jueves, 31 de octubre de 2024

Diario. Jueves, 31 de octubre de 2024

 San Miguel de Salinas

jueves, 31 de octubre de 2024


7:30

Desayuno.

Recojo, doblo y guardo la ropa que tendí ayer.

Saco del maletero el edredón y, con no poco esfuerzo, lo meto en su funda y hago la cama. 

8:15

Abro la iglesia y saco a la puerta la planta de la piadosa china. Luego me siento ante el sagrario con «El Señor» de Romano Guardini. 

Oficio de lectura y laudes. 

9:20

Vuelvo a la casa abadía porque he olvidado tomarme mi complemento vitamínico otoñal y el Almax. Aprovecho para leer y mandar algunos mensajes. 

Lectura del capítulo 5 de san Mateo. 

Lectura de «La felicidad donde no se espera». 

Pido unas flores en la floristería pero me dicen que hoy no podrá ser porque andan muy atareados con la fiesta de mañana. 

9:50

Vuelvo a la iglesia. Saludo a Joan que me ayuda a abigarrar un poco más el altar de Casi Todos los Santos. 

Luego preparamos todo la para la exposición del Santísimo. 

Carmen, elegante y perfumada como siempre, pide una misa en sufragio por su hijo que murió el 2005 a la edad de cuarenta años. Me admira aún más su elegancia, su amabilidad y sonrisa ahora que sé que es una madre doliente. 

10:20

Me revisto.

10:30

Exposición del Santísimo. Andres incoa desde el órgano el Pange lingua. 

11:00

Misa. 

11:45

Despedidas. Tengo que salir para La Lloseta. 

12:50

Llego a La Lloseta con cinco minutos de retraso. Hoy tenía que haber venido don Ignacio desde Valencia, pero ha llamado para decir que era imposible —o muy difícil— salir de Valencia. Entre las historias que se han contando me ha impresionado más la de un valenciano que consiguió salir de su coche y escapar, a nado, de la corriente. Después de caminar durante una hora hasta su casa, cubierto de lodo, encontró que su casa había desaparecido. Desde el balcón de una casa vecina, una vecina lo informó de que su mujer y sus hijos habían sido rescatados y llevados a cierto lugar, a catorce kilómetros de allí por lo que el buen valenciano tuvo que caminar otros catorce kilómetros por un paisaje devastado para reunirse con su familia. 

14:00

Hago una visita al Santísimo y salgo para Torrellano. 

15:15

Termino de comer y salgo para La Torre. 

He olvidado en San Miguel una maletita con libros que había preparado para traerlos a La Torre. Da igual. 

Misterios luminosos paseando por el palmeral. 

Me siento en el sillón de la abuela Paquita para rezar un poco con Dilexit nos. 

16:46

Llamo a María, como le había prometido. Charlamos largamente. 

17:11 (O así)

Nos despedimos. 

Llamo a don José Antonio Fortea. Charlamos larguísimamente. Siempre me alegra charlar con él y aprendo mucho. Él, por su parte, nunca parece tener prisa cuando hablamos. También eso me gusta mucho de él. 

18:00 (O así)

Nos despedimos. Él se va al hospital y yo me pongo a recogerlo todo para volver a San Miguel. 

18:27

Me llama Rosarito para decirme que no apague las luces del jardín y que no cierre el portón de La Torre porque esta noche llegan Elena y Rafa de Madrid. 

Salgo para San Miguel. 

Cuando voy a incorporarme a la autopista, resulta que ha habido un accidente justo allí. Atascazo. Misterios gozosos con BXVI. 

Cuando voy a tomar la salida de Torrevieja, resulta que ha habido otro accidente allí. Evito esa salida y sigo hasta la salida de Los Montesinos. 

