San Miguel de Salinas
martes, 18 de febrero de 2025
Me despierto a las cinco. ¿Por qué tengo frío? Compruebo que el radiador está encendido, vuelvo a acostarme, me arrebujo bajo mi edredón y me quedo frito.
Me despierto a las seis y media. Anoche apagué el despertador pero se ve que el reloj biológico funciona bien. Me levanto y, envuelto en mi bata polar, me dirijo —estornudando— a la cocina para prepararme un café con leches entre estornudos que no son pájaros de esos que tanto ama doña Aurora Pimentel, sino convulsiones o, más elegantemente dicho, acciones y efectos de estornudar.
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A las once, misa votiva de los ángeles porque es martes.
Luego Joan y Laura me invitan a tomar un café. Me hablan de las lágrimas que vertió el chairman de la Conferencia de Seguridad de Munich y sus risas —contagiosas— me hacen llorar también a mí.
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Voy a La Mata para llevar la comunión a Ana. Atascos por aquí, atascos por allá. Cuando llego llamo al timbre y nada. Llamo a Tatiana y nada. Estoy a punto de de rendirme cuando llega Ana hija y me cuenta que Tatiana está de vacaciones y que su madre —la suya, la de de Ana hija— está deseando verme. Me abre la puerta del jardín y la ayudo a descargar la compra. Entramos en la casa y Ana madre nos recibe como si, en efecto, estuviera deseando vernos. Como está un poco sorda se confiesa brevemente a gritos y comulga en silencio. Y se queda como sonriendo, con mucha paz, ante El Increado. Lo que estaba deseando era comulgar.
Quiero escabullirme discretamente pero Ana hija se empeña en regalarme una botella de Pesquera. Crianza del 2021. Charlamos un rato. Me recuerda que mañana se cumplen tres años de la muerte de su padre. Y recordamos juntos que, una semana antes de que muriera su padre, me llamaron para que le diera la unción y que, desde entonces, empecé a frecuentar la casa para dar la comunión a Ana madre. Ya somos amigos.
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A las ocho de la tarde me preparo una cena ligera. Como no tengo postre y ando estornudando y moqueando, bajo a la farmacia para comprar Pharmagrip y pañuelitos de papel. Vuelvo a la casa abadía y me tomo una cápsula de Pharmagrip como postre.
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A eso de las nueve menos cuarto, voy a casa de doña Nati para ver con ella el Pasapalabra y las noticias de Antena 3.
A eso de las nueve y media me despido de doña Nati con estas palabras:
«¿No ves en mis labios la sonrisa que yo encuentro en los tuyos: la sonrisa de la hesiquia que proviene de las energías no creadas?».
A ella, claro, le da la risa. Una risa encantadora, por cierto. Algún día le contaré que estoy leyendo «El diario de la felicidad» de Steinhardt y que esa es la pregunta que Steinhardt le hizo a un compañero de prisión.
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Hay que ir a la iglesia para rezar completas, apagar las luces y detenerse ante la imagen de san José que parece responder a la sonrisa del Niño con una sonrisa que no es de este mundo.
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