San Miguel de Salinas
miércoles, 5 de febrero de 2025
6:55
Abro la iglesia.
Un coche de la Policía Local bloquea la salida del garaje. Voy a la panadería. Allí están los agentes desayunando con dos guardias civiles.
7:02
Salgo para el hospital. Sobre el horizonte se adivina, apenas, la luz crepuscular. Divago recordando los horizontes amarillos, naranjas, violáceos y carmesíes que se ven a estas horas por aquí en primavera. Y me viene a la memoria un verso que he leído no sé dónde: «¿Quien apagará toda la púrpura del mar?».
Pongo la radio para oír a Herrrera.
7:23
Llego —el primero— a la capilla del hospital.
Mientras preparo el altar va congregándose la congregación.
El doctor MS me informa de que Francisco murió ayer. Ofreceremos la misa por él.
Llegan María José, María, Miguel…
¡Hay uno nuevo! Es un empleado del hospital al conozco de vista y que debe de trabajar en mantenimiento porque va con su chaleco reflectante y todo.
Cuando estoy a punto de salir al altar para empezar la misa llega el doctor GL con su sonrisa uruguaya. Él proclama la primera lectura y recita el salmo.
Misa de santa Ágata. Canon Romano.
Terminada la misa (8:01) y la acción de gracias (8:10) recojo todo y voy con María José, María y Miguel a la UCI para visitar a Miguel. Luego charlo un poco con ellos y vuelvo a la capilla.
Oficio de lectura y laudes.
9:45
Salgo para San Miguel pasando por la azotea del hospital.
11:00
Segunda misa de santa Ágata. En el memento de vivos mento a Fátima y a Arantxa. En el de difuntos a papá —ayer se cumplieron treinta años de su muerte— y a mamá que descansa con él en paz.
Después de la acción de gracias (11:30) me quito los ornamentos y charlo un poco con Joan.
12:00
Ángelus en la casa abadía.
Luego, en el despacho parroquial, me siento ante mi Mc, vuelvo a leer las instrucciones que nos han mandado del obispado y me pongo a instalar el nuevo programa de contabilidad. Después de hacer todos los sortilegios que indican las instrucciones llego a un callejón sin salida y decido llamar al obispado y rogar que me pongan con el departamento de informática. Me atiende una señora amabilísima y muy competente cuyo nombre es Lola, o Lidia, o Laura pero a la que —a partir de hoy— invocaré con el nombre de Gandalf. Ella me enseña el sortilegio que hay que hacer para salir del callejón sin salida.
Divago un poco recordando algo que he leído en una conferencia de C.S. Lewis sobre Hamlet. Intenta Lewis explicar la perplejidad y el fracaso de críticos literarios tan conspicuos como Goethe o Eliot cuando se enfrentan con Hamlet, el procrastinador. Y lo resuelve todo con una imagen que es lo que a mi me gusta. Viene a decir que si dos caballeros elogian la conversación de una dama pero uno subraya la ingenuidad de la señora y otro encomia su sofisticación, lo más probable es que ambos hayan quedado fascinados por la belleza de su interlocutora o por la musicalidad de su voz.
No importa.
Hago el sortilegio que me ha enseñado Gandalf y—¡zas!—se abre en mi Mc el nuevo programa de contabilidad parroquial.
Las cuentas del pasado ejercicio hay que rendirlas ya con el nuevo programa. Tengo una hora y media antes de ir a comer casa de doña Nati para familiarizarme con el nuevo programa de contabilidad parroquial y para pasar la contabilidad de mi linda hoja de cálculo al programa del obispado.
14:00
Voy a comer a casa de doña Nati. Ya he mandado al obispado las cuentas de San Miguel y he empezado a poner en el nuevo programa las de Torremendo.
Doña Nati y Samira están de un humor excelente. Doña Nati comenta, aliviada, que cuando caiga el meteorito que se anuncia para dentro de siete años ella espera verlo todo con Paco desde el cielo.
14:45
Visita al Santísmo.
Odio ser prolijo. Además, don EGM dice que un diario debe ser conciso y llevar pepitas de oro —como un haiku—.
Resumo.
Se me va la tarde entre oraciones, wasaps, llamadas telefónicas y trabajos contables.
20:48
Me llama el arcipreste.
—Buenas noches, Paco. ¿Cómo estás?
Oigo por el teléfono una risa arciprestal.
—Muy bien, Javier. Supongo —por lo tranquilo que te noto— que has olvidado que hoy te tocaba predicar en las Noches Parroquiales de Los Montesinos.
Sí, lo había olvidado a pesar de que fui yo mismo quien hizo el plan de predicación para las Noches Parroquiales de Los Montesinos. Pero el arcipreste es hombre de recursos y, además, muy compresivo.
—Sí, la verdad, lo había olvidado.
— No te preocupes, Javier. Voy a exponer el Santísimo y rezaremos en silencio.
Le pido disculpas —aunque no me ha acusado de nada— y pienso para mí que salen ganando con el silencio.
Me preparo una cena ligera y escribo esto.
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