lunes, 19 de diciembre de 2022

Cuando un profesor (a falta de argumentos) insulta

Don Carlos Gómez Gil, profesor en la Universidad de Alicante, ha escrito un libro titulado «El debate sobre el Antropoceno en la crisis ecosocial». Debo apresurarme a decir que no lo he leído.

Ha escrito también un tuit que sí he leído porque es cortito. Dice asina: «El obispo pirómano hablando de lo que tan bien conoce y practica: INMORALIDAD». Y pone allí un enlace a un tuit del obispo de Orihuela-Alicante en el que don José Ignacio, el obispo, viene a decir que es inmoral usar el poder para burlar los controles del poder

Al parecer, don Carlos Gómez Gil, autor de «El debate sobre el Antropoceno en la crisis ecosocial», no ha considerado oportuno analizar críticamente el tuit del obispo de Alicante y ha optado por el argumento «ad    hominem» que es este: «como tú dices que el poder debe usarse para el bien común y yo no puedo discutirte eso porque estoy en el Antropoceno, te llamo «feo» o, mejor aún «inmoral» y me quedo tan pancho». 

No voy a entrar en el interesantísmo debate sobre el Antropoceno en la crisis ecosocial. porque cura de pueblo soy y nadie me ha dado vela en ese entierro.  Lo que a mí me interesa de todo esto es lo siguiente.

Resulta que don Carlos Gómez Gil tiene en tuiter la friolera de 33.000 seguidores y, sin embargo, cuando escribe un tuit no suele tener más de diez o doce «me gusta» ni más de cinco o seis comentarios. 

Resulta, además, que don Carlos Góme Gil sigue en tuiter a 16.000 tuiteros. Hay que quitarse el sombrero ante un profesor de universidad que tiene tiempo para seguir a 16.000 tuiteros y, en sus ratos libres, escribe sobre el Antropoceno. 

Veamos la cuenta de tuiter del obispo de Alicante. ¡Vaya! 89.000 seguidores. Él, en  cambio, solamente sigue a 27. Quizá por eso tiene tiempo para escribir libros como «Dios te quiere feliz» que se venden, o se regalan, y se entienden. 

miércoles, 14 de diciembre de 2022

Servicialidad

 El Evangelio de san Lucas narra la anunciación a Zacarías del nacimiento de Juan Bautista. 

Zacarías, después de la visión del ángel queda mudo. Cuando cumple el tiempo de su servicio en el templo vuelve a su casa. Poco después, su esposa Isabel concibe el hijo anunciado. 

Probablemente en su juventud Zacarías e Isabel, como todos los esposos, habían deseado ser padres. Pero ya hacía mucho tiempo que ese deseo y esa ilusión tan natural habían dejado paso a la resignación. Por eso el nacimiento de Juan, el hijo de la vejez, supone la irrupción  en la vida de Isabel y de Zacarías —amables esposos— de lo inesperado; un acontecimiento que va más allá de cualquier expectativa humana. 

Aquí se puede aplicar esa bienaventuranza que Chesterton formulaba con humor así: «Bienaventurados los que nada esperan porque se llevarán una sorpresa muy agradable». Cuando Isabel y Zacarías ya no esperan nada de la vida, Dios se les manifiesta como Aquel en quien se puede esperar contra toda esperanza. 

Durante cinco meses Isabel se oculta a la mirada de sus vecinos sin más compañía que la de su amable y mudo esposo, considerando con admiración y gratitud el regalo recibido de Dios. Y esto habla muy bien de Isabel. En este tiempo en el que todos corremos a publicar en las RRSS todo lo que nos pasa nos vendría bien tener en cuenta el ejemplo de unos ancianos que guardan silencio para considerar las cosas en la presencia de Dios. 

Durante cinco meses Isabel calla y oculta el gran regalo que ha recibido. Y en el mes sexto el mismo Dios envía a Nazaret al ángel Gabriel a una virgen desposada con un varón de la casa de David llamado José. Ella se llama María aunque el ángel la llama «llena de gracia». Gabriel anuncia la Encarnación del Hijo de Dios y revela lo que Isabel ha ocultado: «Tu pariente Isabel ha concebido un hijo y ya está de seis meses la que llamaban estéril porque para Dios no hay nada imposible». 

Esto es muy bonito. Isabel y Zacarías no han hablado del don que han recibido. Zacarías no ha podido hablar porque está mudo de estupor. Isabel no ha querido hablar porque es discreta. Pero lo que Isabel y Zacarías no han contado a sus vecinos —que son los sabios y entendidos, los que se enteran de todo lo que pasa en el pueblo porque no quitan ojo a las RRSS— lo ha sabido María por revelación de Dios que goza comunicándose a los pequeños y sencillos. 

Y ¿qué hace María? ¿Sale corriendo para contar a todo el mundo que ha recibido la vista de un ángel y que lleva en su seno al Hijo de Dios? No. Sale corriendo, cum festinatione, que quiere decir «más contenta que unas pascuas» para visitar a su prima Isabel y para acompañarla. Ella no se da importancia. El ángel Gabriel le ha dicho que va a ser la Madre de Dios pero también le ha dicho que Isabel está de seis meses y va a vistar a Isabel y se queda con ella tres meses sirviendo y llenando de alegría la casa de Zacarías y de Isabel.

La caridad es servicial. Años después San Pablo escribirá a los Romanos: «Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual». Ofrecer el cuerpo como víctima no es hacerse la víctima sino servir cum festinatione, con entusiasmo y alegría. Como quien anda enamorado.

«No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual». O sea, cuidado con esa autoestima exagerada del que piensa que se merece todo lo bueno por su cara bonita. Cuidado también con esa baja autoestima que lleva a olvidar los dones que Dios nos ha dado para el servicio de los demás. 

¿Eres profeta? Ilumina. ¿Eres diácono? Ayuda. ¿Eres predicador? Anima. ¿Eres de Cáritas? Da con alegría. ¿Eres director? Dirige con solicitud. ¿Te han encargado la pastoral de los enfermos y afligidos? Sonríe. 

Nuestro obispo, don José Ignacio, repite mucho esta idea: «tenemos que florecer, tenemos que dar frutos allí donde estamos». 

Pregunta dificilísma. ¿Cómo puedo florecer y dar frutos allí donde estoy, o sea, en el desierto? 

Respuesta del Catecismo de la Iglesia que tenemos que aprendernos de memorieta: Tú, que vives en un desierto como Juan Bautista, ponte al servicio de los demás como Santa María. En ese mismo desierto  en el que vives hay débiles, fortalécelos con la Palabra de Dios. Hay tímidos, diles que no tengan miedo porque Dios es nuestra salvación.

Entonces la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo como le pasó a Zacarías cuando —gracias a la visitación de la Virgen María—  tras el nacimiento de Juan se despegó su lengua y comenzó a cantar:

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
 porque ha visitado y redimido a su pueblo,
 suscitándonos una fuerza de salvación 
en la casa de David, su siervo,
 según lo había predicho desde antiguo
 por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
 y de la mano de todos los que nos odian; 
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres, 
recordando su santa alianza
 y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor, 
arrancados de la mano de los enemigos,
 le sirvamos con santidad y justicia,
 en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
 porque irás delante del Señor
 a preparar sus caminos,
 anunciando a su pueblo la salvación,
 el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, 
nos visitará el sol que nace de lo alto,
 para iluminar a los que viven en tinieblas 
y en sombra de muerte,
 para guiar nuestros pasos 
por el camino de la paz.

viernes, 25 de noviembre de 2022

Noviembre: el Cielo

 «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.» 

Tomás le dice: «Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»

Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.»

Escribió san Josemaría:

Hazlo todo con desinterés, por puro Amor, como si no hubiera premio ni castigo. —Pero fomenta en tu corazón la gloriosa esperanza del cielo. (Camino, 668)

Hacer el bien pensando en el premio y evitar el mal pensando en el castigo, no vamos a decir que esté mal ¿verdad? Pero es agotador. Si pasas la vida haciendo el bien —aunque sea pensando en el premio de la fama, por ejemplo— y evitando el mal —aunque solo sea por miedo al castigo de la deshonra— mereces, por lo menos, una estatua.  Tu vida habrá estado muy bien. Pero eso es agotador. Y es agotador porque aquí, en la tierra, el bien es arduo —perdonar al que te está maltratando no es fácil— y el mal es atractivo: vengarse de quien te está maltratando da gustirrinín. Y resulta que nosotros vivimos aquí, en la tierra, donde el bien es arduo y el mal da gustirrinín. De modo que pasar por esta vida haciendo el bien, que es arduo, con la esperanza de un premio que no sabemos si llegará cansa horrrores. Y pasar por esta vida evitando el mal que da gustirrinin solo por miedo a un castigo que vaya usted a saber, cansa horrores. 

