lunes, 3 de noviembre de 2025

Diario. Sábado, 1 de noviembre de 2025

 San Miguel de Salinas

Sábado 1 de octubre de 2025


A primera hora de la mañana, me llama Laura preocupada porque su madre no contesta al teléfono. 

Llamo a Joan y nada. 

Llamo a Wilder y me responde con la voz cavernosa de alguien a quien acabas de despertar. 

Me disculpo, le explico la situación, le ruego que me acompañe a casa de Joan por si hay que forzar alguna cerradura y vuelvo a disculparme. No solamente acepta mis disculpas sino que me da las gracias por contar con él:

—Padre, siempre a la orden. Es con mucho gusto. 

Paso a buscarlo y vamos a casa de Joan. Todos sus vecinos son ingleses y sé que cualquier ruido los pondrá alerta y hará que corran a observar disimuladamente —o no— tras sus ventanas. 

La puerta del jardín está cerrada. 

Joan, are you at home?— grito, pero no muy alto. 

A la ventana del altillo se asoma un gato. Voy a volver a llamar pero, justo entonces, tras el gato asoma la cara, sonriente de Joan. 

Oh, Father!— ríe Joan. 

Las caras del gato y de Joan desaparecen de la ventana del altillo. Casi al instante, la cara del gato asoma tras los cristales de la puerta de entrada. Algo más tarde aparece Joan. Abre la puerta de la casa, sale al jardín y abre la puerta del jardín. 

Your daughter is a bit worried because you don’t answer the phone— digo fingiendo que yo no me he preocupado. 

Entonces Joan resuelve el misterio de las llamadas perdidas: resulta que ayer, cuando la dejé en su casa, olvidó su bolso en mi Lamborghini. Y resulta que el teléfono está en su bolso. 

Mientras Wilder la acompaña a mi Lamborghini para entregarle el bolso, yo mando un wasap a Laura: Your mum is OK. 

Luego, Wilder y yo nos despedimos de Joan —Wilder la besa, muac, muac— y volvemos a San Miguel. 

Por el camino Wilder va orando en voz alta: 

—Bendito sea Dios y qué bendición que no haya sido nada. Y qué bendición que estuviera de este lado de la casa y no del otro lado. Porque si hubiera estado del otro lado no nos habría oido y ahora estaríamos dañando sus cerraduras. Bendito sea Dios. 

Y cuando le digo:

—Wilder, perdona el madrugón. 

Él me contesta:

—Es con mucho gusto, Padre. Siempre a la orden si puedo ayudar.

Pienso entonces que no carezco de nada y viene el dimoño a amargarme el día: 

—Careces, para empezar de mitra episcopal. 

Y, como Jonás se puso de mal humor por la mata de ricino, así yo me pongo de mal humor por lo de la mitra de la que carezco. 


El sábado continúa como si fuera un domingo porque es la solemnidad de Todos los Santos: misa en Torremendo a las diez y en San Miguel a las doce y media. 


Como con doña Nati.


Invito a Ana Isabel, a Wilder, a Luciana y a Camila a cenar en el restaurante Catalina II de Torrevieja. Aceptan la invitación. Yo tengo que ir al hospital para ver a Ramona. 

La encuentro sola en su habitación porque sus padres han salido a cenar. Me pide que me siente porque quiere charlar. Me siento y me cuenta un montón de cosas. También me hace preguntas muy profundas a las que yo respondo como puedo, torpemente. Y le pregunto: 

Would you like us to have a spiritual communion? 

Está muy flaquita pero muy locuaz y en sus labios —cubiertos de heridas que se me antojan rosas— pinta una sonrisa como de sol que se refleja también en sus ojos cuando me dice:

Yes Father, please. Let’s have a spiritual communion

Y celebramos allí una misa semi seca. Semi seca porque no hay consagración pero en el momento de la comunión pongo la Hostia ante los labios floridos de Ramona y ella la mira y la mira y se la come con los ojos y con el corazón. Luego cierra los ojos, yo le doy la bendición y la dejo en silencio y en paz y me voy a Torrevieja.


El sábado termina como las grandes solemnidades.

En el el restaurante Catalina II de Torrevieja, un camarero marroquí bastante flaco, muy profesional y simpatiquísimo, nos sirve una cena de Todos los Santos. 

Ana Isabel pide una carne que se ofrece en el menú como «entrañas» o algo así. Wilder y yo pedimos pescado. Luciana pide una pizza y Camila una pasta. 

Camila bendice la mesa como de costumbre: «El Niño Jesús que nació en Belén bendiga esta mesa y a nosotros también».

Todos —Ana Isabel, Luciana, Wilder y yo—respondemos: Amén.

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