San Miguel de Salinas
viernes, 3 de mayo de 2024
Madrugo más que el sol porque me adueño del mundo a las 6:00 y enciendo la luz de mi mesita de noche para encontrar las zapatillas.
Luego el sol, más constante e implacable —él no tiene que ducharse ni tiene que hacer la cama, ni desayuna— se me va adelantando.
Cuando voy hacia el hospital y —por fin— lo veo, él ya triunfa sobre el mar y lleva un buen rato iluminando el hospital y esta parte del mundo.
¿Envidio al sol? ¡Jamás! Lo miro con gratitud pero mi agradecimiento se dirige al Creador —mi Padre— que mueve el sol y las otras estrellas: esas otras estrellas —mucho más grandes que el sol— que han encontrado sus zapatillas antes del amanecer.
Empiezo a escribir mi diario cuando el sol ya se ha ido.
He oído y olvidado las confesiones de los tres niños que harán mañana su primera comunión.
He celebrado dos misas. Una de ellas por el tío Tochi, el marido de la tía Janusa que anoche fue llamado por Dios para un Juicio.
Y ahora, antes de acostarme, rezaré tres Avemarías. No hay sol que no se incline ante esa Estrella.
…
Hoy he terminado la lectura de Perder y ganar. Al parecer, lo que condujo a Newman a su conversión no fue la luz del sol de Oxford sino el titilar tembloroso de la lucecita de una Estrella a la que él se atrevió a invocar cuando su corazón andaba en tinieblas.
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