domingo, 5 de mayo de 2024

Diario. Sábado, 4 de mayo de 2024

 San Miguel de Salinas

sábado, 4 de mayo de 2024


A las 12:25, María Fernanda, Samael y Dani estaban en la sacristía, guapísimos, con sus trajes de primera comunión. Para no ser menos, me he revestido con los ornamentos dorados de las grandes fiestas pascuales. Teresa —radiante— y el archidiacono se nos ha unido para rezar un Avemaría antes de la Misa. 

A las 12:30 el coro ha empezado a cantar acompañando  la procesión de entrada.

Como llegé a San Miguel el año 2011, resulta que llevo ya algunos años dando la primera comunión a niños que fueron bautizados por mí. Sin embargo, este  es un grupo especial. María Fernanda es costarricense y fue bautizada en su patria. Allí asistió a la catequesis y de allí llegó a San Miguel a fines del año pasado o a principios de este. Es una niña lindísima y dulce y mucho más alta que Dani y Samael. 

A Samael sí que lo bauticé yo. Fue el año pasado. Ya antes de ser bautizado me ayudaba a Misa. No he tenido en San Miguel un monaguillo más perseverante ni —mejorando a todos los demás— más simpatico. 

A Dani lo bautizó hace diez días el archidiácono 



A las 18:00 he celebrado la misa en San Miguel.  Han asistido  unas cincuenta personas contando como tales a seis o siete infantes que correteaban por doquier obligando a sus padres a corretear tras ellos y atrayendo la atención  de toda la congregación.

En estos casos el predicador tiene que elegir entre varias opciones:

Primera:  Amonestar a los padres con estas o semejantes palabras: «Si me queréis algo, irse». No hay que apresurarse a condenar al predicador que obra así.  Tampoco hay que apresurarse a canonizarlo. La pastoral tiene más de arte que de ciencia y mucho más de paciencia y de prudencia que de arte.

Segunda: Empeñarse en predicar la homilía que ha preparado como si el hecho cierto de que la congregación no está prestando atención a sus palabras quedase contrarrestado por la eficacia quasi sacramental de la predicación. Tampoco hay que apresurarse a condenar o a canonizar a los predicadores que insisten en predicar el desierto.

Tercera: Omitir la homilía. Algunos aplaudirán esta brillante idea —por ejemplo, mi cuñado Félix que es muy bromista— y otros acusarán de impaciencia al  predicador. No hay que apresurarse al aplauso ni a la acusación.

Cuarta: Hacer una homilía muy breve y  hablar muy despacito para que  los padres que corretean tras sus hijos y la congregación que anda despistada no se exasperen demasiado y —en el mejor de los casos— oigan algo que los mueva a la conversión.

He optado por la cuarta opción.



A las 19:30 ha empezado la misa en la parroquia del Sagrado Corazón de Torrevieja que es un prodigio de organización. 

Yo he calculado que habría allí unas trecientas personas  pero los sabios del lugar me han asegurado —insistentemente— que había más  de seiscientas. 

Eneco tocaba el órgano y dirigía maravillosamente los cantos. Todo muy solemne y muy familiar y muy simpático. 

Al terminar la misa me he puesto la capa pluvial y hemos  salido a la puerta de la  iglesia para bendecir la Cruz de mayo. 



He llegado a la casa abadía a las 23:30.

¿Contento? 

Sí. ¿Cómo no?

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