Por eso, cuando nos ponemos en plan apocalíptico para amenazar a los malvados con las penas del infierno y para animarlos al bien pintando el Cielo con arcos iris de colores y unicornios voladores, los malvados nos responden con refranes llenos de sentido común: más vale pájaro en mano que ciento volando, aquí paz y después gloria y el muerto al hoyo y el vivo al bollo. ¿De qué me hablas? ¿De perder esta vida que todos conocemos para ganar una vida que nadie sabe si existe? 

Uno preguntó a Jesús: "¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?" (Mt 19) Jesús le dio seis preceptos: evitar cuatro males y hacer dos bienes. Los cuatro males que debía evitar: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio” Los dos bienes que debía hacer: “honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo." 

A primera vista parece fácil. Pero si pensamos que el «no matarás» incluye  el no desear un mal a nadie y el no llamar a nadie «imbécil»; que el «no cometerás adulterio» incluye no mirar con deseo a la mujer del prójimo; que el «no robarás» incluye el no codiciar losbienes ajenos, entonces tendremos que reconocer que no es tan fácil. porque el bien es arduo y el mal es atractivo y da gustirrinín. 

Buscando el premio de la vida eterna y temiendo el castigo, aquel joven había guardado todos esos mandamientos pero no estaba tranquilo. Sabía que le faltaba algo: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?». Y, entonces, Jesús le dio un consejo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme.»

¿Cómo puede alguien vender todo lo que tiene —hasta su autoestima— para dárselo a los pobres si, a cambio, solamente se le promete un premio allá en el Cielo? Pero Jesús no hace eso. Le dice, sí, «tendrás un tesoro en el Cielo», pero, sobre todo, le dice: «luego ven y sígueme». 

Y aquel joven —tan formal— se fue triste porque lo de cumplir los mandamientos  le parecía fácil a primera vista pero, al encontrarse con Jesús, comprendió que le faltaba algo. Quizá entendió —como todos— que es muy fácil ser bueno si uno es rico y está bien educado pero que eso no basta para estar contento. Quizá entendió —como todos los que se encuentran con Jesús— que hacer el bien —tan arduo— y evitar el mal —tan atractivo— no tiene que ver tanto con la riqueza y la buena educación cuanto con el amor a Dios y al prójimo que a él le faltaba: Hazlo todo con desinterés, por puro Amor, como si no hubiera premio ni castigo.

Entonces ¿qué pasa? Si lo hacemos todo por puro amor, como si no hubiera premio ni castigo, ¿no podemos pensar en el Cielo ni en el infierno? Fomenta en tu corazón la gloriosa esperanza del Cielo. 

San Pedro estaba coladísimo por Cristo, enamoradísimo hasta el punto de poder decir: Señor ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna. Y, porque estaba enamorado, no solamente lo dejó todo para estar con Él sino que se atrevió a preguntarle: Nosotros, los que lo hemos dejado todo por ti ¿que recompensa tendremos? Primero es el amor que lleva a dejarlo todo por Jesús. Luego viene la esperanza del Cielo que es estar, para siempre con el amado. 

A san Pedro, que ya estaba enamorado de Cristo hasta el punto de haberlo dejado todo por Él,  Jesús le prometió casas, hermanos, hermanas y un montón de cosas buenas para esta vida y, luego, la vida eterna. 

¿La vida eterna? ¿Qué es eso?

Jesús habló alguna vez de ella comparándola con un banquete de bodas. Después de su resurrección lo explicó con más detalle: vivir para siempre, en plenitud, es volver a la Casa del Padre para estar con Él en esa Casa de muchas moradas.

Santa María, laVirgen Inmaculada, guardaba todas estas cosas en su corazón. 

Señora, más que tú solo Dios.

martes, 22 de noviembre de 2022

Boda en Jerez

Decía Rafael Alberti que su abuelo y esa gente de Cádiz que tiene nombres extranjeros - Domec, Osborne, Terry, Byass- llegó a Españita al olor de los vinos y engendró allí una Andalucía -muy bonita por cierto- de muchachas rubias y morenas.

Hay que ir a una boda en Jerez para saborear España.

viernes, 7 de octubre de 2022

La Virgen del Rosario

 En el siglo XV, mientras España terminaba la reconquista, al otro lado del  Mediterráneo el Imperio Otonamano había tomado Constantinopla convirtiendo Santa Sofía en una mezquita, ocupando Grecia y los Balcanes y llegando hasta las puertas de Viena. La Cristiandad estaba amenazada y las poblaciones cristianas del litoral mediterráneo sufrían continuos ataques. 

El Papa Francisco canonizó hace unos años a los ochocientos mártires de Otranto. El pueblo, situado en el tacón de la bota de Italia, fue tomado por los turcos. Durante la batalla murieron más de dos mil defensores. Tras la victoria, los turcos, siguiendo su costumbre, separaron a los vencidos: las mujeres y  los niños menores de quince años, por una parte, los varones mayores de quince años, con el obispo a la cabeza, por otra. Cuando estos se negaron a abrazar el Islam, los decapitaron y se llevaron a las mujeres y a los niños como esclavos. 

Cien años después el Papa san Pío V organizó una liga contra los turcos. No podía contar con la media Europa cristiana que se había hecho protestante. A la llamada del Papa acudieron Felipe II, Génova, Venecia y la Orden de Malta. Trescientas galeras salieron en buscade la flota turca. Mientras el Papa ayunaba, rezaba y convocaba a los fieles de Roma en la Basílica de Santa María la Mayor para rezar el Rosario, las flotas cristiana y musulmana se encontraron en Lepanto el 7 de octubre de 1571. La victoria cristiana acabó con la destrucción total de la flota turca. El Papa estableció entonces la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria a la que hoy veneramos como Virgen  del Rosario. 

En octubre de 2002, san Juan Pablo II publicó la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, que comenzaba así: «El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».»

Los obispos de Valencia, Castellón y Orihuela-Alicante nos han convocado para rezar un rosario por la vida bajo el manto de Nuestra Señora de los  Desamparados: en Valencia, el viernes 14 de octubre

domingo, 2 de octubre de 2022

Adauge nobis fidem

 Tener fe es creer y confiar en Dios que no puede engañarse ni engañarnos. 

    Habacuc (primera lectura) tenía fe aunque le tocó vivir muy malos tiempos. Por eso oraba así: «¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas, y gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves? ¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones? ¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia, y surgen disputas y se alzan contiendas?».

    Vemos aquí que, el primer obstáculo contra la fe, es confundir «creer» con «comprender». Si al creyente le preguntas si confía en Dios te dirá que sí. Si le preguntas si entiende a Dios te dirá que no.  

    -¿Crees que Dios es Dios; que es infinitamente bueno y justo y sabio y poderoso y, por todo ello, incapaz de hacer mal a la más pequeña de sus criaturas?» 

    -«Sí, lo creo a pies juntillas y, por eso, lo amo con todo mi corazón». 

    -«Entonces, ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo?». 

    -«No lo sé y, por eso, mi mente no puede hacerle otro obsequio que el de la fe». 

    Habacuc vivió tiempos malísimos pero no se enredó en el mal sino que elevó a Dios una oración de fe. «Hasta cuándo, Señor».

    San Pablo (segunda lectura) había impuesto las manos a Timoteo para hacerlo guía, obispo, de una comunidad cristiana. Imponer las manos (Jesús imponía las manos sobre los niños, y los sacerdotes las imponemos sobre las ofrendas) es un gesto para pedir la efusión del Espíritu Santo. Se llama epíclesis. 

    Pues bien, lo que se espera de un obispo es que confirme en la fe a los que le han sido encomendados. Pero, al parecer, Timoteo era algo tímido. Y aquí está el segundo obstáculo contra la fe: el miedo. 

