domingo, 16 de agosto de 2020

La mujer cananea

domingo, 16 de agosto de 2020
Domingo vigésimo del Tiempo Ordinario

Jesús hizo su primer milagro en Caná de Galilea cuando su Madre observó que se había acabado el vino. Él pareció resistirse al principio: «Mujer, a tí y a mi ¿que? Todavía no ha llegado mi hora». Pero Ella, con cierta audacia, dijo a los criados «haced lo que Él os diga» y Jesús, ante esa insistencia confiada, realizó su primer signo. 
El evangelio de este domingo nos habla de otro milagro realizado también por la insistencia humildísima de una mujer cananea, extranjera; una madre que no pedía para sí sino para su hija poseída por «un demonio muy malo».
Al principio Jesús no hizo caso de los gritos de la mujer. La salvación no se alcanza por el cumplimiento de nuestro deseos sino por la humilde obediencia de la fe. 
Los discípulos intervinieron para interceder por ella: «Atiéndela, que viene gritando». También nosotros, en la Misa, intercedemos por toda la humanidad y pedimos a Dios que atienda nos solamente a nuestras necesidades particulares sino al clamor de la humanidad y es bueno que sea así porque, de ese modo, comprendemos que no somos el centro del mundo.
Jesús respondió a sus discípulos que su misión se limitaba a las ovejas de Israel. También ellos tenían que aprender a insistir en la oración. 
La mujer los alcanzó y se postró a los pies de Jesús. La Iglesia ha aprendido de esta mujer y de otros personajes del evangelio a adorar. Que Jesús se haya hecho Hombre no significa que podamos olvidar que Él es el Señor. En la Misa hay muchos de estos gestos de adoración con los que expresamos nuestra reverencia ante el Misterio de Dios que se hace presente entre nosotros.
Con gran humildad la mujer insistió: «Señor, socórreme». Y Jesús le respondió con una frase común: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». Jesús no habla para ofender pero tampoco calla la verdad por temor a ofender. Una vez más, lo que nos salva no son las palabras amables sino el reconocimiento de la verdad. Cuando somos orgullosos la verdad, a menudo, nos ofende, pero el humilde se deja iluminar y guiar por la verdad. Y aquella mujer no solamente demostró que no había orgullo en su audacia sino que consiguió que Jesús elogiara su fe cuando, aceptando la verdad que Jesús había dicho —«Tienes razón, Señor»— se presentó ante Él comparándose a sí misma con los perros que se conforman con las migajas que caen de las mesas de sus amos. Esa oración la hizo digna de ser escuchada por Quien ensalza a los humildes y en ella se cumplió la profecía de Isaías: «A los extranjeros que se han dado al Señor los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración». 
Pedimos por intercesión de la Virgen María esa fe humilde que Jesús elogió en la mujer cananea y que brilla en nuestra Madre del Cielo. 


Sunday, August 16th, 2020
Twentieth Sunday in Ordinary Time

Jesus performed his first miracle in Cana of Galilee when His Mother observed that the wine had run out. He seemed to resist at first: "What is that to you and to me? My time has not yet come". But She, with a certain audacity, said to the servants "do whatever He tells you" and Jesus, faced with that confident insistence, performed his first sign.
This Sunday's Gospel tells us of another miracle also performed by the humble insistence of a foreign, Canaanite, woman; a mother who asked something not for herself but for her daughter possessed by "a very bad demon."
At first Jesus ignored the cries of the woman. Salvation is not achieved by the fulfillment of our desires but by the humble obedience of faith.
The disciples intervened to intercede for her: "Attend to her, she comes screaming." We too, at Mass, intercede for all humanity and ask God to attend not only to our particular needs but also to the cry of humanity and it is good that this is so because, in this way, we understand that we are not the center of the world. .
Jesus responded to His disciples that His mission was limited to the sheep of Israel. They too had to learn to insist on prayer.
The woman caught up with them and fell at the feet of Jesus. The Church has learned to worship from this woman and from other Gospel characters. The fact that Jesus became Man does not mean that we can forget that He is the Lord. At Mass there are many of these gestures of adoration with which we express our reverence before the Mystery of God that is present among us.
With great humility the woman insisted: "Lord, help me." And Jesus replied with a common phrase: "It is not good to throw the children's bread to the dogs." Jesus does not speak to offend but neither does he keep the truth silent for fear of offending. Once again, what saves us is not kind words but recognition of the truth. When we are proud, the truth often offends us, but the humble are enlightened and guided by the truth. And that woman not only demonstrated that there was no pride in her audacity but also got Jesus to praise her faith when, accepting the truth that Jesus had said - "You are right, Lord" - she presented herself before Him comparing herself to the dogs that they settle for the crumbs that fall from their masters' tables. That prayer made her worthy of being heard by the One Who exalts the humble and in it Isaiah's prophecy was fulfilled: "I will bring the foreigners who have given themselves to the Lord to my holy mountain, I will rejoice them in my house of prayer."
We ask through the intercession of the Virgin Mary for that humble faith that Jesus praised in the Canaanite woman and that shines in our  Heavenly Mother.

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