miércoles, 15 de octubre de 2025

Diario. Miércoles, 15 de octubre de 2025

 San Miguel de Salinas

miércoles, 15 de octubre de 2025

Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia.


MISAS


A las ocho menos veinte en el hospital. Se me olvida recitar el Gloria y nadie lo nota o, si lo notan, nadie me dice nada. 

A las once en San Miguel. En la entrada incoo el himno Be Still in the Presence of the Lord y la comunidad de habla inglesa lo corea con entusiasmo. No se me olvida recitar el Gloria. 


DESPACHO PARROQUIAL


1. Hay que preparar el expediente matrimonial para la boda del sábado.

2. Hay que ir a Correos y mandar al obispado una comunicación para la anotación marginal. 

3. Hay que solicitar al obispado dos recibos de donativos para deducirlos del impuesto de las rentas. 

LECTURAS


Mil ojos esconde la noche. 

Anécdotas con sabor a parábolas. 

La casa de los santos. Santa Teresa. 

Rosarium Virginis Mariae. 

Confesiones. 

Evangelio de san Mateo. 


De todos los rincones del mundo me llega una petición unánime: «¿Podría incluir en su diario una lista de las labores domésticas realizadas?»

Nada más fácil: 


LABORES DOMÉSTICAS


Rociar el suelo de la ducha con desinfectante.

Rociar la grifería de la ducha y del lavabo con antical. 

Rociar el lavabo con desinfectante y aclararlo todo. 

Recoger dos cucarachas. 

Fregar el piso del aseo. 

Poner el lavavajillas. 

Poner a trabajar al robot aspirador en el dormitorio y, para ello, sacar al pasillo la mesilla y el galán de noche. 

Poner una lavadora. 

Limpiar la librería del despacho sacando los libros, quitando el polvo de los estantes y volviendo a colocar los libros. 

Quitar el polvo al cuarto de estar pasando un plumero por los muebles. 

Recoger las plumas que han ido cayendo del plumero al suelo del cuarto de estar. 

Devolver a doña Nati tres fiambreras limpias. 

Sacar los platos del lavavajillas. 

Poner el robot en la base de carga y volver a colocar en su sitio la mesilla y el galán de noche. 

Tender la ropa.

Traer de casa de doña Nati una fiambrera con víveres y ponerla en la nevera. 

Plantar un esqueje de amor de hombre que me han regalado en Correos. 

Intentar poner a trabajar al robot aspirador en el cuarto de estar y, para ello, poner las sillas sobre la mesa. Ver que el robot no se enciende. Leer las instrucciones, dar un puntapié al robot y ver que se enciende pero que no se ha cargado. Volver a ponerlo en la base de carga. 

Guardar la ropa tendida. 

Ir a Más y Más para comprar lejía y otras cosas de no comer y alguna cosa de comer. 

Poner a trabajar el robot aspirador en el cuarto de estar. 

Poner la lejía en el sitio de cosas de no comer y los alimentos en la despensa de víveres. 

Preparar una cena ligera. 

Poner el robot en la base de carga. 

Sacar la basura orgánica y depositarla en el contenedor de basura orgánica. 


EL ÚLTIMO ENCUENTRO


Son las ocho y media y ya hace rato que ha anochecido. Bajo a la calle para depositar la basura orgánica en el contenedor de la basura orgánica y, luego, dirijo mis pasos —cruzando El Paseo iluminado por las farolas y desierto— hacia la iglesia. 

Cuatro jóvenes vestidos de negro que están charlando en una esquina callan y me miran con una que me parece torva mirada.

—Buenas noches— saludo. Y entro en la iglesia para rezar completas. 

Camino por la via sacra hasta las gradas del presbiterio, hago una genuflexión ante el sagrario llevando mi mano derecha hacia la zona del pecho en la que la comunidad científica sitúa el corazón, me enderezo y…

—Dios mío, ven en mi auxilio—musito. 

Oigo el chirrido de la puerta que se abre.

—Señor, date prisa en socorrerme— añado. 

Oigo pasos como de ocho pies avanzando hacia mi por la via sacra. Mi amor al drama me inspira un pensamiento: «sería lindo morir degollado ante el altar en una noche otoñal». En seguida, mi teología básica me advierte: «Insensato, ¿estás en gracia de Dios?». El rumor de los pasos hácese más fuerte. 

—Gloria al Padre, y al Hijo…— digo procurando suscitar en mi voluntad un acto de contrición perfecta. 

—Buenas noches, padre— oigo a mis espaldas. Me vuelvo y veo ante mí a los cuatro jóvenes vestidos de negro. No van armados. Tampoco parecen agresivos y, a más a más, se diría que está un poco asustados y como temerosos de estar importunándome. 

Uno a uno, se presentan tendiéndome las manos. Una a una, estrecho y sacudo sus manos. No hace falta más: ¡ya somos amigos! 

Pero hay más. Son —me dicen— de una asociación de campaneros sin ánimo de lucro. Si yo les diera permiso para examinar las campanas de San Miguel y de Torremendo —añaden— lo agradecerían mucho. 

No hay en ellos doblez ni engaño. Son todos de la Vega Baja. 

Los acompaño hasta la puerta del campanario. No subo con ellos sino que vuelvo por la vía sacra hasta las gradas:

—Llegados al fin de esta jornada, reconozcamos nuestros pecados— me digo. Y me siento ante el sagrario. Luego las completas siguen como de costumbre hasta el Sub tuum praesidium.

Apago las luces de la iglesia y llego a la puerta del campanario justo en el momento en que aparecen por ella los alegres muchachos vestidos de negro. Ya no me parecen torvas sus miradas.

Les doy el teléfono del archidiácono para que él les facilite el acceso al campanario de Torremendo y, una a una, estrecho y sacudo sus manos inclinando mi cabeza ante cada uno de ellos en respuesta a la inclinación de cabeza con la que cada uno de ellos estrecha mi mano. 

Cierro la iglesia y vuelvo a la casa abadía sacudiendo la cabeza y diciendo para mí: «¡Vaya! ¡Vamos y vamos! ¡Mira por dónde!».

Y, para terminar, me siento ante mi Mc y escribo esto.

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