miércoles, 14 de diciembre de 2022

Servicialidad

 El Evangelio de san Lucas narra la anunciación a Zacarías del nacimiento de Juan Bautista. 

Zacarías, después de la visión del ángel queda mudo. Cuando cumple el tiempo de su servicio en el templo vuelve a su casa. Poco después, su esposa Isabel concibe el hijo anunciado. 

Probablemente en su juventud Zacarías e Isabel, como todos los esposos, habían deseado ser padres. Pero ya hacía mucho tiempo que ese deseo y esa ilusión tan natural habían dejado paso a la resignación. Por eso el nacimiento de Juan, el hijo de la vejez, supone la irrupción  en la vida de Isabel y de Zacarías —amables esposos— de lo inesperado; un acontecimiento que va más allá de cualquier expectativa humana. 

Aquí se puede aplicar esa bienaventuranza que Chesterton formulaba con humor así: «Bienaventurados los que nada esperan porque se llevarán una sorpresa muy agradable». Cuando Isabel y Zacarías ya no esperan nada de la vida, Dios se les manifiesta como Aquel en quien se puede esperar contra toda esperanza. 

Durante cinco meses Isabel se oculta a la mirada de sus vecinos sin más compañía que la de su amable y mudo esposo, considerando con admiración y gratitud el regalo recibido de Dios. Y esto habla muy bien de Isabel. En este tiempo en el que todos corremos a publicar en las RRSS todo lo que nos pasa nos vendría bien tener en cuenta el ejemplo de unos ancianos que guardan silencio para considerar las cosas en la presencia de Dios. 

Durante cinco meses Isabel calla y oculta el gran regalo que ha recibido. Y en el mes sexto el mismo Dios envía a Nazaret al ángel Gabriel a una virgen desposada con un varón de la casa de David llamado José. Ella se llama María aunque el ángel la llama «llena de gracia». Gabriel anuncia la Encarnación del Hijo de Dios y revela lo que Isabel ha ocultado: «Tu pariente Isabel ha concebido un hijo y ya está de seis meses la que llamaban estéril porque para Dios no hay nada imposible». 

Esto es muy bonito. Isabel y Zacarías no han hablado del don que han recibido. Zacarías no ha podido hablar porque está mudo de estupor. Isabel no ha querido hablar porque es discreta. Pero lo que Isabel y Zacarías no han contado a sus vecinos —que son los sabios y entendidos, los que se enteran de todo lo que pasa en el pueblo porque no quitan ojo a las RRSS— lo ha sabido María por revelación de Dios que goza comunicándose a los pequeños y sencillos. 

Y ¿qué hace María? ¿Sale corriendo para contar a todo el mundo que ha recibido la vista de un ángel y que lleva en su seno al Hijo de Dios? No. Sale corriendo, cum festinatione, que quiere decir «más contenta que unas pascuas» para visitar a su prima Isabel y para acompañarla. Ella no se da importancia. El ángel Gabriel le ha dicho que va a ser la Madre de Dios pero también le ha dicho que Isabel está de seis meses y va a vistar a Isabel y se queda con ella tres meses sirviendo y llenando de alegría la casa de Zacarías y de Isabel.

La caridad es servicial. Años después San Pablo escribirá a los Romanos: «Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual». Ofrecer el cuerpo como víctima no es hacerse la víctima sino servir cum festinatione, con entusiasmo y alegría. Como quien anda enamorado.

«No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual». O sea, cuidado con esa autoestima exagerada del que piensa que se merece todo lo bueno por su cara bonita. Cuidado también con esa baja autoestima que lleva a olvidar los dones que Dios nos ha dado para el servicio de los demás. 

¿Eres profeta? Ilumina. ¿Eres diácono? Ayuda. ¿Eres predicador? Anima. ¿Eres de Cáritas? Da con alegría. ¿Eres director? Dirige con solicitud. ¿Te han encargado la pastoral de los enfermos y afligidos? Sonríe. 

Nuestro obispo, don José Ignacio, repite mucho esta idea: «tenemos que florecer, tenemos que dar frutos allí donde estamos». 

Pregunta dificilísma. ¿Cómo puedo florecer y dar frutos allí donde estoy, o sea, en el desierto? 

Respuesta del Catecismo de la Iglesia que tenemos que aprendernos de memorieta: Tú, que vives en un desierto como Juan Bautista, ponte al servicio de los demás como Santa María. En ese mismo desierto  en el que vives hay débiles, fortalécelos con la Palabra de Dios. Hay tímidos, diles que no tengan miedo porque Dios es nuestra salvación.

Entonces la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo como le pasó a Zacarías cuando —gracias a la visitación de la Virgen María—  tras el nacimiento de Juan se despegó su lengua y comenzó a cantar:

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
 porque ha visitado y redimido a su pueblo,
 suscitándonos una fuerza de salvación 
en la casa de David, su siervo,
 según lo había predicho desde antiguo
 por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
 y de la mano de todos los que nos odian; 
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres, 
recordando su santa alianza
 y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor, 
arrancados de la mano de los enemigos,
 le sirvamos con santidad y justicia,
 en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
 porque irás delante del Señor
 a preparar sus caminos,
 anunciando a su pueblo la salvación,
 el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, 
nos visitará el sol que nace de lo alto,
 para iluminar a los que viven en tinieblas 
y en sombra de muerte,
 para guiar nuestros pasos 
por el camino de la paz.

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