    Por eso el buen san Pablo nos recuerda a todos los tímidos del mundo católico que «Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza». Y nos recomienda que reavivemos ese don, que no nos avergoncemos de Jesús y que guardemos, como se guarda un tesoro, el buen depósito de la fe. 

    Los discípulos (Evangelio) piden a Jesús: «Auméntanos la fe». 

    Cada vez soy más partidario de las oraciones cortitas. Esta,«auméntanos la fe», me encanta. A Jesús también le gusta. En latín se dice «adauge nobis fidem». 

    Jesús resume toda la historia de Abrahán con la imagen de un árbol -una morera, por más señas- que, obedientísima, en cuanto escucha el mandato de Dios, se desarraiga, sale volando y se planta en medio del mar para seguir allí. tan pancha, dando frutos. 

    Luego les habla de los esclavos. Nadie les pide las cosas por favor. Nadie les da las gracias. Y a todo el mundo le parece de lo más natural del mundo tratar a un esclavo así. 

    Y viene a decirles Jesús: «Yo estoy entre vosotros como un esclavo. Ya sabéis dónde nací y ya veréis dónde y como moriré. Vosotros, amables moreras, estáis arraigados en la tierra y no entendéis eso de que «el justo vivirá de la fe» como no entendéis que una morera pueda echar raíces en el mar.  Pero yo os digo que os basta con un poquito de fe -como un granito de mostaza- para arraigar en el Reino de los Cielos, allí donde reinan los que sirven». 

    La Virgen María no siempre entendía a Jesús aunque siempre guardaba sus palabras y sus gestos, como un tesoro, en el corazón. Sin embargo, cuando Jesús se puso a hablar de árboles plantados en el mar y de esclavos que reinan, entendió perfectamente sus palabras y le dieron un consuelo muy grande. 

domingo, 28 de agosto de 2022

Descansa en paz, amable compañero

Tengo 10 años y, temblando, entro en mi nuevo cole: Retamar.

Me mandan a una aula  en la que somos treinta y pico. Como ni mis condiciones físicas -gafotas y flacucho- ni mi temperamento -tímido e irritable- me habilitan para ser líder, pongo en marcha mis extraordinarias dotes de observación con el objeto de hacer la pelota a cualquiera que pueda hacerme la vida fácil. 

En seguida reparo en un individuo apacible y rubio. No es alto ni bajo: me interesa. No es líder pero tiene un prestigio indiscutible: ordenado, limpísimo, amable y, desde el punto de vista académico, un número uno. Definitivamente, me interesa. 

Se llama Luis Sánchez Socías. Al parecer trata a todos del modo más amistoso sin hacer la pelota a nadie. Cuando digo «a todos» me incluyo y esto me sorprende incluso ahora.

Pasan los años -ocho- y nos despedimos del cole. Como suele ocurrir -dicen que  la distancia es  el olvido- inmediatamente empiezan a borrarse de mi memoria los recuerdos de ese tiempo pero Luis no. Él, incluso en la distancia, sigue siempre presente y no deja de sorprenderme con una felicitación por mi santo o por mi cumpleaños. Acude a mi Primera Misa. A veces nos encontramos -la última vez cenando en casa de un amigo común- y sigue siendo el mismo. Aunque ahora él es Abogado del Estado, se interesa por los detalles de la existencia de un cura de pueblo de tal modo y manera que el cura de pueblo y su ridícula existencia parecen, por un momento, superinteresantes.  

Anoche recibí un  correo de un compañero del cole: «Luis ha tenido un accidente de moto y está muy grave. Rezad por él». Esta mañana he recibido otro de otro compañero: «Nuestro querido Luis ha fallecido a la una de  la madrugada». Luego me han ido llegando otros correos y mensajes de viejos amigos unánimes en su aprecio y admiración hacia ese  cristiano ejemplar, caballero apacible que tan bien sabía tratar a todos. 

Ahora mismo -mientras escribo esto- recibo otro correo de otro viejo condiscípulo.. Creo que escribe desde los EEUU. Dice: «Cada vez que me encontraba con Luis, no importaba el paso del tiempo, me saludaba con un abrazo, una sonrisa y un verdadero cariño. Era un hombre genuino en el sentido más puro de la palabra. Y puramente bueno, como todos sabemos». 

En fin, esta mañana, a las doce y media, he ofrecido la Misa en sufragio por  su alma y he dado gracias a Dios por quien ha sido, hasta ahora y desde hace tantos años, tan buen compañero de camino. 


jueves, 18 de agosto de 2022

¿Puede ser peor?

     El pasado domingo, nuestro Buen Jesús decía que había venido a traer fuego y división. Los que entendieron que aquello era una cosa mala y amenazante deben prepararse para otra peor: el próximo domingo, nuestro Buen Jesús nos dirá que la puerta de la salvación es estrecha.

    Los  que entendieron que el anuncio del domingo  pasado era una cosa mala y amenazante entendieron mal. El fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra no es el de los que se dedican a quemar contenedores y bosques. Robespierre y Lenin quisieron acabar con  el mal del mundo utilizando la guillotina y otros medios más sofisticados y científicos. Naturalmente, y gracias a Dios, fracasaron. Si hubieran triunfado ya no habría ni bien ni mal porque no quedaría en el mundo ni un bicho viviente.

    Jesús, mucho más modesto y realista, no se propuso acabar con el mal en el mundo  y ni siquiera se planteó esa bobada de hacer un mundo mejor. Su propósito fue el de vivir en este mundo como un cordero entre lobos. Lo consiguió y venció a los lobos. Y esa  fue la división que vino a traer:  la división entre lobos y corderos, entre el bien y el mal. Vino a decir que no es posible el matrimonio entre el Cielo y el Inferno y que, si no debemos separar lo que Dios ha unido, tampoco debemos unir lo que Dios ha separado.

    A mí no me preocupan tanto los Robespierre y los Lenin, tipos admirables por su  empeño, cuanto el pensamiento de que el Buen Jesús -que se dejó la piel viviendo como un cordero entre lobos- no nos ha dejado en el Evangelio  una fórmula para entrar en el Reino de los Cielos sin que nos dejemos la piel -o la mano derecha, o el ojo derecho, o la vida- en el intento. 

    Me preocupa porque, la verdad, amo esta vida que tengo y no quisiera perderla por una nonada. No  tengo ni una pizca de revolucionario, lo confieso. Por eso mismo el Evangelio del domingo pasado no me parece una mala noticia ni una cosa amenazante sino el  alegre anuncio  de que, aunque no podemos ni debemos intentar acabar con el mal en  el mundo, podemos vivir como ovejas entre lobos sin convertirnos en lobos y, por ese camino, vencer a  los lobos. Me parece una promesa creíble.

    Lo peor, a primera vista, es lo del  domingo que viene: la puerta es estrecha, muchos intentarán entrar y no podrán.

    Convencido como estoy de que el Evangelio es una Buena Noticia trataré de entenderlo así. Pero, ¿puede entenderse así, como buena noticia, una palabra que dice que la puerta es estrecha y que muchos intentarán entrar y no podrán?

    No me convencen mucho esos hermanos míos sacerdotes que lo solucionan todo diciendo que no hay infierno, que todos nos salvaremos y que cuando Jesús hablaba de la puerta estrecha solamente pretendía asustar e intimidar un poco a los fariseos. Y no me convencen porque (aparte de que es una herejía) me parece que alguien que abraza algo tan horrible como una muerte de Cruz y nos anima a hacer lo mismo no puede estar bromeando.

    Me convence más el mismo Jesús. Él es  la puerta. Es una puerta abierta para todos. Para  que todos podamos entrar por ella se hace hombre en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Quiere que  todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Pero -y aquí lo mejor de la noticia- no es solamente que lo quiera, es que lo puede hacer. Puede -porque es  Dios- hacer que todos nos salvemos y  lleguemos al conocimiento de la Verdad. Lo que no puede hacer -porque es Dios- es que nos salvemos sin conocer la Verdad. Lo que no puede hacer -porque es Dios Veraz- es que nos salvemos engañados.  No puede engañarse ni engañarnos. Por  eso, cuando le preguntan si serán pocos los que se salven, no pretende engañarnos ni asustarnos sino ponernos en el camino -ciertamente difícil para el hombre pecador- de la Verdad. 

