jueves, 7 de mayo de 2020

Parroquia en fase 0 (5)

jueves, 7 de mayo de 2020

A las siete el Papa comienza la misa en Santa Marta. 
A las siete y media hay que mirar fijamente al sagrario. 
A las ocho llamo por teléfono a Simon. «Hola Hávie» contesta. Le digo que la iglesia ya está abierta. Dice que bien. Oficio de lecturas y laudes. 

Noticias: Que hay un déficit estructural del 5% en Españita y que los amables europeos del norte no están muy felices con la gestión del Gobierno nuestro de aquí. Que el padre Ángel ha dirigido una carta a trescientas personas dándoles las gracias por su solidaridad y eso. Pero los titulares de los periodistas lo dicen mejor. Lo dicen de tal modo que parece que solamente le ha mandado esa carta al vicepresidente Pablo Iglesias. Y es muy posible que al padre Ángel le haya gustado que los titulares hayan salido así. ¿Qué más? ¡Ah sí! Que Benedicto XVI dice en un libro que hoy en día no se puede criticar el matrimonio homosexual sin que la sociedad te condene al ostracismo. Pero los titulares de los periodistas lo dicen muchísimo mejor. Dicen que el Papa ataca a los homosexuales llamándolos Anticristos. Bueno, hay otra noticia hoy: que el doctor Simón no tiene el doctorado. 

A las doce misa de doce.
A las doce y media reunión sacerdotal por Skype. 
A las dos llamo a la puerta de Simon para llevarle las viandas. No abre ni contesta. 

A las cinco llamo a Simon. No contesta. Me hago un té y lo acompaño con uno de los bizcochos más deliciosos que he probado en  mi vida. Me lo ha mandado Maruja —su hacedora— por medio de doña Nati. 
A las seis y media llamo a Simon. No contesta. 

Noticias buenas: Que don Ángel Ruiz ya está en casa.  
Cosas que escriben: Quintana Paz se pregunta qué es el orgullo patrio y si es bueno. En Alfa y Omega,  Un Papa para las aulas dedica un recuerdo a Juan Pablo I y se cuenta alguna anécdota sabrosa. 

Escribe Zweig con cierta ingenuidad: «Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba a donde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni autorizaciones; me divierte la sorpresa de los jóvenes cada que les cuento que antes de 1914 viajé a la India y a América sin pasaporte y que, en realidad, jamás en mi vida había visto uno. La gente subía y bajaba de los trenes y de los barcos sin preguntar ni ser preguntada». (p. 514) Con mayor ingenuidad aún se lamenta de los cambios que vinieron tras la Primera Guerra Mundial: «Cuando nos encontrábamos los mismos que antes solíamos hablar de una poesía de Baudelaire (…) con pasión intelectual, ahora nos sorprendíamos hablando de (…) si debíamos solicitar un visado permanente o de turista; conocer a una funcionaria insignificante de un consulado que nos acortara el rato de espera era, en aquella década, más vital que la amistad de un Toscanini o un Rolland». 

José Luis Vidal Carreras
El peso de tu ley (p.36)
Aceptamos 
gozosos
cuantos días 
impongas 
tus trabajos forzados
a la luz
de tu mirada.
Porque, a pesar
de su rigor,
nos sigue pareciendo
dulce
todo el peso
de tu ley. 

2 comentarios:

Es usted muy amable. No lo olvide.