18:57

Tomo la salida de Los Montesinos y en mi Lamborghini se enciende una luz amarilla que indica que una rueda ha perdido presión. No importa. A veces pasa y basta con hincharla un poco. Pero no es el caso. Mi Lamborghini empieza a hacer cabriolas y ruidos raros como de rueda pinchada y completamente desinflada. No importa. Nosotros, los pilotos de rally de toda la vida estamos acostumbrados a las situaciones extremas. Consigo llegar a la urbanización Los naranjos, donde hay farolas, y orillo mi Lamborghini. Me pongo mi chaleco reflectante y salgo de la máquina para inspeccionar las ruedas. La rueda trasera de la izquierda presenta el aspecto de los relojes blandos de Dalí. Esta simple observación me basta —nosotros, los expertos en mecánica de toda la vida— para hacer un diagnóstico certero: «Se ha pinchado». No importa. ¿No soy yo, por ventura, hombre de recursos?

Abro el maletero y saco el gato y la llave de cruz. Resulta que las tuercas están protegidas por un embellecedor. No sé cómo removerlo. No importa. Llamo a Bruno. Me dice que basta con unos alicates pero que también puedo llamar al servicio de asistencia en carretera. No tengo alicates ni el teléfono del servicio de asistencia en carretera pero  no importa porque tengo un destornillador. Remuevo el embellecedor y allí están las tuercas esperando que las afloje para sacar la rueda. Forcejeo un poco y nada. Me subo en la llave de cruz para aplicar sobre ella mis setenta kilos y nada. 

Empiezo a sudar pero importa. Empieza a dolerme el estómago pero no importa porque llevo encima diez pastillas de Almax. Me tomo una, recapacito un poco y llamo a Wilder. Está muy lejos de aquí. No importa. Llamo a Iván, el belga. No contesta. No importa. Justo entonces aparece un ángel. 

Detiene su automóvil rojo y me pregunta que si puede ayudar en algo. Por su acento, por su tamaño y por su sonrisa me recuerda a Pau, el amable gigante y sacristán croata de la parroquia de El Salvador de La Mata. No es él, pero da igual: nosotros, los conductores de toda la vida, sabemos reconocer a un ángel cuando llega. 

El Ángel de Croacia —a quien doy la bienvenida con grandes muestras de agradecimiento y gentil cortesía mientras sacudimos nuestras manos— se pone de rodillas y afloja las tuercas, quita la rueda, pone la de repuesto y me explica con acento croata angelical que con esa rueda de repuesto no puedo pasar de ochenta kilómetros por hora. No importa. Me ha alegrado la noche. 

Nos despedimos sacudiendo nuestras manos —bastante negras— y él se va dejándome encantado de haberlo conocido. 

20:15

Llego a San Miguel. El taller de los neumáticos ya ha cerrado. 

Voy a la iglesia, y me lavo las manos en la sacristía. Mis manos quedan blancas y el lavabo negro. Lavo el lavabo y hago la última visita  del día al Santísimo. 

Apago las luces, vuelvo a meter en la iglesia la planta de la piadosa china y cierro la iglesia. 

Por El Paseo deambulan algunos niños disfrazados de vampiros y vigilados por sus padres. Todos ellos parecen tan aburridos como ignorantes de las tragedias de la muerte y de la mía, tan reciente. No importa. ¿Acaso no sonríen todos los santos desde el altar de santa Rita capitaneados por el Cristo resucitado de entre los muertos?

Cierro la iglesia, vuelvo a la casa abadía y —sin cenar ni nada— me siento ante mi Mc para recapitular el día. ¡Gracias!

miércoles, 30 de octubre de 2024

Diario. Miércoles, 30 de octubre de 2024

 San Miguel de Salinas

miércoles, 30 de octubre de 2024


7:00

El cielo —despejadísimo— refleja la tenue luz crepuscular. 

Abro la iglesia, observo el altar de santa Rita, lo imagino como lo imagino —como un Cielo abarrotado de santos— y salgo para el hospital.  

Desde mi conversación de ayer con el arcipreste no dejo de rezar y de pedir oraciones por esa capellanía. Será lo que Dios quiera. 

