La Torre
viernes, 3 de octubre de 2025
San Francisco de Borja
Como es viernes, abro la iglesia a las siete menos cuarto y celebro la primera misa del día en el hospital a las ocho menos veinte.
El Vicario de zona me ha anunciado que mañana vendrá un cura del Pilar de la Horadada para celebrar la misa a las siete de la tarde. Muy bien. Aviso al alcalde y a la feligresía.
Después de la misa de once en San Miguel —segunda de la memoria de san Francisco de Borja—, Joan y yo vamos a tomar un café a casa de doña Nati. Allí recogemos un paquete de Amazon con un burlete mágico que sella las puertas e impide que se inunde la casa cuando llueve. Lo encargué ayer o antier. Joan se alegra mucho y agradece mi oficio de PWR. Nati y Joan cotillean un poco. Yo hago de traductor pero me llevaré a la tumba sus secretos. Luego acompaño a Joan hasta su coche cargando con el paquete de Amazon que pesa unos treinta gramos. De debajo del coche de Joan salen mil gatos que la están esperando porque la aman.
Wilder me anuncia que por la tarde me traerá la plancha de metacrilato que vamos a usar para proteger la puerta de Joan contra las inundaciones.
Hay que preparar la boda de los irlandeses: Emma y Kevin.
En la sede hay que poner una hoja con la oración colecta y la oración poscomunión y otra con la oración de los fieles.
En el ambón hay que colocar el Evangeliario abierto y, sobre él una hoja disimulada con el evangelio en inglés.
Cerca del reclinatorio de los novios hay que poner una mesita y, sobre ella, una bandeja para los anillos y el acetre con el hisopo para bendecirlos.
No hay que olvidar el expediente que deben firmar el cura, los esposos y los testigos. Lo pongo en una bonita carpeta de cuero rojo. Tampoco hay que olvidar la pluma de faisán afilada y el tintero para la firma.
Hay que imprimir, sellar y firmar dos ejemplares de la comunicación al juzgado. Uno se lo quedará el juez encargado del registro, el otro debe volver a la parroquia. Hay que meterlos cuidadosamente en un sobre elegante.
Hay que registrar el misal inglés y ponerlo en el altar.
Hay que llevar al altar el cáliz, un copón con cincuenta formas, las vinajeras y el lavabo.
El archidiácono me escribe: no podrá asistir a la boda de los irlandeses.
Escribo a Zacaría: «¿Podrás veniwr a la iglesia a las tres?».
Como con doña Nati y con Samira. Sopa de marisco porque es viernes. ¡Benditos viernes! ¡Pobres calamares! ¡Pobres almejas! Bendigo los alimentos, bendigo a doña Nati y me acuerdo de san Francisco —el de Asís— que animaba a sus hermanos a comer con alegría. Se ve que —acostumbrados al ayuno y al hambre— cuando llegaba una fiesta y les servían carnes, se les antojaba que, más que un alimento eran una tentación. Y necesitaban un santo mínimo y poeta que les quitase los escrúpulos y —como Esdras a Israel— les dijese: «Comed, comed. Comed con alegría».
Me despido de doña Nati a las tres menos cuarto. Voy a la iglesia para hacer la visita al Santísimo. Las empleadas de la wedding planner ya están trabajando como hormiguitas. Yo a lo mío: alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.
A las tres y media hay que dar volteo de campanas porque Emma —la novia irlandesa— ha expresado ese deseo. Luego hay que darle a la wedding planner el lindo sobre que contiene la comunicación de la boda para el registro civil. Llegan los del coro y hay que darles el papel que he preparado con las enmiendas al plan musical original. Por ejemplo: iban a hacer un homenaje musical a los difuntos de la familia después del saludo inicial, en el lugar del acto penitencial que se omite en las bodas. Por ejemplo: iban a cantar el Lacia ch'io pianga durante la consagración… Los del coro se alarman mucho porque pretenden ser un poco divos.
A las cinco ha terminado la boda y no ha habido que lamentar víctimas. Voy a la casa abadía, me ducho, me cambio de ropa y redacto la comunicación de la boda para su inscripción en la parroquia de Corc, Irlanda, donde fueron bautizados los nuevos esposos.
Imprimo la comunicación —un ejemplar para el Registro y otro para devolver a la parroquia.
…
No se puede escribir todo lo que ha pasado en un día. Ni siquiera es posible escribir todo los que ha pasado en un minuto: latidos del corazón, ocurrencias, parpadeos…
Ya estoy en La Torre. ¡Qué bien!
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