jueves, 23 de octubre de 2025

Diario. Jueves, 23 de octubre de 2025

 San Miguel de Salinas

jueves, 23 de octubre de 2025

San Juan de Capistrano


Como es mi día de asueto, después de la exposición del Santísimo y de la misa —a eso de las doce— salgo para Alicante con Zakarías. 

A las cinco de la tarde estamos de vuelta porque a las cinco y media tengo reunión de catequesis. Zakarías se despide de mí pidiendo la bendición de Dios para mí. 

Estefanía llega quince minutos antes de la hora y Gema llega a las cinco y media en punto. Muy bien. Les pido permiso para responder a una llamada del hospital. Me dan permiso. Es el doctor R. 

Terminada la reunión, Estefanía y Gema salen pitando porque tienen que llevar a sus hijos a alguna actividad extraescolar. Yo voy al despacho. Desde Murcia me piden por correo electrónico una partida de bautismo legalizada para un expediente matrimonial. La solicitante me dice que sería muy feliz si pudiera resolver esta gestión con un solo viaje a San Miguel. Le contesto que, si me revela su nombre sus apellidos, su fecha de nacimiento y su dirección postal, podré facilísimamente buscar su partida, hacer el certificado que necesita, enviarlo al obispado para su legalización y rogarles que lo envíen a la dirección que me facilite. 

Lectura del Evangelio de san Mateo.

Lectura de las Confesiones. 

La solicitante responde a mi solicitud revelándome su nombre, sus apellidos y todo lo demás. A más a más me indica el libro y el folio en el que está inscrito su bautismo. 

Busco la partida, hago el certificado, lo imprimo, lo sello, lo firmo y lo meto en un sobre dirigido al obispado. Ya puestos, imprimo también —y firmo y sello— una comunicación de matrimonio para la anotación marginal y la meto en otro sobre dirigido al obispado. 

Pienso «mañana toca ir a Correos», y escribo un correo electrónico a la solicitante dando cuenta —como los de Amazon— del estado del envío. 

Son las siete cuando me siento ante el sagrario con Meditar con los salmos. 

Son las siete y media cuando rezo vísperas. 

Son las ocho menos cuarto cuando me entrego a la lectura de  algunos de los miles de mensajes de WhatsApp que tengo acumulados.

A las ocho voy a Más y Más. Me aborda un amable vendedor de alarmas y le doy mi teléfono para que me mande información. 

El cajero es nuevo. 

—¿Es usted el párroco de aquí?— me pregunta. 

Le digo que así es y, a mi vez le pregunto que si es de aquí. No, no es de aquí. Es de Redován, pero vive aquí. 

Después de pagar —yo— se despide él:

—Adiós, Padre. Que Dios los bendiga. 

Y me acuerdo de Zakarías. 

Son las nueve cuando —terminada la cena— respondo a algún otro mensaje de WhatsApp y escribo esto. 

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