7:30

Preparo el altar para la misa votiva de san José porque es miércoles, no como ayer que era martes y celebré la votiva de san José porque me equivoqué. 

Empiezo a leer «El Señor», de Romano Guardini. Lo compré y lo leí por primera vez en 2003, en Finestrat. Luego, mientras estuve en aquella parroquia, lo usé bastante para preparar las homilías dominicales. Con el traslado de parroquia, el libro fue a parar a una caja donde ha descansados largos años hasta que lo recuperé recientemente. 

Laudes. 

8:00

Misa votiva de San José. 

8:30

Recojo todo y preparo la misa para el lunes porque el viernes no hay misa en el hospital. 

Me siento ante el sagrario. 

9:25

Subo a la azotea, bajo hasta la salida y salgo para San Miguel. 

9:50

Saludo a Joan y voy a la casa abadía. Empiezo a contestar mensajes y llamadas perdidas. 

10:15

Voy a la iglesia. Joan me ayuda a mover la imagen del Cristo Resucitado y a ponerla ante el altar de santa Rita. Está bien que sea Él quien abra la marcha de Todos Los Santos. 

Coloco en altar la imagen de santa Gema junto a la de santa Cecilia, un cuadro de san Miguel, otro de san Vicente Ferrer, una imagen de una santa —india de norteamérica— cuyo nombre he olvidado, una foto con reliquia de san Pío de Pietrelcina, un cuadrito de san Francisco con los pájaros… Para llevar las imágenes de santa Teresa de Lisieux, de san Juan Evangelista y de la Virgen del Rosario necesitaré ayuda. Por el momento se quedan donde están. 

11:00

Segunda misa votiva de san José. La ofrecemos por Joaquín que murió ayer, pocas horas después de recibir la unción de enfermos. 

Al terminar la misa, Teresa y doña Nati entran con el cestillo de la colecta y haciendo fiesta porque ha venido el matrimonio francés que suele dejar veinte euros. 

Con la ayuda de Joan, llevo la imagen de san José al altar de santa Rita, barremos todo y colocamos algunas flores. Muy bien. 

12:00

Ángelus. 

Oficio de lectura. 

Anoto los veinte euros del matrimonio francés en la cuenta de la parroquia. 

Pongo una lavadora. 

Me empleo en la limpieza del cuarto de estar. 

Me escribe Iván el belga: que esta tarde me ayudará a preparar el altar de Casi Todos los Santos. 

13:00

Sexta. 

Lectura del capítulo 4 de san Mateo. 

Lectura de «La felicidad donde no se espera». 

Retomo la lectura de «El Señor». 

14:00

Voy a comer a casa de doña Nati. Encuentro a Eva y a Samira charlando animadamente. 

14:45

Me despido y voy a la farmacia para comprar mis pastillas amarillas pequeñas. Luego voy a la casa abadía y me tomo tres de esas pastillas y una pastilla amarilla grande. 

15:00

Noticias en Antena 3. Setenta muertos en Valencia por la Dana. El Obispo de Orihuela-Alicante pide que nos unamos en oración por ellos. 

15:30

Voy con Iván el belga a terminar de preparar el altar de Casi Todos los Santos. Se nos une espontáneamente una forastera que se presenta como Zneis, o algo así. Es musulmana, de Argelia, pero dice —señalando la imagen de Cristo Resucitado— que cree en Dios. Deja su bolso en un banco, se remanga y nos ayuda a transportar la imagen de san Juan Evangelista, que es la más pesada. Luego Iván se va y yo me quedo charlando con Zneis. Lleva ocho meses en España y dos en Sa Miguel. Habla bastante bien el español. Le doy la bienvenida a San Miguel y las gracias por su ayuda, sacudimos nuestras manos y nos despedimos. Mando a Arquilatría una foto del altar. 

15:50

Misterios gloriosos. 

16:10

Tiendo la ropa.

16:20

Desde hace meses no funciona la cafetera. La desmonto, la vuelvo a montar y funciona. 

