lunes, 7 de octubre de 2024

Diario. Lunes, 7 de octubre de 2024

 San Miguel de Salinas

lunes, 7 de octubre de 2024


7:00

Abro la iglesia. Un coche de la Policía Local bloquea la salida del garaje. Voy a la panadería, saludo y un policía que está desayunando retira el coche. Salgo para el hospital. Misterios dolorosos. 

7:20

Preparo el altar. Un penitente pide confesión. Muy bien. 

Oficio de lectura y laudes. 

8:00

Primera misa de la memoria de Nuestra Señora del Rosario. 

8:20

Recojo todo y me siento ante el sagrario. 

9:00

Subo los ochenta y un escalones que van de la capilla a la azotea del hospital y salgo para San Miguel. Misterios gloriosos. 

9:30

Mando un mensaje al organista invitándolo a venir a la misa de doce y media. Aseo un poco la casa abadía. El organista me responde que vendrá, que se lo pidió el jefe de la Policía Local. Me felicito. CB me recuerda que mañana tenemos retiro en el hospital. Quedo con un penitente para vernos a las once. Quedo con Ana Isabel y Wilder para comer en La Torre el sábado. NDdR, que se ha enterado de la muerte de mi viejo Mc, me escribe no para darme el pésame, sino para ofrecerme su ayuda. 

Preparo un breve homilía para la fiesta. 

10:45

Voy a la iglesia para esperar al penitente que vendrá a las once. 

El penitente llega puntualmente. 

Luego viene otro.

Y otro. Muy bien. 

Tercia.

Con Joan y Teresa, hago los últimos preparativos para la misa. 

11:47 

Vuelvo a la cas abadía. 

NDdR: que me llamará a las cinco. ¡Qué amable! El arcipreste anuncia que está a punto de comenzar la reunión en Los Montesinos. 

Cepillo mis Fluchos —primero el izquierdo y luego el derecho— y vuelvo a la iglesia. 

12:30

Segunda misa. La Policía Local celebra a su patrona. Han comprado una imagen del Virgen del Rosario y vamos a bendecirla. En el coro, Tomás e Irene. En el órgano, el organista. Me asiste el archidiácono revestido con su dalmática blanca. Usamos el incienso en la entrada y para la lectura del evangelio. 

Homilía breve o fervorín:

Queridos amigos de la Policía Local, concejales, comandante del puesto de la Guardia Civil, queridos todos: 

¡Felicidades!

Recuerdo una anécdota que contaba un sacerdote. Tenía él unos seis años cuando debió de enfadarse con su madre y le dijo: «Me voy de casa». Su madre reaccionó muy bien y le contestó: «Te echaré de menos pero, si estás decidido a marcharte, tendremos que hacer la maleta». Abrió una maletita y añadió: «Lo primero que vamos a poner aquí es el rosario. Uno no puede irse de casa sin el rosario». El niño protestó: «Mamá, no sé rezar el rosario». Ella lo invitó a sentarse y lo animó: «No importa, yo te enseñaré». Empezaron a rezar juntos y cuenta el sacerdote que, antes de terminar el primer misterio, ya estaba él abrazando a su madre y diciéndole: «¿Sabes qué, mamá? Ya no quiero irme de casa». 

Esta historia me hace pensar que, aunque siempre estamos a tiempo de aprender a rezar el rosario, lo ideal es aprender a rezarlo en casa, con nuestros padres. Quien, como ese sacerdote, tiene el rezo del rosario unido a sus recuerdos de infancia, nunca lo olvidará. 

Habéis adoptado a la Virgen del Rosario como patrona y habéis comprado esta imagen que vamos a bendecir enseguida. ¡Cómo no va a sonreíros Dios! ¡Cómo no va a bendeciros Jesús al ver ese cariño que mostráis hacia su madre y este honor que le rendís! 

Quiera Dios que todos nosotros, con la ayuda de nuestra madre, la Virgen, aprendamos a rezar con la sencillez de los niños. 

Bendigo la imagen y la misa sigue como de costumbre. 

Al final, Irene —acompañada por la guitarra de Tomás— canta un canto a la Virgen que yo nunca había oído y el archidiácono—que sí lo había oído y lo canturrea en voz bajita—  me ayuda a incensar la nueva imagen. 

Muy bien. 

Voy corriendo al banco para ingresar las colectas del fin de semana y salgo con el archidiácono para Los Montesinos. Llegamos cuando la reunión de arciprestazgo acaba de terminar. Nos unimos a la comida. 

15:30

El archidiácono y yo nos despedimos y salimos para San Miguel. Voy medio dormido y el archidiácono me da unas palmaditas en la pierna derecha de vez en cuando, sobre todo cuando hay que tomar una curva y eso. Creo que va con un poco de miedo. 

Lo dejo en el lugar donde tiene aparcado su coche y voy a la iglesia. Sé que, si me siento, me quedaré frito. Misterios gozosos paseando por los altares laterales. 

