viernes, 10 de octubre de 2025

Diario. Viernes, 10 de octubre de 2025

 San Miguel de Salinas

viernes, 10 de octubre de 2025


A las siete menos diez abro la iglesia, enciendo las luces y salgo para el hospital. Me extraña el poco tráfico que hay. También me extraña lo vacío que está el aparcamiento del hospital. También me extraña no ver a nadie en la planta en la que está la capilla. También me extraña que, a las ocho menos veinte, no haya llegado ni uno de los asistentes habituales a la Misa. Estoy titubeando cuando llega el doctor R. Empieza la misa.


A las ocho y media salgo del hospital. ¿Qué pasa? No parece un día laborable. 


A las nueve aparco en el garaje y me siento ante el sagrario. Luego rezo el oficio de lectura y las laudes y luego cambio el velo rojo del sagrario que recuerda a san Dionisio y a los otros mártires galos  por el blanco que recuerda a santo Tomás de Villanueva. 

A las diez voy al banco. El director no está y, además, su despacho está apagado. 


A las diez y media vuelvo a la iglesia. Como no va a venir Joan, doy el primer toque de misa y empiezo a preparar los libros. Teresa me entrega un papelito con una intención para la misa de hoy. Enciendo una vela a cada lado del sagrario y llevo al altar el misal, el cáliz, el copón y las vinajeras. En una credencia, cabe el altar, pongo el lavabo. Doy el segundo toque de campanas y enciendo la megafonía. Anuncio en Fbk y en el grupo de WhatsApp de la parroquia que la misa del domingo será a as doce, media hora antes de lo habitual. Apago las velas de los lados del sagrario y enciendo las del altar. Doy el tercer toque de campanas, me revisto y la misa de once comienza a las once. Muy bien. 


Terminada la misa recojo todo y voy al despacho parroquial. 


Son las doce y piquito cuando, rezado el ángelus, me siento ante mi Mc para actualizar las cuentas parroquiales. Justo en ese momento suena el teléfono. Es Wilder que lleva desde ayer queriendo hablar conmigo. Quedamos en el JJ. Lo invito a tomar agua con gas y medio sándwich de jamón y queso. Yo me invito a tomar un café con leche y la otra mitad del sándwich. Charlamos. Entre otras cosas me cuenta que hoy tenían que terminar la jornada a las tres pero que, a las diez, el jefe los ha invitado a almorzar y los ha mandado a casa porque hay alerta por las lluvias. Entonces me explico el misterio del hospital desierto y lo demás. Justo entonces observamos que los del banco han cerrado. Chispea un poquito. 


En la iglesia rezo la hora sexta y en el despacho termino de actualizar las cuentas, mando a Fátima y a Jose la oración de los fieles para su boda, borro un montón de correos y guardo uno para atacarlo por la tarde. Leo el evangelio de san Mateo, empiezo la lectura del libro de Tobías, lo recojo todo y me pongo un bonito poncho impermeable para ir a casa de doña Nati porque está lloviendo. 


Noticias. Doña Nati ha ido esta mañana al ayuntamiento para asistir a la boda de Samira. Samira se está arreglando porque va a comer con su esposo. Cuando baja la felicito, me da las gracias y se va. Digo «novia mojada…» y espero a que doña Nati complete la frase. Pero se ve que doña Nati no conoce el dicho y se queda mirándome y esperando el final del acertijo: «novia afortunada». Y añado: «esperemos que no haya que decir en este caso novia resfriada». Ahora está diluviando. 


Son las tres menos cuarto cuando me despido de doña Nati. Por delante de su casa pasa una corriente de agua. Pienso que puedo vadearla de puntillas sin mojarme mucho pero los pies se hunden hasta ls tobillos. En vez de ir a la iglesia para hacer la visita al Santísimo, voy a la casa abadía para ponerme unos zapatos secos. Los mojado los pongo a secar ante un ventilador. Enciendo el ventilador para que se sequen los zapatos. Luego, con la fregona y un cubo, recojo el agua que ha entrado por la terraza, ha cruzado e dormitorio pasando bajo la cama y ha llegado al pasillo. 