16:30

Voy a la iglesia. 

Visita al Santísimo. 

Me siento ante el Sagrario con «El Señor» de Romano Guardini. 

Al rato oigo unos gemidos a mis espaldas. Miro y veo a una señora que reza ante el altar de Casi todos los Santos. Luego pasa, sollozando, al altar del Cristo yacente y se abraza a Él. Luego va a rezar ante la Dolorosa. Cuando pasa junto a mí me levanto y le dedico una sonrisa. Me saluda pero no se detiene sino que sigue rumbo al altar de Nuestra Señora del Carmen. En ese momento llega Teresa y se pone a charlar con ella. Me alegro y me siento para terminar mi oración. 

17:05

Voy al patio de la casa abadía para inspeccionar las plantas. Teresa está ordenando la ropa en el despacho de Cáritas. Viene una persona que busca a Teresa y la ayuda de Cáritas. Las dejo charlando y subo a hacerme un café con leches, más que nada por probar la cafetera. El café muy bien pero enseguida me arrepiento: ¿podré dormir esta noche?

Trasteo en WhatsApp. José Manuel manda el programa de la peregrinación de las cofradías con motivo del jubileo 2025. Arquilatría, alaba el bodegón de santos arracimados que hemos preparado en el altar de santa Rita. Mensajes de PDG, MGC, PHR, Coro, Arciprestazgo, GJEM, María Dolores, Mariano, Rafa. Mavi, Reinaldo… Dejo algunos en cola. 

17:35

Preparo el libro de misas para el mes de noviembre.

Descargo la epacta de la CEE. ¿Por qué no me aparece en «descargas»? Le doy a «guardar en descargas» y ya aparece allí. Muy bien. Según la epacta, el próximo sábado —por razones pastorales— se podría celebrar la misa vespertina del domingo a partir de la hora de nona. 

Mando a las listas de difusión de San Miguel y Torremendo los horarios de misas y visitas al cementerio de los próximos días. 

18:00

Vísperas con DivineOffice. As sun declines and shadows fall.

18:24

Desarmo, limpio y vuelvo a armar un pequeño radiador eléctrico. Ahora puedo encenderlo sin que huela a polvo quemado. Me felicito.

18:38

Voy a la tienda de Isabel. Aprovecho para llevar una bolsa de basura orgánica al contenedor de tal y una de vidrio al de vidrio. JJ está recogiendo las mesas de la terraza. Al volver de la tienda paso por la iglesia, vuelvo a meter la planta de la piadosa china, rezo ante el altar de Casi Todos los Santos por mis intenciones particulares —que son tres— y por las intenciones que han encomendado a mi oración que no son pocas. Las últimas son las primeras y la primera es la que esta misma tarde me ha confiado, desde Uruguay, un mi amigo. 

Luego hago la última visita del día al Santísimo. Ante el sagrario arde una velita de verdad porque la que yo puse ayer —una velita que alguien trajo del chino, de esas de mentira, a pilas— la removió esta mañana Joan sin desdén pero con enérgico celo. Muy bien por ella. 

Apago las luces y cierro la iglesia. 

19:05

Abro mi correo e. Borro treinta y cinco correos sin leerlos. Leo con atención el de una señora cubana que busca información sobre su abuelo nacido en 1871. Se lo mando a Teresa con el ruego de que me recuerde que hay que buscar esa partida cuanto antes. Al mandárselo veo que ella me ha mandado otro mensaje para que apunte una boda para el 16 de agosto del año que viene. 

Sigo con el correo. 

Presto especial atención a uno, largo y precioso de mi doña EA. Lo leo y lo releo y me emociono un poco. Veo que me lo mandó ayer. 

Lo leo y lo releo otra vez y me pregunto: «Y ahora yo, ¿que digo?». 