Ya despejado voy a la casa abadía y anoto los movimientos del banco en las cuentas de la parroquia. 

16:30

Como NDdD me va a llamar a las cinco, aún tengo tiempo para leer «La felicidad donde no se espera» y el Evangelio de San Juan. Y aún tengo tiempo para echarle un vistazo al WhatsApp. 

17.00

NDdR me llama puntualmente. Por teléfono me va dando algunas indicaciones de navegación a la busca de los documentos perdidos. Siguiendo sus instrucciones me adentro en espacios ignotos en los que la mano del hombre nunca puso el pie. Es muy emocionante y, en efecto, encuentro algunos documentos perdidos y olvidados hace mucho tiempo, pero comprobamos que, los que quedaron en mi viejo Mc siguen allí encerrados, como en una pirámide inaccesible. 

17:22

NDdR se ofrece a echarle un vistazo a mi Mc cuando yo vaya a Madrid si no he encontrado antes a un explorador de pirámides que pueda hacerlo. Le quedo yo muy agradecido y nos despedimos. 

Voy al cajero automático para devolver 195 euros a Rocamer que los ingresó por error en la cuenta de la parroquia. 

Vuelvo a casa y anoto la devolución en las cuentas de la parroquia. 

Me llama el doctor S. Charlamos. Me dispongo a salir para el hospital pero vuelve a llamarme el doctor S. No tengo que ir al hospital. 

18:00

Vísperas. 

Me pongo a preparar el retiro de mañana. 

Limpio la mesa del despacho y el teclado de mi nuevo Mc. Lo recojo todo. 

19:00

Voy a la iglesia. Huele a incienso. 

Me siento ante el sagrario. Los mosquitos se abalanzan, voraces, sobre mis tobillos. En el confesonario encuentro repelente de mosquitos. Vuelvo a sentarme ante el sagrario. 

19:40

Apago las luces de la iglesia y cierro las puertas. 

Hay que enviar a CB la lectura y el examen de conciencia para el retiro de mañana en el hospital. Ya está.

Hay que felicitar a Rosario y a Rosarito. Ya está. 

Hay que quedar con los novios del grupo de prematrimonial. Ya está. 

Hay que escribir a Jill que dio a luz a una niña hace cuatro meses y quiere bautizarla. Ya está. 

Tengo que prepararme una cena ligera. Ya está. 

Me siento ante mi nuevo Mc y divago mientras voy contando las horas del día como las cuentas de un rosario. Siempre se olvidan cosas. Es normal. El mismo san Juan, al final de su evangelio dice que todo lo que ha escrito no es sino una recapitulación y que, para contar todo lo que vivió con Jesús tendría que escribir una colección de libros que no cabría en el mundo. 

Sí, hay que recapitular. Y es normal que algo se olvide. Pero ¿es normal que el sábado pasado, al escribir mi diario, olvidara consignar algo que no para de darme vueltas en la cabeza? 

Recapitulo ahora. El sábado, después de la misa de seis, sacamos la imagen de la Virgen del Rosario al Paseo y allí —entre cánticos y lecturas del evangelio— rezamos un rosario. Todo esto lo consigné en mi diario. Lo que no conté es lo que sigue. 

Volvía yo a la casa abadía cuando vi a un padre sentado en un murete con su hijo y charlando con él. Me gusta ver esas cosas. Conforme me acercaba a ellos les dirigí una mirada y una sonrisa que venía a decirles: «Me encanta veros así, sentados en El Paseo y charlando». Entonces el padre, mirando a su hijo, soltó en voz exageradamente alta para hablar a un niño que está a tu lado y suficientemente alta para que la oiga un cura sonriente que se acerca: «Todo eso es mentira». A continuación me miró con una mirada que me lanzaba la frase como un reto, como un guante, a la cara. 

No recogí el guante. Dije «buenas noches» inclinando un poco la cabeza ante los dos y seguí mi camino como si no hubiera oído nada. Pero lo había oído y lo había entendido. Había entendido que ese padre estaba dando a su hijo una lección de escepticismo —cosa muy sana y legítima— pero que erraba lamentablemente al señalar como mentirosos al cura y a los que estaban rezando en la plaza. 

Olvidé consignarlo en mi diario del sábado. Lo escribo ahora. Me alegro de no haber recogido el guante. Me alegro de no haberme puesto a discutir —delante de su hijo— con un escéptico bienherido por un rosario en El Paseo. 

Y espero que ese padre bienherido por el rosario, tenga tiempo para decirle a su hijo que, si bien es cierto que hay muchas mentiras que todos se tragan porque parecen verdades en los periódicos, en las cátedras de filosofías y eso, hay verdades que al mundo le parecen mentiras porque solamente cuando un niño las saborea puede llegar a verlas como las ve Dios.

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