    El tropel de los que gritan «ábrenos la puerta» retrata a la masa de los que pasamos la vida mirándonos el ombligo cada vez más fijamente.  «Yo he sido bueno». «Yo he sido». «Yo merezco». «Yo». 

    La Buena Noticia es que basta con decir «No soy digno de  que entres en mi casa  y, mucho menos, pretendo entrar en el Cielo tal como estoy, pero sé que una palabra tuya bastará para sanar mi alma». 

Los santos de la puerta de al lado

El Papa Francisco ha hablado de los santos de la puerta de al lado: hombres, mujeres y niños que viven entre nosotros, como vivían Santa María y San José entre los vecinos de Nazaret, sin llamar la atención, trabajando y rezando en silencio ante la mirada de Dios. 

No pensemos solo —ha escrito el Papa— en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente». 

Ese pueblo de Dios es la Iglesia Católica. Hay en ella, como ha habido siempre, mártires y doctores,  pero el Papa nos invita a contemplar la santidad en la vida ordinaria de esos padres que educan con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad».

Hombres y mujeres, sanos y enfermos, religiosos y seglares que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios. 

¿Conocemos a esos santos de la puerta de al lado? Están entre nosotros. Si no los conocemos es posible que —entretenidos con los medios de comunicación y enredados en las redes sociales— hayamos dejado de prestar atención a esos signos de la presencia de Dios que son los santos de la calle. 

El Papa nos pide que nos dejemos estimular por los signos de santidad que el Señor nos presenta a través de los más humildes miembros de ese pueblo que «participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad»

Esos santos de la puerta de al lado no aparecen en la televisión y, si aparecieran, provocarían burlas o bostezos en el público que busca espectáculo. Sus nombres no aparecen ni aparecerán en los libros de historia pero ellos, llevando la Cruz de Cristo y siguiendo sus pasos, son la levadura que hace fermentar toda la masa.

El 9 de agosto hemos celebrado el martirio de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, una carmelita sabia que escribió: «En la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado».

Precisamente entonces, el día en que todo lo oculto será revelado, comprenderemos que Dios siempre estuvo entre nosotros y que la santidad —el más bello rostro de la Iglesia— estaba en la puerta de al lado, llenando de luz el mundo.

viernes, 5 de agosto de 2022

Pedir perdón: remedio o buen ejemplo de cortesía

 A veces no hay  más remedio que pedir perdón. 

Uno ha recibido la bendición de unos padres excelentes y de unos hermanos que han sido la gloria de  sus padres. Pero resulta que uno, oveja negra de la familia, ha hecho sufrir a todos. En este caso no hay  más remedio que arrojarse --llorando-- a los pies  de la parentela para suplicar su perdón.

Así yo mismo, si tuviera valor, me arrojaría a los pies de mis padres y de mis hermanos y de  mis amigos. En cierto modo lo hago cada vez que empiezo la Misa diciendo: Yo confieso ante Dios Todopoderoso  y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho etc.

Otras veces el pedir perdón no remedia nada pero es un buen ejemplo de cortesía y de cristiana caridad. 

Uno, sin querer, empuja a otro y le dice: ¡Perdón, caballero! 

¿Se ve la diferencia?

Al grano.

Cuando yo confieso mis pecados y  pido perdón por ellos, Dios los remedia. Cuando los amables Papas piden perdón por los atropellos de la Iglesia besando la mano de los tataranietos del atropellado  están diciendo: ¡Perdón, caballero! Y entonces se  ve si el tataranieto del atropellado es un caballero o un bandido. 

Conclusión: Por  bandidos que sean el atropellado y su tataranieto, siempre hay que pedir perdón. Quizá no remedie nada a corto  plazo pero, a la larga, ese empeño del caballero cristiano civiliza y, lo más importante, puede salvar  -o, al menos, hacer pensar- al tataranieto del atropellado. 

lunes, 1 de agosto de 2022

Veamos: el peligro de las riquezas

 domingo, 31 de julio de 2022

Pero, antes, una confesión.

A veces —no todos los días, ni todas las semanas, ni siquiera todos los meses— mi amigo Wilder y yo compramos un boleto de «rasca y gana». Cuesta un euro y pueden tocarte hasta diez mil euros. ¡Gran negocio si toca! Pero nunca nos ha tocado. Alguna vez nos ha salido un premio de un euro —lo apostado— y, codiciosos, lo hemos vuelto a jugar y lo hemos perdido.

Hecha la confesión pasemos al asunto del peligro de las riquezas del que muchas veces habla Jesús.

En la parábola del pobre Lázaro —que pasaba necesidad tirado ante la puerta de un hombre rico— Jesús señala el primer peligro de las riquezas: que pueden convertir al rico en responsable de la desgracia y de la muerte del pobre. 

Pero en la parábola de este domingo —que podría llamarse «parábola del rico idiota»— se nos advierte contra un peligro más común: el peligro de que las riquezas nos vuelvan estúpidos; incapaces para comprender lo que realmente vale, incapaces para adquirir sabiduría, incapaces para participar en los bienes del Cielo. 

Muy resumidamente —Jesús lo contaba mejor— la parábola va de un rico al que le toca la lotería en forma de gran cosecha. Inmediatamente se le plantea el típico problema de rico: tiene tanto grano que no le cabe en sus graneros. Decide derribar sus graneros, construir otros más modernos y entregarse a la vida muelle. Pero ese  mismo día se  muere y Dios sentencia: «has sido un tonto». 

Bien. Este peligro nos acecha a todos. Las riquezas pueden hacer estúpido a un niño, volviéndolo malcriado, o a un joven volviéndolo petulante. Todo esto lo sé por propia experiencia. Y lo que puede hacer estúpido a un niño o a un joven también puede hacer estúpido a un cura y a un anciano. 

Es posible que a usted y a mí nunca nos haya tocado el premio del «rasca y gana» pero en eso que se llama «la lotería de la vida» hemos sido muy afortunados. 

Podemos hacer dos cosas. 

Una: dar gracias a Dios y compartir nuestra alegría con los demás. Será la prueba de que las riquezas que nos han caído del Cielo no nos han vuelto idiotas. 

Otra: no dar gracias a nadie y enredarnos con los típicos problemas de los ricos. Será la prueba de que nos hemos vuelto estúpidos. «Así —dice Jesús—los que acumulan bienes para sí y no son ricos ante Dios». 

¿Puede alguien ser rico ante Dios?. ¡Oh sí! Mirad a la Virgen María. Dios la mira y se complace en Ella. Ella es rica ante Dios porque lo ha recibido todo de Él con gratitud y nos lo ha entregado a nosotros. 

¿Algún ejemplo más? Pues sí, mirad: antes que María, el mismo Cristo que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. 

¿Más ejemplos? Hoy, si no fuera domingo, estaríamos celebrando a San Ignacio de Loyola. Y no hay suficientes días en el año ni en la eternidad para celebrar a  los santos que, por el Reino de los Cielos, mirando a Jesús y a María y al glorioso Patriarca San José, alcanzaron, en esta vida, la sabiduría que conduce a la eterna. 

viernes, 1 de julio de 2022

Una conversación muy trascendente

 -¿Qué hora es?

-Mira: las nueve menos cuarto.

-¿Te apetece cenar algo? 

-Ya he cenado, gracias.

-¿Qué has cenado?

-Tostadas untadas con queso de Filadelfia. Entrambas he puesto una tortilla de un huevo y dos rodajillas de chorizo de Pamplona.

-¿Tiempo de preparación?

-Diez minutos. 

-¿Grado de satisfacción?

-Muy alto.

-Y ¿qué vas a hacer ahora?

-Terminar de escribir esto.

-¿Y luego?

-Luego veré una peli que me ha recomendado mi sobrino J.V.P.

-¿Qué peli?

-«Apolo 10 1/2: Una infancia espacial». 

-Ah. 

-¿Ya has leído la Carta «Desiderio desideravi». 

-Sí.

-Ah. 


viernes, 22 de abril de 2022

Hope for the World

viernes, 22 de abril de 2022

 (Víspera de san Jorge)


Es el título del libro que acabo de zamparme y en el que Guillaume d’Alançon hace preguntas y Raymond Leo, cardenal Burke, responde amablemente. 