Cierro los ojos para pensar un poco. No me duermo. Empiezo a escribir mi respuesta despacito, recapacitando un poco y, cuando mando mi correo en respuesta al de mi doña son las 

20:00

Me preparo una ligerísima cena: un yogur y diez uvas pasas. De postre un Almax a base de almagato. 

Me sonrío un poco por lo del «Almax» —que me recuerda un chiste malo buenísimo sobre las últimas palabras de un moribundo— y por lo de «almagato» que es una palabra muy graciosa en sí, si uno la examina atentamente. 

20:15

Ya he recogido la cocina. Nadie diría que hace solamente quince minutos se ha celebrado allí una cena que dejaría chiquitas a las de Baltasar. 

Me siento ante mi Mc para recapitular el día. 

Guardini —la verdad— está muy bien. Y las comparaciones son odiosas. Pero yo —la verdad— cuando se apaga el día, tengo mono de Chesterton, de cuentos infantiles y de imágenes. 

Busco en el libro de mi doña Ana Rodríguez Agüero una cita que copié y perdí en mi viejo Mc —pero que, por fortuna, subrayé en el mismo  libro— y la encuentro enseguida. Es de R López Tames. Dice asina: «El mundo pequeño de los títeres es propio de la infancia. Quizás decir pequeño no sea cierto ya que con ellos, sean de guante o marioneta sin (?) hilos, se ofrece toda la sorpresa y sugestión que se pueda conseguir con cualquier forma de teatro. Si está cerca de la infancia es porque los títeres son en primer lugar juguetes, aunque tengan vida propia». 

Estoy a punto de terminar esta página de mi diario. Antes de irme a la camita, si Dios quiere, rezaré completas. Pero ya me va arrullando una imagen —un recuerdo— ideal para soñar con los angelitos. Se trata de una foto en blanco y negro que debió de tomarse allá por 1965 o así. Aparezco en ella con un grupo de niños que, si mi memoria no me engaña, celebran un cumpleaños. Estamos todos sentados en el suelo del salón —creo— de la casa de mis padres. No estamos mirando a la cámara de fotos. Estamos todos, con los ojos muy abiertos —como solamente los niños saben estar— contemplando un guiñol.

martes, 29 de octubre de 2024

Diario. Martes, 29 de octubre de 2024

 San Miguel de Salinas

martes, 29 de octubre de 2024


7:50

Me preparo un desayuno de mesa y mantel. Mientras oigo las noticias en Onda Cero, trasteo en X y descubro a Bea Talegón. 

8:35

Abro la iglesia. El Paseo está mojado —por la lluvia— pero el aire es tibio. 

La puerta del coro está batiendo —por la corriente de aire— estruendosamente. Subo al coro, cierro la puerta y aprovecho para cerrar la ventana de la torre y para subir a lo alto del campanario. Con eso he completado mi tabla de ejercicios de hoy. 

Oficio de lectura y laudes. 

Me siento ante el sagrario. 

9:20

Me dispongo a volver a la casa abadía cuando entra en la iglesia un joven de mi edad, se dirige al altar de santa Rita, musita alguna oración y se va. 

Me aplico con decisión a la limpieza de la casa abadía oyendo la tertulia de Onda Cero. 

COPE, Onda Cero, ABC, El País, El Español, columnistas y «tabloides» —¡ja!— de las tendencias más dispares y hasta Bea Talegón coinciden en esto: la moral es una cosa privada, «vaporosa», cada cual tiene la suya, no hay que hablar de ello porque los únicos límites que nos interesan son los que impone la Ley, etc. 

Yo me pregunto: si los únicos límites que nos interesan son los que impone la Ley, ¿cómo se puede decir que no hay que hablar de moral? ¿Qué ley lo prohibe? Y, sobre todo, ¿cómo es posible que los que tales cosas dicen hablen luego de responsabilidades políticas, que van más allá de las penales, y de lo que es justo o injusto o indignante o «coherente»? 

Loreto Arenillas, expulsada de Más Madrid, ha hecho público un comunicado plagado de faltas de ortografía pero que acaba así de bien: «La verdad sí importa, es la única que genera justicia y reparación». En su comunicado, Arenillas no se presenta como víctima de un delito sino de la deslealtad, de la traición, del oportunismo político y de la falsedad de sus propias compañeras de partido. ¿Deberíamos decirle: «no lloriquees, Loreto; si no puedes denunciar ante un juez, cállate»? Yo me inclino más bien a decirle, con toda mi simpatía: «Muy bien, Loreto. No estás lejos del Reino de Los Cielos». 

9:50

Me aseo un poco y trasteo en las RR. SS. 

10:15

Teresa no puede venir hoy, por el médico. Joan tampoco, por la lluvia. Voy a la iglesia para preparar el altar. 

10:30

Doy el primer toque de campanas.

10:45

Doy el segundo toque de campanas, enciendo las velas del altar y las de san José. 

10:55

Doy el tercer toque de campanas y me revisto para la misa. 

11:00

Misa votiva de san José. 

11:35

Carmen y doña Nati me ayudan a recogerlo todo. ¡Qué monas!

Nos despedimos. Ellas se van y yo me quedo.

Tercia. 

He descubierto algunas cosas que hay que remover, por ejemplo, unos lacitos rosas cabe la imagen de la Piedad, unas sillas de plástico en un rincón, unas flores marchitas una planta que regaló la dueña —china— del supermercado chino y que ella misma se ocupa de regar … Me aplico a ello. Saco la planta a la puerta de la iglesia para que reciba un poco de luz aprovechando que hoy el sol está oculto tras las nubes. Me emociona un poco esa señora china que cuida con tanto esmero el altar de santa Rita. 

De paso repaso los cajones de la sacristía para ordenarlo un poco y descubro más cosas que hay que remover. 

Finalmente, en el altar de santa Rita, hago un altarcito para la imagen de santa Cecilia con una tela roja, flores secas y dos velas. 

Estoy terminando cuando llega Tatono. Nos saludamos y charlamos un poco. 

12:55

Vuelvo a la casa abadía. Tengo calor porque hoy ya me he puesto una camiseta y una chaqueta de punto. Me quito la chaqueta de punto. Mucho mejor así. 

Termino la lectura de «Lectura y locura». El ultimo artículo es un cuento. A un niño le regalan un jardín. Puede cortar las flores pero se le prohibe arrancar las plantas. Inmediatamente concibe la idea de arrancar una planta. Lo mueve el espíritu científico de investigación de la Verdad. A pesar de sus esfuerzos, no consigue arrancarla, pero consigue que se caigan la chimenea y el establo de su casa. Gasta, primero, su infancia y, luego, su juventud y su vida adulta en el empeño de arrancar esa planta. Convoca otros hombres y emplean elefantes, máquinas de vapor… nada. Con cada intento se produce una nueva catástrofe. Caen varias millas de la muralla china, la torre Eiffel se desmorona matando a la mitad de los vecinos de París, la catedral de San Pablo se hunde y sepulta a los periodistas de Fleet Street y un maremoto hunde la isla del Japón —aunque algunos piensan que estas dos últimas no son, en realidad, catástrofes— y llega la moraleja: «Los Titanes jamás lograron escalar hasta el cielo, pero arrasaron la tierra». Del mismo modo, nadie jamás ha logrado arrancar del mundo las religiones pero, los que lo han intentado, han echado a perder el jardín que se les regaló convirtiendo la tierra en un campo de batalla donde los niños no pueden estar seguros ni el vientre de sus madres. 

Me escribe el arcipreste. Que viene a comer a casa de doña Nati. 

13:55

Voy a comer a casa de doña Nati. El arcipreste no ha llegado. Nos sentamos para charlar. Cuento a doña Nati el cuento que acabo de leer. Le gusta mucho.

14:13

El arcipreste no ha llegado. Me llaman del hospital, que vaya urgentemente. Salgo para el hospital. Atasco en Torrevieja. 

