martes, 22 de octubre de 2024

Diario. Martes, 22 de octubre de 2024

 San Miguel de Salinas

martes, 22 de octubre de 2024


00:00

Un leve dolorcillo articular de intensidad 4,51 o 5 sobre 10 me tiene en vela. Empiezo a rezar los misterios dolorosos y no he acabado el primero cuando entro en una especie de letargo poblado de voces durante el que imagino o sueño que llevo en las espaldas un fardo pesadísimo y que las voces se ríen de mí. Cuando me despierto miro el reloj son las 

00:30

Busco entre las sábanas el rosario y empiezo de nuevo. 

01:00

Empieza a dolerme el estómago. Es porque estamos en otoño. Por suerte tengo omeoprazol. Me levanto y me tomo una capsulita. 

Aprovecho para darme un paseíto por el pasillo de la casa abadía iluminado con la luz de las farolas de la plaza. Cuando el omeoprazol ha hecho su magia, vuelvo a acostarme. 

Es la 

01:30

Me felicito porque ya no me duele el estómago. Misterios gozosos. 

Como el dolor articular persiste y parece que en la cama se me agarrotan todos los músculos, me levanto, busco una manta, me envuelvo en ella y me siento en la confortable silla de mi despacho —regalo de doña Nati y de Paco— y me pongo a leer «Lectura y locura» y a tomar algunas notas en mi nuevo Mc. 

En algún momento me vence el sueño. Cuando me despierto son las 

02:15

Vuelvo a la cama. Misterios luminosos. 

Duermevela. 

04:00

Hay monjes que se levantan a esta hora para rezar el oficio de lectura porque quieren. Yo también lo hago pero solamente cuando no puedo dormir. No hay virtud alguna esto pero a mí me alegra el insomnio y la noche —Nocte canendo rumpimus— porque me siento como uno de esos héroes que sostienen el mundo mientras el mundo duerme. 

Después de recitar el oficio de lectura me pongo a doblar las toallitas que traje de Torremendo, lavé y puse e secar. Son seis toallitas. Durante la operación recuerdo unas palabras de la preciosa segunda lectura del oficio que está tomada de la homilía que pronunció san Juan Pablo II al inicio de su pontificado en la que nos enseñaba que la tiara, esa triple corona, solamente puede adornar la cabeza del papa —siervo de los siervos de Dios— que representa a Cristo cuya «potestad absoluta y también dulce y suave (…) se expresa en la caridad y en la verdad». 

Yo, doblando las toallitas en la noche, me siento triplemente coronado aunque, debo decirlo, fatigadito. Y no por el peso de la tiara sino por lo larga que se está haciendo esta noche. 

04:45

Vuelvo a acostarme. Misterios 

Duermevela. 

05:15

Sé que mi despertador va a sonar dentro de tres cuartos de hora y lo manipulo para desactivarlo. 

06:00

No ha hecho falta que suene el despertador porque sigo despierto y oigo las seis campanadas del reloj de la iglesia. 

Sé que hoy no tengo que madrugar porque no me esperan en el  hospital y porque ya he rezado el oficio de lectura pero me levanto porque, otra vez, me duele el estómago. Me preparo una tila sin azúcar ni miel ni nada y me la bebo con otro omeoprazol. 

Laudes. 

06.30

Vuelvo a acostarme y antes de que mi cabeza se hunda en  la almohada me ha abandonado la conciencia y me ha vencido el sueño.

9:00

Abro los ojos y me alarmo un poco porque pienso que —seguramente— estaré llegando tarde a alguna cita. Pero no, nadie me espera. 

10:30

Estoy saliendo de la casa abadía cuando llega Teresa con su brazo roto en cabestrillo. Le pregunto que cómo ha pasado la noche y se echa a reír. Luego me da unos papeles para que los firme y comprendo que hay que estoy —de hoz y coz— metido en la rutina de día nuevo. 

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