¿Quién es Guillaume d’Alançon? No tengo ni idea. Solamente sé que es francés y que pregunta muy bien. 

¿Quien es el cardenal Burke? Es difícil saber quién es alguien si uno —como yo— no lo conoce. Pero, en la primera página del libro, él mismo se presenta así:


«Soy un americano, hijo de un granjero, de ascendencia irlandesa. Mi abuela paterna dejó su hogar en Cullen, County Cork, Irlanda, a finales de los ochenta del siglo XIX. Uno de mis bisabuelos paternos había emigrado de Ballgryffin, County Tipperary, Irlanda, a principios del XIX. 

La familia de mi madre vino de Inglaterra bastante antes. Eran protestantes. Mi madre creció en la Iglesia Baptista de América. Su madre, única de mis abuelos a la que conocí aunque murió cuando yo tenía seis años, fue una cristiana piadosa con quien mi madre estuvo muy unida. Cuando mis padres se casaron,  mi madre se sintió atraída por la fe católica y fue introducida en las verdades de la fe por un excelente sacerdote irlandés, el Padre Bernard McKevitt, rector de la parroquia de mi padre. Mi madre profundizó en la fe católica y jugó un papel decisivo a la hora de transmitirla a mis hermanos, a mis hermanas y, también, a mí. Yo, que había observado desde niño su amplio conocimiento de la fe y la firmeza de su práctica, me sorprendí cuando supe que no había sido católica siempre. Ella misma, a la horade su muerte, alabó al Padre McKevitt por el modo en que la había preparado para entrar en la total comunión con la fe católica. También manifestó siempre una profunda gratitud por la fe de sus padres que la  dispuso a encontrar la plenitud de esa fe en la Iglesia Católica». 


Me parece todo un modelo de autopresentación. Apenas habla de sí mismo. Se da a conocer por su patria, por su familia y por su fe. 


¿Me ha encantado el libro? Sí, me ha encantado. ¿Lo recomiendo? Sí, lo recomiendo. Mañana es el día del libro.

jueves, 21 de abril de 2022

¿Es usted feliz, oiga?

jueves, 21 de abril de 2022


A decir verdad, oiga usted, raras veces me pregunto tal cosa y eso mismo me inclina a responder que soy un ser humano afortunado.

De todas formas voy a tratar de responder a su pregunta.

Verá usted: en primer lugar —de verdad lo digo— no estoy muy satisfecho de mí mismo. Nunca me ha ido bien con los exámenes. Los de la escuela son cosa pasada pero ese examen diario de mi conciencia a duras penas lo paso, alguna vez que otra, por los pelos, con un cinco raspado. Con franqueza se lo digo: no soy lo que se  llama un tipo ejemplar.

Si usted es de los que piensan que estar satisfecho de uno mismo es la clave de la felicidad llámeme «infeliz». Pero le diré una cosa: mi insatisfacción conmigo mismo no solamente no me impide considerarme un tipo afortunado sino que —de verdad lo digo— es la clave de mi satisfacción con todo lo demás.

Pongamos el ejemplo de mis padres. Son dos seres humanos a los que no cambiaría por nada del mundo. ¿Estoy satisfecho de ellos? Aquí, lo siento, la palabra «satisfacción» no me parece apropiada. A usted le digo que, cada día que pasa, los recuerdo con más admiración y que, si no supe agradecerles sus regalos fue porque nadie en el mundo —a menos que fuera alguien mejor que ellos— sabría hacerlo. Soy un tipo afortunado. 

Pongamos el ejemplo de mis hermanos. Son doce seres humanos a los que no cambiaría por nada del mundo. Soy un tipo afortunado. 

Podríamos seguir poniendo ejemplos con mis sobrinos —una multitud incontable— con mis sobrino nietos, con mis amigos, con mis vecinos, con los tiempos y los lugares en que me ha tocado vivir, con los papas y obispos y sacerdotes que me han caído en suerte, con mi lujoso Seat León y mis demás propiedades materiales, con la casa parroquial en la que habito y con el día de hoy en Alicante —soleado, fresco, amable— … La conclusión sería siempre la misma: soy un tipo afortunado a quien todo se le ha regalado.

¿Satisfecho de mí mismo? Pues no, la verdad. Pero, por eso mismo, ¡qué contento!

domingo, 17 de abril de 2022

Vigilia pascual 2022

 sábado, 16 de abril de 2022

El cuerpo muerto de Jesús estaba envuelto en un sudario, enrollado con vendas y encerrado en un sepulcro cuya entrada estaba tapada con una piedra que solo con mucho esfuerzo podrían movervarios hombres fuertes.

El cuerpo glorioso y resucitado del Señor salió del sepulcro como había salido del vientre de santa María su cuerpo pasible y mortal: ni rasgó el sudario ni rompió las vendas, y atravesó la roca como la luz del sol atraviesa el cristal. 

Cuando Nuestro Señor fue a resucitar a Lázaro, hubo que abrir la sepultura, olía a corrupción y, una vez resucitado, tuvieron que desatar sus vendas para que pudiera caminar.

Nadie tuvo que desatar a Jesús resucitado. Cuando, al amanecer del primer día de la semana hubo un terremoto y los guardias —antes de de quedar como muertos— vieron un ángel como un relámpago que se sentaba sobre la piedra, el sepulcro se abrió no para que saliera Jesús sino para que, primero las mujeres y, luego, los apóstoles, pudieran entrar en él, ver, creer y salir a anunciar lo que habían visto. 

No olía a corrupción el sepulcro de Cristo, sino al mismo perfume con el que María había ungido en Betania los pies del Maestro y cuya fragancia había llenado toda la casa. 

El sepulcro de Cristo se abrió para que la primera Iglesia pudiera entrar en él y llevar luego por todo el mundo, con la Buena Nueva del la Resurrección, el buen olor de Cristo.

Esto celebramos hoy con alegría. 

¡Feliz Pascua!


martes, 12 de abril de 2022

Mira lo que te digo

 lunes, 11 de abril de 2022

«Mira lo que te digo: hay tanta gente de oro que se cree basura por culpa de gente basura que se cree de oro que es súper injusto. Piénsalo».

La frase está tomada de Instagram. Me ha  llegado al corazón. El ser humano que la ha dejado allí —un varón con aspecto de persona honrada— probablemente necesitaba desahogarse o, quizá, quería animar a otra persona amada y deprimida. Inmediatamente he sentido simpatía hacia él y me he identificado con la gente de oro que se siente basura por culpa de la gente basura. 

Después de pensarlo un poco sigo sintiendo simpatía por él pero ya no me identifico con la gente de oro que se siente basura por culpa de la gente basura que  se siente de oro.

Después de pensarlo un poco digo:

1. La gente —los seres humanos—  ni somos de oro ni somos basura.

2. Podemos «sentir» que somos de oro o que somos basura pero sentirse así no es ser así. 

3. Cada vez que me percibo como ser áureo,  y  cada vez que  me percibo como basura, sé que yerro. 

4. Cuando me percibo como ser áureo sé que yerro pero me alegro y no busco culpables.

5. Cuando me percibo como basura me enojo y busco culpables y los persigo, y los atrapo, y los juzgo y los condeno: ¡basura!

6. Cada vez que contemplo la Cruz de Cristo veo a uno que ha sido condenado por mí —y por ti, querido hermano— como basura. 

7. Cada vez que contemplo  la Cruz de Cristo veo un corazón humano que  ni es de oro —sangra— ni es basura porque lo perdona todo del modo más gentil. No muere diciendo «perdona a esta chusma» o «perdona a estos corazones de oro». Muere implorando el perdón para todos. 

lunes, 4 de abril de 2022

La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como lo asediaban con sus preguntas, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». 

El silencio de Jesús es inquietante para quien pregunta y ya tiene preparada una objeción a cualquier respuesta como en Twitter. Por eso dice el evangelista que lo asediaban con sus preguntas

La impaciencia es mala. Estaban deseando que respondiera para seguir discutiendo como en Twitter. El silencio, en general, nos fastidia cuando estamos más interesados en discutir que en pensar. Cuando Jesús dice: «el que esté libre de pecado, tire la primera piedra» les rompe el esquema. 

