domingo, 23 de febrero de 2025

Diario. Domingo 23 dw febrero de 2025

 San Miguel de Salinas 

domingo, 23 de febrero de 2025


Ayer, sábado, tenía yo un plan perfecto para viajar a Madrid. Rosarito me esperaba en Torrellano a las doce menos cuarto para llevarme a la estación del Ave. Pero a esa hora estaba yo retenido en la autopista. A eso de las doce menos cinco la llamé: «Amable Rosarito, no me esperes. Estoy atrapado en un atascazo. Trataré de ir directamente a la estación o, si no salgo de aquí a tiempo para coger el tren, seguiré en coche hasta Madrid». 

Aunque todo esto se lo dije con aplomo —como el ejecutivo acostumbrado a barajar muchas posibilidades y armado contra cualquier contingencia por su prudente previsión de innumerables planes alternativos— debo confesar que, en esos momentos, me sentía yo el ser más desgraciado y digno de compasión del mundo y el poeta más autorizado para gritar esos versos inmortales: «No hay extensión más grande que mi herida. Lloro mi desventura y sus conjuntos».  

De todas formas, conseguí aparcar el coche en Alicante, no lejos de la estación, y llegué a tiempo para tomar el AVE que iba a llevarme a la estación de Chamartín de Madrid. 


Lo más notable del trayecto hasta Madrid fue una especie de profetisa que viajaba en el mismo vagón que yo. 

Primero oí su voz desde lejos. Era una voz exaltada pero no violenta; una voz de mujer pero no femenina que preguntaba: «¿Tenemos que soportar que nos pisoteen?». 

La profetisa —bastante gorda— en cada estación de su particular Vía Crucis hacía un discurso, formulaba alguna pregunta, y, sin esperar respuesta, se levantaba y se dirigía al asiento libre más próximo a ella para empezar de nuevo: «Ahora veo que alguien ha estropeado la puerta del WC. ¿Quién ha sido? ¡Vamos! ¡Que se levante el valiente ha roto la puerta del WC!». 

A mi izquierda viajaba un muchacho irlandés con el brazo izquierdo en cabestrillo. Cuando la profetisa llegó a su altura le preguntó: «¿De dónde eres, muchacho?». Él dijo la verdad y no mintió: «De Irlanda y ¡Viva san Patricio!». Y a la profetisa le entró una risa loca y —señalándome—le preguntó: «¿Vas con ese?». Y, sin esperar respuesta,, acercó su gorda cara a la mía y  gritó: «¡Esto no lo arregla ni Dios!». 


Lo más notable de mi llegada a la capital  fue lo siguiente. 

Vino a buscarme a la estación JAVP. Iba él, como es su costumbre, elegantísimo en su atuendo y en su sonrisa. 

Después de saludarnos —muac, muac y todo eso— cargó mi equipaje en el coche, me invitó a sentarme en el asiento del copiloto y puso rumbo a su casa que está no lejos de la nunciatura del Papa en Madrid. 

Muy poco después, sin perder la sonrisa, dijo con estas o semejantes palabras: «Querido tío, por el ruido colijo que llevamos una rueda pinchada». 

No lloró ni recitó versos dramáticos. Se bajó del coche, quitó la rueda pinchada y puso la de repuesto como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida. 

Luego, ya en su casa, me agasajó como los reyes agasajan sus tíos. 


Lo más notable de la tarde fue —claro— el bautizo de Javier. Y, después del bautizo, la visita co JAVP a casa de AVH y de JZ. Me atrevería a jurar que JZ y AV se quieren más que los peces al agua. 


Hoy, domingo, a las once de la noche, no tengo fuerzas —o ganas—para seguir contado cosas. 

Todo el día podría resumirse en una explosión de fuegos de artificio. 

He pasado la noche en Madrid sin pegar ojo. 

He desayunado con Pupé, con Jaime y con Carmen. 

Jaime, que ha dormido a pierna suelta, ha ido a jugar al padel con unos sus amigos. Entonces Pupé —qué amable— me ha llevado a Chamartín. 

He celebrado la misa del día en La Torre. Contento de estar otra vez, sano y salvo, en casa. 

Luego he vuelto a San Miguel. 

1 comentario:

  1. Moraleja: Menos lloros y quejas y más acción para arreglar lo que se estropea. jejejeje.

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Es usted muy amable. No lo olvide.