sábado, 22 de noviembre de 2025

Diario. Sábado, 22 de noviembre de 2025

 San Miguel de Salinas

sábado, 22 de noviembre de 2025


I


El miércoles no escribí mi diario. Sé que fui al hospital y que celebré —allí y el parroquia— la misa votiva de San José. 

También recuerdo que avisé en la parroquia de que, en adelante, la adoración eucarística y la misa de los jueves se haría por la tarde. 


II


El jueves tampoco escribí mi diario. 

Estuve en la Lloseta y, por la tarde, volví a San Miguel para la exposición del Santísimo y la misa. 

Recuerdo que estuve hablando con unos esposos. Ella y su hermana no están bautizadas. Quedamos en comenzar cuanto antes su iniciación cristiana para que puedan bautizarse en Pascua. 

También recuerdo que Wilder me invitó a cenar para celebrar el décimo cuarto cumpleaños de Luciana. Llevé chucherías para Óliver —el perro— y colonia para Luciana. Ana Isabel había preparado una deliciosa tarta de chocolate. 


III


El viernes tampoco escribí mi diario. 

Otra vez estuve en el hospital. Celebré la misa de la Presentación, claro. Luego visité a Ramona, a José J —saludé a su hijo que ha venido de Alemania para cuidarlo— y a George, católico de Irlanda del norte. 

Celebré luego en San Miguel. Otra vez la misa de la Presentación de la Virgen. 

Hice mi equipaje —aunque no muy cuidadosamente— y salí con tiempo para Orihuela. 

Estaba llegando a Orihuela cuando eché en falta la cartera con la documentación. Suelo llevarla en el coche. No estaba allí. Hice memoria y recordé que la había sacado del coche y la había puesto en el chaquetón que pensaba llevar con mi equipaje. ¿Y el chaquetón? Hice memoria: se había quedado en la sacristía. Es lo malo de no hacer el equipaje cuidadosamente. 

En el tren de las dos salí para Madrid. En el mismo tren llegué a Madrid a las cuatro y media. ¿Qué hice en el trayecto?

1. Comer. Menú ibérico.

2. Rezar. 

2.1. Los misterios dolorosos. 

2.2. La oración de la tarde. 

2.3. Vísperas. 

2.4. Unas preces que yo me sé. 

3. Entre rezo y rezo, contestar una multitud de mensajes de condolencias —unos— y de solicitantes. 

Ya en Madrid llamé a Pablo solicitando asilo en su casa para hacer tiempo —resguardado del frío— hasta la hora del funeral. Pablo —qué amable— me concedió asilo en su casa. 

Lo encontré ensayando un requiem. Yo me puse a pasear por su casa —bellísima— tratando de ordenar algunas ideas para la homilía del funeral de Arantxa. Entonces llegó Ignacio. Me alegré mucho de verlo y creo que también eran sinceras las muestras de contento que él dio al verme. 

Como su padre estaba ocupando el salón del piano de media cola, Ignacio se fue a su habitación para cantar y tocar el piano electrónico. Yo seguía paseando por la casa y tratando de ordenar mis ideas, ahora entre dos fuegos. Justo entonces llego Pat. 

Al verme en el recibidor de su casa se detuvo y exclamó: 

—¡Oh!

Estaba muy sorprendida porque no suelo estar en el recibidor de su casa,  y no sabía qué decir. Yo tampoco sabía qué decir. Pablo cantaba en el salón del piano de media cola. Ignacio cantaba y tocaba el piano electrónico. Nos saludamos —muac, muac— y nos despedimos —muac, muac—. 

Ella fue a arreglarse para el funeral de Arantxa —aunque ya venía arreglada— y yo me puse en camino hacia Juan Bravo 13. 

Mi intención era pasear hasta el colegio de Jesús María —como hice tantas veces en mis años mozos— pero hacía frío y yo había olvidado en Alicante mi chaquetón. 

En Conde de Peñalver tomé un taxi. En un santiamén estábamos ante el monumental edificio, sede del colegio en el que estudiaron Ana María —mi hermana madrina—, Almudena y Fátima —las gemelas—, María —la doctora— y Arantxa a la que lloramos. 

Después de pagar el importe de la carrera y de despedirme del taxista con palabras de no fingido agradecimiento, entré en el patio de Jesús María y, por las escaleras imperiales, subí hasta la portería tiritando de frío. 

Allí —¡oh!—encontré a María, a Jacobo y a la su hija de ambos, María de Francia. Me alegré no poco de poder besarlos y creo que el amor que me manifestaron tampoco era fingido. 

María —la doctora— me condujo hasta la elegantísima capilla del colegio y me presento a la madre sacristana: una Cotelo de los Cotelo de toda la vida. 

Luego fue el funeral de Arantxa con coro y todo. 

En los funerales, lo primero es rezar. Luego viene el saludarse —muac, muac— y todo eso. Consuela mucho ver allí a Arquilatría y a Ana RA y a Irisarri. 

Luego fui a cenar en La Penela con IGL y MGC. ¡Qué bien!

Luego, un taxi me llevó a Rivas. Pupé y Jaime —qué amables— me acogieron en su casa. 


IV


¿Qué hay de hoy?

He desayunado con Pupé, con Jaime y con Urraquita. 

Luego, Jaime me ha llevado a Chamartín 

Luego el AVE me ha traído hasta Orihuela. 

En casa de Armin y Heidi he comido con ellos y con doña Nati y con Ana Isabel y con Wilder y con sus niñas. 

A las seis y media de la tarde, misa de Santa Cecilia con la Unión Musical, con la banda, con el alcalde y la concejala de culturas… 

¿Y luego?

Se estaba acabando el día

entre olor de malva y menta…

Y yo más contento que unas pascuas. 

miércoles, 19 de noviembre de 2025

Diario. Martes, 18 de noviembre de 2025

 San Miguel de Salinas

martes, 18 de noviembre de 2025


VOLVER A ALICANTE NO ES FÁCIL


Estoy en Madrid. 

Son las ocho. Pupé está desayunando con Urraquita. Me uno a ellas. Mi tren sale de Chamartín a las diez. 

A las nueve menos cuarto, Pupé y Urraquita me dejan en el metro de Rivas. 

A las nueve y cuarto tomo en Vicálvaro el tren de cercanías que me llevará a Chamartín. 

A las diez menos veinte llegamos a Nuevos Ministerios. Próxima estación, Chamartín. No me sobra el tiempo pero voy bien. 

¿Voy bien? Por los altavoces nos anuncian que, debido a la concentración de trenes en Chamartín, el tren quedará detenido en Nuevos Ministerios durante unos minutos. Empieza la emoción y así lo reflejo en un tuit:


«Estoy en Nuevos Ministerios, son las 9:40. Acaban de avisar de que, debido a la saturación de trenes en Chamartín, vamos a estar parados un rato y luego avanzaremos poco a poco. Mi tren sale de Chamartín a las 10:00. ¡Qué emoción!». 


Cuando el tren reanuda su marcha, son las 10.45. Ya no voy bien, pero todavía puedo llegar a tiempo a Chamrtín. 

Cuando llegamos a Chamartín son las 10:50. Mi voto de parsimonia me impide correr pero no me impide caminar a grandes zancadas. ¿Podré llegar al andén del AVE antes de las diez?

Son las diez menos dos minutos cuando dejo mi mochila en el detector de explosivos. 

El tren de las diez sale sin esperarme. Lo cuento así en X:


«Son las 10.09. El AVE de las 10:00 se ha ido sin esperarme. No importa, no me apetecía irme de Madrid tan pronto. Ya tengo billete para el AVE de las 11:00. Ahora a disfrutar del ocio en Chamartín. No carezco de nada». 


Nada más tuitear ese tuit, me dispongo a rezar el Oficio de lectura y las laudes en ese magnífico oratorio semipúblico que es la estación de Chamartín. Mi ángel de la guarda me susurra: —¿Querrás revisar con atención el billete que acabas de comprar?.

—Nada más fácil— le respondo. 

Reviso el billete que acabo de comprar y descubro que el tren de las once sale de Atocha. 

Agradezco a mi ángel la inspiración y me dirijo con parsimonia hacia la parada de taxis. 

Ya en el taxi, me apresuro a informar al mundo entero con un tuit:


«Son las 10:24. Estoy en un taxi porque mi tren de las 11:00 no sale de Chamartín sino de Atocha. Tengo así la oportunidad de disfrutar de otra aventura muy emocionante en Madrid. No carezco de nada».


Por el camino hago buenas migas con el taxista, un individuo de unos treinta y tres años y tres meses de edad,  camisa azul marino, gafas anticuadas, voz suave y conducción precisa. 

Tardamos dieciséis minutos en llegar a Atocha. Lo cuento así en X:


 «Son las 10:40. A lo lejos se ve la estación de Atocha. Gran atasco. ¡Que emoción!». 


A las 10:44 la estación de Atocha ya no se ve tan lejos. Saco una foto y la mando por X. Mi tren sale a las 11:00. Inicio una parsimoniosa negociación con el taxista para que me permita bajarme allí mismo. El taxista se muestra condescendiente. Me cobra, abre el maletero, me da mi mochila y me deja huir. 

Son las 10:50 cuando pongo el pie en la estación. Un informante me informa de que, para tomar el tren de alta velocidad, tengo que bajar al sótano. Ya en el sótano, otro informante me informa de que depende y de que debo consultar en las pantallas porque hay trenes de alta velocidad que salen del sótano y otros que salen de la azotea. 

Son las 10:56. Me dirijo a la cola más cercana y allí otra informante me informa de que mi tren sale dentro de cuatro minutos por la vía 5. Me felicito porque la vía 5 está allí mismo. También me felicito porque no hay control de equipajes.

Con majestuosa parsimonia me acerco a la entrada de la vía 5. Oigo que piden a los pasajeros que muestren, con su billete, el DNI o el pasaporte. Llevo el billete pero no los documentos de identificación. No importa. Mi voto de parsimonia no me impide fingir que soy sordomudo. Muestro mi billete en el móvil y la Guardiana de la Vía me informa: 

—Lo siento, caballero: su billete es de RENFE y este tren es de Themomix. 

Para eso no estoy preparado. Inclino mi cabeza ante la Guardiana de la Vía porque el voto de parsimonia exige dedicar tiempo a esos detalles. Me dispongo a retirarme, a dar por perdido el segundo tren y a disfrutar de Madrid hasta que no me quede más remedio que marcharme pero, por los altavoces, anuncian que el AVE de Murcia sale por la vía 5. 

Lentamente, giro sobre mis talones. Me dispongo a decirle a la Guardiana de la Vía 5 que mi tren sale por la vía 5 pero:

—Padre, por favor, pase por aquí. 

La voz es la de una joven y hermosa muchacha uniformada con las galas de los Guardianes de las Vías. Está al lado de la Guardiana de la Vía 5, aunque separada de ella por una cinta. 

Remueve la cinta para facilitarme el paso. Sé que he dado con un ángel.  Me pide que le muestre mi billete. Se lo muestro. 

Con una voz dulce y con una mirada amabilísima se dirige a mí:

—Este es su tren. No se preocupe, no hay prisa— dice, parsimoniosa.

El voto de parsimonia no me obliga a besar las manos de la Guardiana de la Vía. Me inclino ante ella torpemente y me dirijo al tren con grandes zancadas. 

Mi coche —o vagón— es el doce. Entro al tren por el primero. Cuando llego al doce y encuentro mi asiento, se cierran las puertas y el tren se pone en marcha.

Son las once y seis minutos.  

¡Qué emoción! ¡Me encanta Madrid!


VOLVIENDO A ALICANTE


El viaje hasta Orihuela va a durar —si Dios quiere— tres horas y veinte minutos. Una eternidad en términos de parsimonia. No importa. Puedo rezar el Oficio Divino y el Rosario y unas Preces que yo me sé. Y puedo leer. 


SAN MIGUEL DE SALINAS


Vuelta a la amable rutina de la misa y de todo lo que nos es querido. 

Vuelta a esas sorpresas maravillosas que nos aguardan no cuando huimos a Tailandia en busca de aventuras sino cuando volvemos a casa y —milagro— los de siempre nos dan la bienvenida. 

martes, 18 de noviembre de 2025

Diario. Lunes, 17 de noviembre de 2025

 Madrid

lunes, 17 de noviembre de 2025


Gozosa rutina de un lunes en San Miguel. 

A las ocho menos veinte estoy celebrando la misa en el hospital y luego voy a dar la unción y la comunión a Carmen G, y luego voy a levar la comunión a Ramona y resulta que también comulga su amable esposo que acaba de llegar de Holanda. Ha dejado a las niñas en Holanda así que las echamos de menos y rezamos por ellas. 

Luego, conforme a la gozosa rutina de los lunes, vuelvo a San Miguel, me siento ante el sagrario, rezo el oficio de lectura y las laudes, voy al banco.

Doña Nati entra muy sonriente en la sacristía:

—¡Felicidades!— me dice. 

—¿Por qué?— pregunto algo perplejo.

—Porque es mi cumpleaños— remata muriéndose de risa. 

Entonces, claro, nos abrazamos y muac, muac y felicidades. 

Celebro la segunda misa del día en acción de gracias por todos los años que ha vivido doña Nati desde que nació el 17 de noviembre de 1931. 


La gozosa rutina de los lunes deja paso a la aventura del viaje. 

Tengo que tomar en Orihuela el tren de las doce que me llevará a Madrid en dos horas y media. ¡Qué emoción! 

En Orihuela, lo del aparcamiento no es tan fácil como yo había imaginado. Finalmente, consigo embutir mi Lamborghini entre dos furgonetas en una calle no muy alejada de la estación. 

El problema es:

1. Que son las doce menos cuarto. 

2. Que tengo hecha promesa de parsimonia.

3. Que tal promesa excluye cualquier carrera o gesto menos grave. 

Con la máxima gravedad y parsimonia camino hacia la Estación del tren. Cuando llego son las 11:55. Parsimoniosamente me dirijo a los andenes pero:

—¡Caballero!— oigo a mis espaldas. Me doy la vuelta lentamente. El vocativo ha salido de los labios de un individuo barbudo que está despatarrado en una silla:

—¡Caballero! Tiene que poner su equipaje en la cinta.

Son las 11:57. Sé que que estoy a punto de perder el tren pero, ¿qué importa?. ¿Acaso no tenemos los parsimoniosos todo el tiempo del mundo? 

Antes de poner mi equipaje en la cinta, dedico al despatarrado una amplia sonrisa como diciéndole: «no sabe usted cuánto agradezco el impagable servicio que usted me presta». 

Son las 11:59 cuando vuelvo a cargar sobre mis hombros la mochila y reanudo mi camino hacia el andén. Entre el andén y yo hay un ser humano que me sonríe. Agradezco su sonrisa con una inclinación de cabeza parsimoniosa. Él me muestra un lector y sé que quiere que le muestre el código QR que me identifica como el Caballero Parsimonioso. Le ruego que me sostenga «La Europa de Dante» de Micer Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña, mientras palpo mi mochila —primero— y mi chaqueta —luego— con la esperanza de encontrar mi teléfono. 

Son las 12:00 cuando el Guardián de los Andenes me identifica como el Caballero Parsimonioso. Por los altavoces se anuncia la llegada de un AVE que —procedente de Murcia— va hasta Chamartín. Reanudo mi camino hacia los andenes pero:

—¡Señor!

Me vuelvo parsimoniosamente hacia e Guardián de los Andenes que me muestra «La Europa de Dante» de Micer Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña como diciendo: «¿No es, esto, suyo?». 



La aventura del viaje termina cuando empieza la fiesta de Madrid. 

Empieza a las 14:30 cuando, con una puntualidad que envidiarían Armin y Heidy y todos mis amigos suizos y alemanes— el AVE llega a Madrid y empiezo a pasear por la capital del Imperio tocando el ala de mi sombrero mejor mientras —a mi paso— las muchachas agitan con donaire sus pañuelos. 

Sería prolijo si quisiera explicar que no pude llegar en el Metro de Chamartín a Guzmán el Bueno porque la Línea 6 estaba en obras. 

¡Gozosa providencia de los lunes que me obliga a apearme en  Nuevos Ministerios. Dirijo mis pasos con toda parsimonia hacia un pequeño y discreto bar que yo me sé. Llego a tiempo: pido un café y un agua con gas y pregunto por el aseo. Llego a tiempo. 



Se acaban las aventuras y las fiestas. Me pongo serio porque voy a asistir a un duelo de titanes en el CEU. 

Allí me encuentro con don JCR. 

A la izquierda don José Ignacio Munilla, obispo de Orihuela-Alicante. A la derecha don Miguel Ángel Quintana Paz. Entre ellos —como árbitro o moderador— don Isidro Cotela. 

¡Qué emoción, la verdad!

¡Para esto he venido a Madrid!



A fuer de sincero he de reconocer que también he venido para cenar con don JCR. 

Cenamos y charlamos. En la mesa de al lado cena y charla con una amigas doña María San Gil que, al terminar, se despide de don Juan Carlos agitando on donaire su pañuelo. 



Después de cenar, don Juan Carlos me lleva a casa de Pupé y Jaime. 

Como no sé cómo agradecerle el servicio, me limito a darle las gracias humildemente. 

Pupé y Urraca ya están el cama. Jaime me abre la puerta. Le ruego que me disculpe por obligarlo a trasnochar y me voy a la cama humildemente.