La mujer está sola ante Dios con su pecado mientras ellos son un grupo. Cada uno de sus acusadores cree que puede refugiarse en el anonimato. Pero Jesús no responde al grupo, a la masa anónima que se refugia en la Ley sin dar la cara, sino que apela a la conciencia de cada uno de ellos. No les dice que la Ley es mala, les pregunta: ¿Alguno de vosotros es tan santo que no necesita misericordia o perdón además de Ley? 

Nadie podrá decir que Jesús aprueba el adulterio —gran violencia— o que recomienda la lapidación de los adúlteros, o que condena el Derecho Penal o el Código de Derecho Canónico porque ha venido  a abolir la Ley. 

Hay que ser muy complicado para no entender esa sencilla caridad de una madre y de un padre que quieren, de verdad, a su hijos —al adúltero y al de la liga contra el adulterio, al acohólico y al de la liga antialcohólica— hasta el punto de dar la vida por ellos. Es la sencilla verdad que se expresa en la parábola del hijo pródigo.

Ya sé, ya sé que ustedes, impacientes lectores solamente quieren saber qué diablos escribió Jesús en el suelo del Templo de Jerusalén al amanecer de aquel día glorioso. La impaciencia es mala, impaciente lector.  ¡Viva la parsimonia!

domingo, 3 de abril de 2022

Perdonar

 domingo, 3 de abril de 2022

¿Qué es perdonar? 

Perdonar es seguir queriendo y seguir haciendo el bien a quien nos ha hecho algo malo. 

Dios es amor y el amor lo perdona todo. 

Nosotros no somos Dios pero somos hijos de Dios y Dios, nuestro Padre, está empeñado en que aprendamos a perdonar para que nos parezcamos a Él.

El domingo pasado, Jesús nos contaba la parábola del hijo pródigo. Allí aparecían un padre buenísimo, imagen de Dios, unos criados obedientes, imagen de los santos, y dos hijos que lo tenían todo y que no eran felices porque ni querían a su padre, ni querían a sus criados ni se querían entre ellos. Esos hijos no querían a su padre, pero su padre sí los quería a ellos. Cuando el hijo pequeño volvió a casa su padre lo abrazó y lo besó. Y, cuando el  mayor se enfadó con su padre su padre no se  enfadó con él. 

Nosotros nos enfadamos con Dios y con nuestros hermanos. Y es normal, porque no somos Dios. Pero, a veces, cuando nos enfadamos, hacemos y decimos cosas que no están bien. Y eso no es normal, porque somos hijos de Dios y tenemos que aprender a seguir bendiciendo a Dios incluso cuando estamos enfadados con Él sin razón. 

Uno se enfada con Dios y empieza a blasfemar y a decir cosas horribles contra Dios. Otro se enfada con Dios y decide que ya no va a volver a Misa. Cuando hacemos esas cosas somos dignos de lástima y Dios nos mira con pena. 

  Uno se enfada con su hermano y ya no lo saluda por  la calle. Otro se enfada con su hermano y empieza a hablar mal de él o intenta hacerle daño y humillarlo. Cuando hacemos esas  cosas somos dignos de lástima.

¿Qué hace Jesús con los pecadores, o sea, con nosotros?

Jesús, hombre como nosotros, también se enfadaba a veces. Enfadarse no es malo. Pero en Jesús no hay pecado. Por eso Jesús nunca se enfadó con su Padre Dios, y cuando se enfadó con nosotros, los hombres,  ni se enfadó por una tontería ni nos retiró el saludo ni nos deseó ni nos hizo ningún mal. Al contrario, rezó por nosotros y nos enseñó rezar así: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». 

Cuando llevaron ante Él a una mujer pecadora Jesús dijo a los acusadores: «el que esté libre de pecado, tire la primera piedra». Lo dijo para que nosotros, que muchas veces nos enfadamos por tonterías dejemos de enfadarnos por tonterías. Y lo dijo para que nosotros, que a veces, como Él nos enfadamos con razón, aprendamos a perdonar y sigamos haciendo el bien al que nos ha hecho algún mal. 

Como estamos en Cuaresma tendríamos que ir todos a confesarnos. Jesús nos dirá, como le dijo a esa mujer pecadora: «No te condeno, vete y no peques más». 

Aprenderemos a perdonarnos unos a otros. Ya no nos enfadaremos por tonterías y, cuando nos enfademos con razón, nos acordaremos de Jesús y de la Virgen María y empezaremos a tener paciencia y a hacer el bien a todos. 

sábado, 26 de marzo de 2022

El hijo pródigo

 domingo, 27 de marzo de 2022

La parábola del hijo pródigo nos presenta, ante todo, a un padre buenísimo. Es un hombre rico que tiene jornaleros, criados y dos hijos, y que trata bien a todos. Ese hombre bueno de la parábola es una imagen de Dios.

Aparecen también los siervos: unos criados obedientes que hacen todo lo que les manda su señor. Trabajan y viven agradecidos porque no les falta el alimento ni el vestido ni el amor de su señor. En esos siervos buenos y obedientes podemos ver a los santos. Son los que trabajan en la viña del Señor sin quejas, con humildad y agradecimiento, sin buscar reconocimiento, aplausos o premios. Ellos viven contentos con su Dios y Señor y son los mejores hijos de Dios.

La parábola nos habla, finalmente, de dos hijos que lo tienen todo pero no son felices. Y en esos dos hijos, amable hermano, podemos vernos retratados tú y yo. 

Uno de ellos, el mayor, es un tipo serio. Él se cree muy responsable, muy trabajador, muy cumplidor y obediente. No solamente se lo cree sino que presume de eso: «porque yo, yo, yo… ¡tantos años sirviéndote sin desobedecer jamás una orden tuya!». Sí, se cree muy bueno pero es bastante ruin. Tanto que se atreve a echarle en cara su padre: «nunca me has hecho una fiesta». Es un pelma que ni ama a su padre ni ama a su hermano y que habla de ambos con desprecio: «ese hijo tuyo».

Sí, hermano, en ese gruñón podemos vernos retratados tú y yo —hijos de Dios— cuando no nos queremos, cuando nos echamos en cara nuestros pecados y vivimos pensando que somos buenísimos y que merecemos más de lo que tenemos. 

El otro, el menor, es un tipo frívolo. Él se cree muy simpático y muy listo; se cree capaz de conquistar el mundo pero ni es simpático ni va conquistar el mundo. Es un pelma que solamente piensa en divertirse. Su padre, su hermano y sus criados lo aburren mucho, así que le dice a su padre: «dame la parte de la herencia que me corresponde». Luego se va de casa, lo malgasta todo, se arruina, empieza a pasar hambre y solamente entonces empieza a  echar de menos a su padre y la casa que ha dejado. 

Sí, hermano, en ese frívolo podemos vernos retratados tú y yo —hijos de Dios— cuando no nos queremos y cuando pensamos que, lo único que necesitamos para ser felices, es librarnos de Dios y de nuestros hermanos y, así, poder hacer, en cada momento, nuestro capricho. 

Estamos en Cuaresma. Con esta parábola, Jesús nos llama a la conversión. Ha llegado el momento de que tú y yo volvamos a la Casa del Padre donde nos esperan Dios, con los brazos abiertos, y sus servidores, los santos, no para echarnos en cara nuestras faltas sino para prepararnos una fiesta. 

Solamente hace falta esto: que reconozcamos a nuestro Padre común y nos dejemos abrazar por Él en el sacramento de la penitencia; que nos reconozcamos como hermanos y -muy importante- que, en adelante, aprendamos de los santos, de los que sirven al Señor y al prójimo con humildad y alegría. Porque esos son los verdaderos hijos de Dios. Con razón llaman «reina» a santa María que responde a la embajada del ángel: «Aquí está la esclava del Señor».

viernes, 25 de marzo de 2022

Solemnidad no de precepto

Jueves 24 de marzo

10:45

Llego a cierto colegio deAlicante para celebrar la Misa de 10:45. El capellán me recibe con los brazos abiertos.  

11:29 

Terminada la acción de gracias después de la Misa, el capellán me invita a un café. Yo, cura de pueblo, le ruego que me permita echarle un vistazo a la epacta porque me ha asaltado una duda. Resulta que esta tarde -víspera de la Anunciación- tengo un entierro en la parroquia: ¿puedo celebrar Misa de Exequias?

El capellán, presbítero sabio y santo donde los haya, me ataja conduciéndome a la cafetería del colegio: «¿Qué más da lo que diga la epacta? Lo que importa en una parroquia es enterrar a los muertos cuando se han muerto». 

Muy confortado por esas palabras, lo sigo hasta la cafetería. 

12:30

Llego a la Biblioteca Sacerdotal. 

13:30

Acabado el Círculo sacerdotal al que asisto en religioso silencio, comienza la tertulia sacerdotal. Me atrevo a preguntar si alguien sabe si se puede celebrar Misa de Exequias en la víspera de la Encarnación y se desata una tormenta de opiniones contradictorias. Al mismo tiempo me arrepiento de haber abierto la boca y me acuerdo de que puedo consultar la epacta  en mi teléfono, un iPad. 

Consulto la epacta en mi teléfono. Tendría que haber empezado por ahí. Dice la epacta que la Misa de Exequias se puede celebrar en las solemnidades que no son de precepto.

17:30

Víspera de la Encarnación, solemnidad no de precepto. Celebro en San Miguel la Misa Exequial de un ser humano fallecido ayer. Me asiste un diácono permanente revestido con dalmática negra. 

18:15

Terminada la acción de gracias después de la Misa Exequial, empieza la reunión ordinaria del Consejo de Pastoral. 

19:00

Terminada la reunión ordinaria del Consejo de Pastoral, voy a dar la unción de enfermos y el viático a un ser humano. 

20:00

Vísperas de la Encarnación. Solemnidad no de precepto. La salmodia del Oficio empieza así: 

Laudate, pueri Domini, laudate nomen Domini. 

lunes, 21 de marzo de 2022

San Miguel 1722-2022

 domingo, 20 de marzo de 2022


Don-dilón, don-dilón, don-dilón-dilón…

¿Por qué voltean las campanas deSan Miguel? Voltean porque la parroquia fue erigida hace 300 años y el obispo acaba de llegar. 

¿Es el que viene al volante de ese automóvil? El mismo. 

Veamos: el párroco —vestido con una sotana que le viene un poco corta y revestido con un roquete que le viene muy grande— sale al encuentro del obispo llevando en la mano el acetre lleno de agua bendita. Veo un hisopo dentro del acetre. 

¿Sonríe el obispo? Sí, sonríe y rocía al párroco con agua bendita. Inmediatamente —don-dilón, don-dilón, don-dilón-dilón— saluda al diácono permanente —don David Olivares— y  a los presbíteros que van a concelebrar con él: don Rafael Mora y don Francisco Román. 

Ahora el párroco y el diácono —don-dilón, don-dilón, don-dilón-dilón— avanzan por la vía sacra. Los sigue el obispo que saluda y es saludado por los amables feligreses. El obispo se  arrodilla en un reclinatorio y adora al Santísimo Sacramento. Joan detiene el volteo. Silencio. 

Mira, el obispo se ha levantado y sigue al párroco hasta la sacristía. ¿De qué van a hablar? El párroco le va a preguntar al obispo que qué Plegaria Eucarística quiere rezar y el obispo le va a decir que la tercera. Luego el párroco le va a decir al obispo que si le parece bien que se use el incienso solamente en la procesión de entrada y el obispo le va a decir que le parece de perlas. Luego el párroco le va a preguntar que si quiere que el diácono invite a los fieles a darse fraternalmente  la paz en el rito de la paz y el obispo le va a decir que sí. ¿Nada más? Sí, algo más. El párroco le va a decir al obispo que ha preparado una sacristía en la capilla de las confesiones para que se revista. 

Mira, ya salen de la sacristía. ¿De que habrán hablado?

Ahora el obispo se está revistiendo y, mira: el párroco sube al ambón. ¿Qué va a decir?

Va a decir: «El obispo ha llegado sano y salvo, gracias a Dios, y vamos a empezar enseguida. Muchos os estáis preguntando que por qué ha desaparecido  la hermosa Cruz que suele estar junto al altar. No la hemos quitado porque haya venido el obispo sino  porque se ha roto una rueda de la peana que hizo el herrero. Aprovecho para rogar a los que podáis hacerlo que habléis con el herrero. A ver si para la Semana Santa podemos tener otra vez en el presbiterio la hermosa Cruz de siempre». Eso va a decir el párroco. 

Mira: ahora el párroco vuelve a la capilla de las confesiones. Vayamos tras él para ver qué se cuece allí. 

El diácono presenta el incensario ante el obispo y el párroco abre la naveta repleta de oloroso incienso. El obispo pone el  incienso en el incensario y lo bendice. Una fragancia como de oloroso incienso empieza a llenar toda la Casa. El párroco hace una señal a la directora del Coro, doña Delia. Doña Delia hace una señal al coro y empieza el canto de entrada: «Ven a celebrar el amor de Dios». 

El párroco hace una señal al diácono y el diácono abre la procesión de entrada con el incensario humeante. Lo siguen los amables concelebrantes y, a ellos, el obispo revestido con ornamentos morados, porque estamos en Cuaresma, y armado con el báculo del pastor y tocado con la mitra que añade a su estatura unos veinte centímetros y nos invita a mirar hacia el Cielo.

Ahora el diácono se inclina ante el Santísimo Sacramento. Ved que no hace una genuflexión porque nadie debe hacer genuflexiones si lleva cosas en las manos. Pero ved cómo, después, el obispo, que lleva el báculo en la mano izquierda, y los concelebrantes, que llevan las manos juntas, hacen una genuflexión ante el Santísimo. Y así queda claro que la primera función del báculo es servir de apoyo al obispo cuando adora a Dios. 

Ya están ante el altar. El obispo se despoja de la mitra y del báculo porque va a besar y a abrazar el altar como quien abraza y besa a Cristo y porque va a rodear el altar perfumándolo con incienso como quien perfuma el mundo en el que Cristo se encarnó, se ofreció, murió y resucitó. 

Vedlo y oídlo. Porque aún se oye el canto de entrada. 

La Misa sigue como de costumbre. «En el Nombre del Padre…». Y una monición del obispo que se encomienda a San Miguel porque sabe que, desde el momento en que roció con agua bendita al párroco en la puerta de la iglesia, ha comenzado una batalla contra el diablo. «Y la frontera que  nos divide —dice el obispo— no está fuera de nosotros sino dentro: en nuestro corazón. No pensemos — sigue la monición del obispo dando en el clavo— que fuera están los malos y aquí están los buenos. Conversión es lo que pedimos con nuestro acto de contrición». 

Vaya. Ahora el obispo confiesa públicamente ante Dios Todopoderoso y ante nosotros —nos llama «hermanos»— que ha pecado mucho. Hasta el párroco se une a su confesión y suplica a los hermanos que rueguen por él. 

Andrés, el organista, incoa el Kyrie de la Misa de Angelis. Nos unimos con entusiasmo a esa súplica de perdón. El obispo hace la oración colecta suplicando al Buen Dios que mire nuestra pequeñez y nos levante un poco con su Misericordia. 

Luego el obispo se sienta en la sede y don Francisco Román le ofrece la mitra. 

Todos vamos a escuchar la palabra de Dios, sentados. Pero solamente hay uno que escucha la palabra de Dios sentado en la sede. Hoy, el que está sentado en la sede es el obispo. La mitra que lleva sobre su cabeza nos invita a mirar a Cielo mientras Teresa proclama la primera lectura que habla de Moisés y de su suegro,  Jetró, sacerdote de  Madián, y de la zarza ardiente. 

¿Y el salmo? El salmo viene después de la primera lectura. «Bendice, alma mía al Señor». Oíd cómo responden todos, cantando: «El Señor es compasivo y misericordioso». 

Doña Nati proclama la lectura de san Pablo que nos dice que quien bebe de la Roca que es Cristo y luego anda murmurando no debe sentirse seguro por beber de la Roca y es muy posible que caiga por murmurar.

Ahora el coro empieza a cantar «Tu Palabra me da vida» y el diácono se levanta y se inclina ante el obispo suplicando que lo bendiga  para que pueda proclamar dignamente el Evangelio. Y el obispo, obediente, lo bendice y se quita la mitra y se pone de pie, porque va a escuchar el Evangelio, y vuelve a tomar el báculo para apoyarse y apoyarnos en Dios. Y el diácono proclama dignamente el Evangelio de la higuera. 

Mira, ahora el obispo deja el báculo y se pone otra vez la mitra. Eso quiere decir que va a hablar y que nosotros tenemos que escuchar mirando al Cielo. Y el obispo empieza a hablarnos de cosas del Cielo y de Cristo que es el Cielo en la tierra. Dice que a Jesús le  encanta estar con los niños, que durante los trescientos años que cumple la parroquia han pasado cosas maravillosas en la parroquia y que…

Pero mira. Hay más de treinta niños delante del obispo. Lo están mirando. Atentamente. 

…y que, durante trescientos años, mucha gente ha entrado en esta parroquia y ha salido de aquí mejor de lo que ha entrado porque han escuchado la Palabra de Dios que nos llama a la conversión y a la vida eterna. Y que ni los buenos son los que nos caen bien ni los malos son los que nos caen mal porque todos necesitamos conversión. Y que hay tres panes —el de trigo, el de cultura y el de la Eucaristía— que hacen crecer a los niños en estatura, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres. Y que esos tres panes se han dado en esta parroquia durante trescientos años. Y que, en resumen, no hay otro modo de ser feliz que ser santo. 

Vaya ¡se acabó la homilía! El obispo canta «Credo in unum Deum» que es el Credo de toda la vida. Y, cuando llega a lo de la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen María, se inclina. Y eso quiere decir que todos debemos inclinarnos en esa parte del Credo. 

Ahora empieza la Oración de los Fieles. El diácono nos invita a rogar por lo que interesa y todos cantamos: «Te rogamos, óyenos». 

Oíd. El coro empieza a cantar y —ved— los niños llevan las ofrendas al obispo y el obispo las recibe sonriendo y diciendo, oíd: «¡Qué bien, qué bien!».

Y va a empezar la Liturgia Eucarística. El obispo se quita el solideo y dice «El Señor esté con vosotros». Y la Misa sigue como de costumbre. «Sanctus» que quiere decir «Santo es el Señor Dios del Universo». Y las campanillas que agita en diácono porque viene la consagración y tenemos que arrodillarnos ante el Señor que viene. Y el diácono nos invita a darnos fraternalmente la paz de lo cual resulta un caos amable de abrazos etc. 

Ahora el «Agnus Dei» que quiere decir  «Cordero de Dios». Y la comunión. Y el coro empieza a cantar el «Tú Señor me llamas». Los niños que van a hacer la primera comunión en mayo se acercan para recibir la bendición del obispo. «Tú has venido a la orilla». 

Muy bien. Ha terminado el rito de la Comunión. El obispo se ha sentado y todos están el silencio. 

Mirad, el párroco baja del presbiterio. 

Oíd, el organista incoa una melodía que parece un canto eucarístico famoso en el norte de Españita. Oíd, el párroco y el organista empiezan a cantar en vasco una alabanza a Jesús Sacramentado. 

Mirad: el obispo, que ha estado sonriendo durante toda la Misa ya no sonríe, se ha echado a reír. 

martes, 15 de febrero de 2022

Crónica de Orihuela (II)

sábado, 12 de febrero de 2022


Ha venido usted aquí para leer esta «Crónica de Orihuela II» porque arde usted en deseos de saber cómo acabó la gran fiesta. Muy, bien. 

        Pero antes debo contar cómo siguió. Y siguió así de bien. 

La catedral de El Salvador estaba limpísima, lindísima y abarrotada. Pero aún había más gente fuera, dispuesta a seguir la ceremonia desde unas pantallas que no eran gigantescas pero sí muy grandes. Yo encontré un sitio muy bueno en la girola, cabe la puerta de la capilla del Santísimo, detrás de la sede episcopal. 

Don José Ignacio llegó a la Puerta de Loreto y se oyó la voz del Nuncio Apostólico, don Bernardito Cleopas Auza: «Queridos hermanos: os presento al que, desde ahora (aunque, en esto, no fue exacto, como se verá) presidirá vuestras celebraciones en esta Santa Iglesia Catedral de la Diócesis de Orihuela-Alicante: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre». 

Y empezaron los aplausos que yo no apruebo en la iglesia aunque, como se verá, eso importa poco. 

Según la costumbre, don José Ignacio se dirigió a la capilla del Santísimo. Todos, menos yo, seguían aplaudiendo cuando el obispo pasó, bendiciéndonos a todos, justo por delante de mí. 

Los aplausos cesaron cuando don Jose Ignacio se arrodilló ante el Tabernáculo para orar. Fue lindo recordar que estábamos allí para orar. 

Los aplausos volvieron a sonar cuando el obispo salió de la capilla para ir a la sacristía. Una pena porque no se podía oír, con el alboroto, la hermosa y festiva y solemne música del órgano que valía mil veces más que los aplausos. 

Revestido para la Misa, el obispo fue, como de costumbre, en procesión hasta el altar mientras sonaba el canto de entrada. Pero ni fue a la sede ni dijo «En el nombre del Padre…» porque, en ese momento, la presidencia la tenía el Nuncio que fue quien ocupó la sede e inició la Misa como de costumbre. 

Palabras del Administrador Apóstolico. palabras del Nuncio Apostólico que terminan con un mandato: «¡Que se presenten las Letras Apostólicas al Colegio de Consultores!». 

El Presidente del Cabildo mostró las letras al Colegio y el Nuncio, recogiendo el ardiente deseo de todos los presentes, tronó: «¡Que se lean!». 

El Canciller, obediente, leyó las letras que empezamaba así de bien: «Francisco, obispo, siervo de los siervos de Dios, al Venerable hermano Jo´se Ignacio Munilla Aguirre». 

Y todos, conteniendo la respiración, escuchamos la lectura hasta el final: «Finalmente, Venerable hermano, con devoción te exhortamos con la intercesión de la Virgen María y de san José, su Esposo y tu celestial Patrono, a que, con ardiente (las Letras decían «flagrante») corazón emplees resueltamente todas tus fuerzas en la predicación del Evangelio a favor de la eterna salvación de los fieles encomendados a tu cuidado». 

Todos nos pusimos de pie como diciendo: «Muy bien dicho». Y todos menos yo, que no apruebo los aplausos en la iglesia, empezaron aplaudir mientras volteaban las campanas, sonaba el órgano con una música que valía mil veces más que los aplausos y el Nuncio le daba el báculo al obispo que se sentó en la sede. Entre tanto yo luchaba, íntimamente conmovido por las letras Apostólicas y por don José Ignacio, para contener las lágrimas de alegría.

La Misa siguió como de costumbre. El que quiera saber lo que pasó puede verlo en You Tube. 

¿Cómo terminó la fiesta? 

Para responder a esta pregunta harían falta mil cronistas. Yo diré cómo terminó para mí.

Salí pitando de la catedral después del «Podéis ir paz» sin despedirme de nadie porque no apruebo la cháchara ni el jaleo que suele seguir a esas palabras santas. 

De camino hacia el autobús que nos había traído, o llevado, a Orihuela, escuché un lamento detrás de mí. Me volví y vi a la más venerable, por anciana, de nuestras compañeras de peregrinación tumbada en la calle y lamentándose: «¡Ay! ¡Me he roto el brazo! ¡Me está bien empleado por haber venido! ¡No tendría que haber venido! ¡Me está bien empleado por haber dejado a mi marido!». 

Yo, que no soy médico ni nada, intuí que ni se le había roto el brazo ni su caída era una castigo por haber abandonado a su esposo. Acerté. Unos amables jóvenes que pasaban por allí la levantaron delicadísimamente y, caballerosísimamente, se ofrecieron a llevarla en su coche hasta el autobús. 

Así de bien acabó la fiesta. 

Cuando llegué a San Miguel me arrodillé ante el Sagrario. Luego apagué las luces de la iglesia. 

No suelo tener visiones pero, cuando me disponía a cerrar la iglesia, creí ver que la imagen del Sagrado Corazón de Jesús estaba un poco flagrante o algo así.