San Miguel de Salinas
viernes, 7 de noviembre de 2025
Abro la iglesia a las seis y veinticinco. Enciendo las luces y me siento ante el sagrario.
Media hora después, salgo para el hospital.
A las ocho menos veinte en punto empieza la primera misa votiva de la santa Cruz y a las ocho y veinte —recogido todo con la ayuda del doctor S— subo a ver a Ramona.
A las nueve y media ya estoy de vuelta en San Miguel y voy a desayunar al Collie. Café con leches y una tostada con aceite. Muy bien.
A las diez menos cuarto estoy rezando el oficio de lectura y las laudes en San Miguel. Luego —como Joan sigue enferma— me pongo a preparar el altar para la misa de once y, a continuación —después de dar el primer toque de misa y de encender sendas velas a los lados del sagrario—me siento en el confesonario. Tercia.
A las once menos diez doy el segundo toque, apago las velas del sagrario, enciendo las velas del altar, enciendo las luces del presbiterio y me revisto.
A las once menos tres minutos doy el tercer toque.
La misa de once —segunda votiva de la santa Cruz— empieza a las once. Muy bien.
Terminada la misa lo recojo todo y bajo al garaje. Allí me esperan María, la otra María, Carmen y Manola. Están de un humor excelente. Vamos al cementerio. Muy bien.
Ya en el cementerio, mientras las muchachas se apean, reviso mis mensajes. María nos avisa de que Arantxa —que fue ingresada antier— está muy malita. Pido a las muchachas que que la encomienden. Se nos une Zvignev, el polaco, para rezar el rosario paseando por el cementerio.
A las doce y cuarto las he dejado en El Paseo y he aparcado mi Lamborghini en el garaje. Entonces me pongo a preparar el entierro que hará el diácono a las cuatro y media.
Hay que poner el comulgatorio a un lado y el cirio pascual en las gradas del altar, en el centro. Hay que prepara el incensario, el acetre con el hisopo, el leccionario de difuntos y el ritual.
A la una menos cuarto estoy en el despacho parroquial. Benedicto, el electricista, me manda unos papeles que tengo que leer, rellenar, firmar, sellar y devolverle para que vengan a hacer la revisión quinquenal de la instalación eléctrica: 270 euros + IVA.
A la una me pongo a leer la nota doctrinal emanada por el dicasterio de doctrina de la fe. Son trece páginas de texto y ocho de notas. No es horrible como temía. Me felicito.
A la una menos veinte voy a la peluquería.
A las dos y diez, muy elegante, voy a comer a casa de doña Nati. Me llama María: Arantxa acaba de recibir la unción de enfermos. Rezo con doña Nati la oración a san José para acompañar la agonía de de Arantxa. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
A las tres menos cuarto voy a la iglesia: visita al Santísimo y oración.
A las tres y media salgo para Guardamar: misterios gozosos encomendando a Arantxa en su última batalla.
A las cuatro comienza la celebración penitencial en Guardamar. Somos dos sacerdotes. El otro es mexicano —un gigante— y se llama Víctor.
Oigo las confesiones de dieciocho penitentes. A todos les pido que recen por Arantxa en su última batalla. A una de las penitentes se le ocurre una idea estupenda: llamar a las Trinitarias de Villena para que recen por Arantxa en su última batalla. Muy bien.
A las seis estoy de vuelta en San Miguel. Recojo todo lo del funeral que ha celebrado el archidiácono y, en la puerta, encuentro a Estefanía y a Gema. Son las nuevas catequistas. Hoy han dado su primera catequesis a los niños del grupo de «despertar». No ha habido que lamentar víctimas. Están contentas. Charlamos. Vísperas.
Voy a la casa abadía.
He quedado con Ana Isabel y Wilder para ir a ver Los domingos en San Javier.
Cuando vuelva del cine no tendré ganas de ponerme a escribir. Escribo esto.
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