San Miguel de Salinas
miércoles, 15 de mayo de 2024
En La Casa de los santos me encuentro hoy con san Isidro, con santa María de la Cabeza —su esposa— y con san Illán. hijo de ambos. A san Isidro me lo encuentro otra vez en el hospital —misa de ocho de la mañana—, en San Miguel —misa de once— y en Torremendo durante la misa de ocho de la tarde. Esta última misa es muy solemne porque san Isidro es copatrono —con la Virgen de Monserrate— de esa pedanía oriolana.
No hay misa solemnísima sin sermón. Sermón al canto en Torremendo: quince minutos.
La primera parte ya es un clásico. Se trata de una catequesis sobre la imagen del santo haciendo preguntas dificilísimas a los niños: ¿Dónde está la imagen de san Isidro? ¿Qué animales aparecen a sus pies? ¿Quién los guía?
Este año resultaba muy fácil identificar la imagen de san Isidro porque el archidiácono la había adornado con flores y con muchas velas.
La pregunta sobre los animales que aparecen a sus pies divide invariablente las respuestas de los niños: ¡Dos perros! No, son vacas. ¡Dos toros! Y el archidiácono, que se sienta justo a los pies del santo, recuerda que el año pasado un niño gritó su nombre: ¡Don David!
Por último, las respuestas a la pregunta sobre quién guía la yunta de bueyes: ¡Un hombre con manto azul! ¡Tiene alas! ¡Es un ángel!
Entonces, captada la benevolencia de los niños y fija la mirada de la congregación en la imagen del patrono de los labradores, viene la segunda parte del sermón que es, ni más menos, que un amable recordatorio del precepto dominical.
Si la primera parte del sermón suele resultar algo ruidosa, la segunda parte suele tener dos efectos: 1.Algún o algunos de los congregados salen de la iglesia para fumarse un puro en la plaza. 2. El resto de la congregación escucha en silencio meditativo. Este año solamente una feligresa ha salido de la iglesia durante la segunda parte del sermón aunque, en honor a la verdad, he de decir que ha vuelto enseguida.
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Hoy no ha habido tiempo para The Crown ni para comer con doña Nati. Ha sido un día agitado y he comido en Bigastro con otros cuatro sacerdotes reunidos para estudiar un caso de moral y para comer.
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Leo el capítulo de Ejecutoria titulado El caballero infiel. Don Enrique García-Máiquez empieza hablando del Macbeth de Shakespeare y cita una frase traducida asina por Luis Alberto de Cuenca: Aquello que empieza con el mal, con el mal se afianza. