jueves, 13 de noviembre de 2025

Diario. Jueves, 13 de noviembre de 2025

 San Miguel de Salinas

jueves, 13 de noviembre de 2025


QUÉ DESCANSADA VIDA

(Hasta las once)


Amanezco en La Torre. Los pajarillos cantan, las nubes se levantan. Pienso holgar toda la mañana hasta la hora de salir para La Lloseta. Pienso holgar limpiando y ordenando mi pequeña biblioteca. 

Estoy en ello cuando encuentro un librito de Tagore intitulado La luna nueva que se cuenta entre las cosas más bellas que he leído. La traducción es de Zenobia Camprubí que amaba mucho a JRJ y que —por eso mismo— puso un gran empeño en tratar de convertir al sinsorgo  andaluz en una criatura risueña. 

Me siento en el sillón de la abuela Paquita para leer esa colección de cuentos que son poesías. 

Estoy en ello cuando doy con el cuento-poema intitulado Las razones del niño que, en realidad, debería llamarse La razón de la Encarnación. 


Si quisiera, el niño podría volar ahora mismo al cielo.

Pero tiene sus razones para no dejarnos.

Toda su felicidad consiste en descansar su cabeza en el seno de su madre; por nada del mundo dejaría de verla.

La sabiduría del niño se expresa en sutiles palabras. ¡Qué pocos son los que pueden comprender su sentido! Si no habla, es que tiene sus razones.

Lo que más desea es aprender la lengua materna de los mismos labios de su madre. ¡Por ello adopta un aire tan inocente!

Pese a que poseía montones de oro y perlas, el niño vino a esta tierra como un mendigo.

Tuvo sus razones para llegar con este disfraz.

Pequeño, desnudo y suplicante, si simula una completa indigencia es para reclamar a su madre el inmenso tesoro de su ternura.

En el país de la minúscula luna creciente nada entorpecía la libertad del niño.

Si renunció a su independencia tuvo sus razones.

Sabe muy bien que ese pequeño nido, el corazón de su madre, contiene una alegría inagotable, y que la tierna atadura de los brazos maternales es infinitamente más dulce que la libertad.

El niño no sabía llorar. Vivía en el país de la felicidad perfecta.

No le faltaron las razones para empezar a verter lágrimas.

Las entrañas de su madre se conmueven con las sonrisas de su dulce rostro, pero es el pequeño llanto que nace de sus penas de niño el que teje entre ella y él el doble lazo de la piedad y el amor.


En mi simplicidad meridional me pregunto si Zenobia —al traducir—  no convirtió un oscuro poema oriental en un lindo villancico navideño. 


¿ESTÁ ENFERMO ALGUNO ENTRE VOSOTROS?

(Santiago 15, 14)


A las once me llaman del hospital y decae mi plan de holgar hasta la hora de ir a La Lloseta. 

¡Adiós Lloseta!

Salgo para el hospital por la carretera de la costa que es —en sus mejores tramos—una sutilísima línea entre el mar y las salinas. 

Ya en el hospital —y envuelto en mi bata blanca que es como la capa mágica de Frodo— desaparezco.

Es otro —mayor que yo— quien pone su carne y su sonrisa en la boca de CG. 


¡QUÉ DESCANSADA VIDA!

(Hasta mañana)


De  vuelta a San Miguel, preparo una frugal colación: la bendigo y me la zampo. 

Desde las tres y media hasta las siete, estoy en la iglesia rezando y subiendo al coro para encender una lamparita cabe la imagen de la Virgen del Carmen que está sacando almas del fuego del purgatorio; rezando y preparando el altar para la misa de San Leandro; rezando y saludando a Joan; rezando y haciendo la exposición del Santísimo y celebrando la misa y recibiendo el pésame de la feligresía.

A las siete me preparo otra frugal colación. 

Por todas partes —mire donde mire— me topo con Arantxa que es como una sonrisa que lo abarca todo. 

Escribo esto.

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