14:35

Bajo a la capilla, me encuentro con la doctora RC que va a la UCI para visitar a la familia del enfermo a quien yo voy a dar la unción. Cojo los óleos, me pongo mi bata y subo a la UCI. Un individuo que está sentado cerca de la puerta de la UCI le dice a la individua que está sentada cabe él: «Mira, un cura». Y los dos se echan a reír. Les dedico una sonrisa y llamo al timbre de la UCI. El paciente, un hombre joven, está con su esposa y dos cuñados. Rezamos. Le doy la absolución y la unción. 

Al salir, el individuo y la individua hacen como que no me ven y se pierden mi radiante sonrisa. 

Llamo a doña Nati para decirle que he terminado y que estaré de vuelta en veinte minutos. 

Atasco en Torrevieja. 

15:25

Vuelvo a sentarme a la mesa. 

Después de comer el arcipreste y yo hacemos una improvisada reunión de arciprestazgo para cuadrar agendas. 

16:30

Nos despedimos de doña Nati agradeciendo su hospitalidad. El arcipreste se va a Los Montesinos y yo a la iglesia. 

Visita al Santísimo. 

Misterios dolorosos. 

Tengo montones de wasaps y de llamadas perdidas. 

Hablo con Rafa. 

17:31

Me acomodo para asistir a la miniintroducción a la Teología de don Juan Luis Lorda. 

17:51

Llevo la comunión a Julia. 

Paso por Más y Más y encuentro en la caja a Carmen—elegantísima y perfumada como siempre— que tiene malo un pie, y a su marido a quien llamo Gino porque es italiano pero que no se llama así. Nos atiende Javier. Charlamos y bromeamos —Gino es muy bromista— y los ayudo a cargar la compra en el coche. Gino me informa de que ha sido piloto de rally. Carmen me invita a cenar. Ha hecho croquetas. Agradezco la invitación y les hago prometer que me invitarán otro día. 

18:30

Me siento ante el sagrario. 

19:00

Vuelvo a meter en la iglesia la planta que saqué esta mañana. Apago las luces y cierro la iglesia. 

Vuelvo a la casa abadía.

Lectura del capítulo 3 de san Mateo. 

Lectura de «La felicidad donde no se espera». 

19:30

Llamo a María Dolores, la profesora de Religión, que me ha llamado varias veces. 

Me preparo una cena ligera oyendo La brújula. Hablan de una línea que va de Ciudad Rodrigo a Torrevieja y que marca la frontera entre la España rica —al norte— y la pobre, al sur. Javier Gomá habla de Ortega. 


20:00

Me siento ante mi MC para recapitular el día y enciendo el ventilador porque hace calor. 

Hoy, mientras preparaba el altarcito a santa Cecilia en el altar de santa Rita, he tenido una ocurrencia. ¿Y si llevase  al altar de santa Rita todas las imágenes de los santos que se veneran en la iglesia para componer allí una especie de barroco bodegón de santos para la fiesta de Todos los Santos? La ocurrencia me ha parecido, de entrada, un poco tonta y muy difícil de realizar. Luego, a lo largo del día, se me ha ido imponiendo como un alocado y expresivo signo profético facilísimamente realizable. Ahora, cuando termino de recapitular el día, me pregunto si el asombro de los niños —que ya imagino— al contemplar el misterio de la multitud de los santos arracimados como en una magnífica concentración de alabanza y júbilo, compensará la perplejidad de los señores y las señoras respetables y la inquietud del obispo cuando le digan que el cura de San Miguel ha enloquecido y anda profetizando. 

Venzo la tentación de volar ahora mismo a la iglesia y de pasar la noche en vela preparando el bodegón para la fiesta de Todos Los Santos. No la venzo por mi virtud —tan flaca— sino porque tengo sueño, porque mañana tengo que madrugar y porque —de pronto— se me ocurre que la mejor noche para hacer este tipo de amables locuras será la de la víspera de Todos los Santos.