San Miguel de Salinas
jueves, 13 de febrero de 2025
Hoy he terminado la lectura de la primera entrega de Mil ojos esconde la noche y ya estoy esperando que salga la segunda.
Fernando Navales —una mezcla de Torrente y Maquiavelo— me ha hecho reír de lo lindo con su desinhibida manera de traspasar todos los límites de la corrección política y con su españolísima forma de narrar que lo emparenta con los pícaros del Siglo de Oro y con el mismo Cervantes. Pero ¿no es brutal? Sí, es de un realismo brutal y, por eso mismo, mueve a la compasión, cosa que no conoce el wokismo blandengue.
Luego he desembolsado dos libros que me regaló @arquilatría. Uno lo conocía y el otro no.
No conocía La adoración en el corazón del mundo, de Dominique Rey.
En cambio, había oído hablar —¿quién no?— de En casa, de Aurora Pimentel.
¡Que bien!
…
En Torremendo he estado con Andrea y Jorge que se casarán —si Dios quiere— en junio. Les di la catequesis de confirmación cuando eran adolescentes y, precisamente entonces, se hicieron novios. Han venido con el hermano de Andrea que tenía seis años cuando llegué a la parroquia: ahora tiene veinte. Están contentos.
Es lo bueno de permanecer por muchos años en la misma parroquia.
…
Leo en X a don Ricardo Calleja:
«¿Por qué hay tanto ruido negativo sobre la vida en el Opus Dei, si la experiencia habitual es positiva (con cosas negativas “normales”)?».
Divago:
Nosotros, los del Opus Dei de toda la vida, nos dividimos en dos clases.
1. Nosotros, los que somos normales, como la mitad de la población del planeta.
2: Ellos, los que son raros, como la otra mitad del planeta.
Todos —como todo el mundo— coincidimos en que los raros son los otros. En todo lo demás —como todo el mundo— andamos a la gresca.
En cada uno de estos grupos cabe hacer una subdivisión: la de los que estamos muy cerca de la santidad —una exigua minoría en cada grupo— y la de los que se esfuerzan por alcanzarla con un noble empeño pero con pocos resultados visibles.
Yo, como queda dicho, pertenezco —puedo decirlo con toda humildad— al exiguo grupo que presume, al mismo tiempo de ser del Opus Dei de toda la vida, de ser normal y de estar muy cerca de la santidad.
Y la prueba irrefutable de que el «Opus» es «Dei» es que el resto de mis hermanos del Opus Dei —esa inmensa mayoría de gente rara o normal que se esfuerza por alcanzar la santidad— no solamente me soporta sino que me mira con simpatía hasta el punto de que a veces tengo la sensación de que me quieren más que los peces al agua.
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