Son las tres y media cuando me siento para escuchar el Scherzo para piano en mi bemol menor y la Sonata para piano nº 3, de Brahms


Son las cuatro cuando voy a la iglesia para hacer la visita al Santísimo, rezar los misterios dolorosos y empezar a leer la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae. Entonces vuelvo al despacho y escribo esto. 



Son las cinco y cuarto cuando ataco al correo que dejé pendiente esta mañana. Es de la administración del cementerio que me manda las cuentas de septiembre. Hay que incorporarlas a la contabilidad parroquial. Entre tanto, el correo y el WhatsApp se han vuelto a llenar. Un mensaje: Buenas tardes Don Javier soy X vera no tengo a quién acudir aquí porque la verdad no tengo confianza me han comunicado que mi papá está con cáncer en mi país y tengo que pagar el tratamiento que me cuesta 3500 y tengo 1500 pero me faltan 2000 yo quería saber si usted me puede prestar 2000 y yo en diciembre con la doble paga se los devuelvo no sea malo no tengo a quién acudir me da vergüenza molestar pero no tengo a quién acudir . Quedamos en hablar mañana. 

Son las seis menos cuarto cuando me pongo a leer las lecturas y las oraciones de la misa del domingo y a preparar la homilía. 


Son las seis y media cuando vuelvo a la iglesia para rezar vísperas. Hay que recoger el agua que ha entrado en la iglesia por las puertas y en la sacristía por las ventanas. Hay que subir al campanario para cerrar la ventana. 


Son las siete y piquito cuando salgo a comprar víveres. Todo está cerrado porque hay alerta roja. Los niños no han ido al colegio. Chispea un poco. Me encanta el drama: ¡alerta roja! Como los de la flotilla.


A las siete y media cierro la iglesia. No se ve un alma en la calle. Dejo en la casa abadía la mínima compra que he hecho y vuelvo a salir para pasear por el pueblo desierto como hacía durante la pandemia. 


Son las ocho cuando acabo de volver a casa y suena el teléfono. Es Wilder que me invita a cenar en su casa mañana. ¡Qué amable!


Me pongo a leer Cárcel de tinieblas —segunda parte de Mil ojos esconde la noche— de Juan Manuel de Prada. Voy por la página 540 pero ya estoy en condiciones de declarar que es la mejor novela española de los últimos ciento veinticinco años. 


Advertencia: Si alguien, aprovechándose de la libertad que dan las RR SS, se atreve a preguntarme en plan zasca que si he leído todas las novelas españolas, lo bloqueo. Con nosotros, los críticos literarios de toda la vida, pocas bromas. 


Me pongo a leer La sagrada familia. Recuerdo mi frase favorita de Javier Gomá: «El mal ejemplo crea buena conciencia». Y procuro disfrutar del libro mientras lo leo y, luego, hacer examen de conciencia comparándome con Dios —sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto— y no con esos pobriños que andan como imputados. 


Cierro el libro y recuerdo una conversación que tuve hace cosa de tres años con un sacerdote algo mayor que yo. Es un sacerdote sabio, fuerte —no de gimnasio sino de monte, de ayuno y de oración — y recio. Es un sacerdote que sabe de todo pero que solamente habla de Dios. Es un sacerdote que —mientras estuvo en Alicante— venía a visitarme cada semana no para pedirme dinero o algo así, sino para interesarse por mí. Recuerdo que un día me quejé porque un arcipreste y su camarilla andaban murmurando de mí. Si yo esperaba consuelo, si buscaba un cómplice para murmurar del arcipreste y de su camarilla lo que encontré fue un amigo que habló como un padre del desierto: «Si murmuran y dicen eso de ti, por algo será». Y, cada vez que lo recuerdo, vuelvo a decir: «¡Glup!».

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