San Miguel de Salinas
miércoles, 8 de octubre de 2025
Los miércoles me gustan porque están dedicados a San José y a la ceniza.
A las seis y media salgo de La Torre y —por la carretera de la costa— me dirijo hacia Torrevieja con los cinco sentidos puestos en la conducción porque se trata de una carretera de dos direcciones y es de noche y no pocos conductores que no conocen la parsimonia arriesgan sus vidas y la mía con adelantamientos insensatos.
A las ocho menos veinte empieza —puntualmente— la misa de ocho menos veinte en el hospital. Misa votiva de san José.
A las nueve y media estoy en San Miguel y me siento ante el sagrario para mirarlo fijamente pero me duermo y decido rezar el Oficio de lectura y las laudes paseando por los altares laterales. Luego, despejado por el paseo e inspirado por la liturgia de las horas, me siento para mirar fijamente al sagrario.
A las diez y media estoy sentado en el confesonario. Me pongo a rezar la hora de tercia y me interrumpe un amable penitente. ¡Qué bien!
A las once empieza —puntualísimamente— la misa de once en San Miguel.
A las once y media ya me están esperando unos franceses que son parientes de un difunto cardenal maltés. Vienen a investigar en los archivos parroquiales y los dejo trasteando en los libros parroquiales.
A las doce —rezado el Ángelus— me encierro en el despacho parroquial para dedicarme al papeleo que es lo que más me gusta de los miércoles.
A la una voy a Correos con dos cartas. Una es para el obispado y contiene la comunicación de un matrimonio. La otra va a Murcia con una partida de bautismo.
En Correos solamente hay un cliente o usuario. Lo malo es que hay solamente una funcionaria. Lo bueno es que es amiga y muy simpática.
A las dos menos cuarto estoy de vuelta en el despacho parroquial y a las dos y veinte estoy en casa de doña Nati que ha preparado serranas de aperitivo.
A las tres y cuarto estoy haciendo la visita al Santísimo y a las tres y media estoy zzzzzz en la camita.
A las cuatro estoy en el despacho parroquial atendiendo llamadas telefónicas y respondiendo por correo electrónico y wasap a los solicitantes.
A las cinco estoy en la iglesia desatascando un lampadario en cuyo monedero está escrito NO METER BILLETES. Alguien ha metido un billete de veinte dólares. ¡Bendito sea Dios!
A las cinco y cuarto estoy mirando fijamente al sagrario .
A las seis menos cuarto estoy rezando vísperas.
A las seis y veinte estoy devolviendo una llamada a Fátima y a Jose que se casan el día dieciocho en Torremendo.
A las siete menos cuarto estoy en Torremendo esperando a Fátima y a José.
A las siete menos diez —con cinco minutos de retraso— llegan Fátima y José. Es de ver cuánto se aman y qué bien se tratan y qué bien tratan al cura. Muy bien.
A las ocho y media ya hemos terminado —casi— el expediente matrimonial y ya hemos hecho un ensayo general de la boda. Nos despedimos.
Vuelvo a San Miguel, compro algunos víveres para cenar y —en el despacho parroquial— cumplo mi promesa a los novios: hago un guion de la celebración con cantos y todo y se lo mando.
Son las nueve y media cuando me preparo una cena ligera:
1. Espárragos con mayonesa.
2. Unos champiñones que me ha preparado doña Nati.
San José, ruega por nosotros.
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