miércoles, 26 de noviembre de 2025

Diario. Miércoles, 26 de noviembre de 2025

 La Torre

miércoles, 26 de noviembre de 2025


Abro los ojos. Todo está oscuro. Acudo a mi iPhone: 

«miércoles, 26 de noviembre de 2025. 05:59».


Suena el despertador. Ya estaba despierto desde hacía un minuto. 


San José: 

—Toca ofrecer el día y todo a la Señora.

Yo, arrodillado: 

—Oh, Señora mía, oh madre mía… 

Yo luchando contra el sueño:

—nomofrecotodavoz.

San José: 

—¡Animo, Vicens!

Yo, reconfortado:

—Y en prueba de mifff lalfeto..

San José:

—¡Lo estás haciendo muy bien!

Yo:

—Te consagroneste d…  nedste, misojos, mis denguas… mi corbazón. Nuna padabra…

San José: 

—¡Muy bien, Vicens!



Sería prolijo si quisiera escribir todo lo que ocurre entre el ofrecimiento de obras y la misa en el hospital.

La misa en el hospital comienza con diez minutos de retraso. 

Comienza así:

—En el nombre de Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El Señor esté con vosotros. 

—Y con tu espíritu. 

—Perdón por el retraso.

Hermanos, antes de celebrar…

Y sigue como de costumbre.



Después de la misa voy a ver a los enfermos.

La habitación de George está vacía. 

La habitación de Pepe está vacía.

Encuentro a Ramona con sus padres. Las noticias médicas no son buenas pero nosotros rezamos con renovada piedad. 



De vuelta a San Miguel, misa de once.

Luego hay que rezar el oficio de lectura y las laudes. Y hay que sentarse para mirar fijamente al sagrario. 

Y luego viene lo más difícil. Hay que ir al ayuntamiento para hablar con la encargada del Registro. 

Hablar con funcionarios es como hablar con sacerdotes africanos en Coventry. Ellos tienen un reglamento y te lo aplican. 

—Buenos días. ¿Es usted la encargada del registro?

—Yo soy.

—Me han dicho que, en adelante, no podré comunicar al registro los matrimonios con el impreso impreso por mi impresora sino que tendré que rellenarlo a mano y por triplicado. ¿Es así?

—Así es. 

La amable funcionaria dice que tal es la orden que ha recibido de Torrevieja y me muestra en la pantalla de su ordenador una orden ministerial o algo así que ni ella entiende. 



Vuelvo a la casa abadía:

«Ya que soy todo vuestro,

Madre de bondad…»



Preparo un equipaje ligero. Voy a pasar la tarde en La Torre. No carezco de nada.



Como en Torrellano y me río del rey Baltasar —pobriño— y de sus comilonas horterillas y de sus cortesanos y de sus perfumistas. 



A eso de las cuatro de la tarde entro en La Torre y es de ver como se alegran las palmeras con mi visita y cómo me alegro yo con su vista y su figura. 

Y luego la liturgia de la tarde sigue como de costumbre. 

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