domingo, 2 de noviembre de 2025

Diario. Viernes, 31 de octubre de 2025

 San Miguel de Salinas

viernes, 31 de octubre de 2025

A las seis y media entrego las llaves de la habitación en el hotel de Coventry. Justo a esa hora están abriendo el comedor. Me voy sin desayunar. 

Vienen a recogerme Matthew y Joan. Vamos al aeropuerto de Birmingham. Allí, Joan y Matthew se abrazan tierna y largamente porque es su manera de despedirse. Luego Matt y yo sacudimos nuestras manos mirándonos fijamente a los ojos y sonriendo —aunque no mucho— porque es nuestra manera de despedirnos. 

Joan y yo emprendemos esa vía dolorosa que los de la agenda globalista han preparado para cualquiera que tenga que viajar. 

Hay que cargar con las maletas por pasillos interminables. Hay que orientarse en una jungla de anuncios de calzoncillos, sujetadores, perfumes y otros muchos bienes apetecibles que ocultan lo que importa para la supervivencia: las señales que deberían indicar el camino hacia la Tierra Prometida. 

Después de muchas vueltas y revueltas llegamos al calvario: allí te despojan de todo, te desnudan, te palpan hasta las entretelas y, sí, te exigen que abras las piernas y los brazos como un san Andrés dispuesto a ser crucificado porque van a someterte al escrutinio de los rayos X. 

Nosotros, los católicos de toda la vida, soportamos esas humillaciones con alegría: The Lord is my Shepherd. Pero tenemos que ser comprensivos con los agnósticos y con los drogadictos y con todos los que —por no ser mansos y humildes de corazón— salen de esa prueba y ser suicidan o deciden prenderle fuego al mundo. 

A mí —después de desnudarme y todo eso— me dejan pasar. A Joan no. 

Los que nos juzgan y examinan no son Lores, no. Tampoco son gente del pueblo. Ni siquiera son policías. Son semianalfabetos con chalecos reflectantes que los hacen inidentificables e irresponsables, como a los etarras. Tratar de razonar con ellos es como tratar de razonar con una cura africano al que le han dicho que su misión en esta vida consiste en cumplir las normas evacuadas de algún vientre episcopal o pontificio. 

Retienen a Joan durante media hora porque lleva en la maleta tres latas grandes de café. No me extrañaría nada que —entre tanto— unos amables terroristas estuvieran pasando explosivos a Españita desde Gibraltar. 

Da igual. Nosotros, los católicos de toda la vida, lo soportamos todo con paciencia. 

Ya no nos da tiempo a desayunar antes de embarcar. 

Da igual, Nosotros, los católicos… 

Hay que seguir arrastrando las maletas. Los aeropuertos están pensados —un poco como el infierno— para amargarte el viaje y la vida. 

Joan y yo —ella más que yo— lo soportamos todo con paciencia. 

Renqueando y todo llegamos, por fin al avión. 

Dedicamos las dos horas y piquito del viaje a rezar rosarios y a dar gracias a Dios. 



Diego —¡qué amable!— nos recoge en el aeropuerto del Altet y nos lleva a Torrellano. 

Comemos en Torrellano. 


Después de comer, Joan se pone al volante de mi coche y volvemos a San Miguel. Por el camino vamos orando con Roger Scruton

Al llegar a casa de Joan la ayudo con las maletas. Sus gatos salen a saludarnos. Joan se queda con ellos y yo me voy a San Miguel. 



Hay que deshacer las maletas y todo eso.

Hay que rezar y todo eso. 

Hay que celebrar la misa de seis y todo eso. 



A eso de las ocho, mientras preparo una cena ligera, recibo un mensaje de Inglaterra. Es de Laura: 

Hi, Father, did mum get home okay?

Respondo que sí, bendigo los alimentos, me los zampo y me voy a la cama.

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