porque he olvidado en el coche mi nuevo Mc y regreso a la casa A. Ella me va contando sus cosas y yo le voy contando mi día. Siempre nos hemos entendido muy bien porque ella es muy lista. 

22:15

He hablado con A, he cenado, he tendido la ropa, he recuperado mi nuevo Mc, lo he recogido todo. 

En mi WhatsApp hay treinta y siete mensajes no leídos. Tendrán que esperar porque he juzgado que ha llegado el momento de recapitular el día. 

Son las 23:10. Voy a rezar completas.

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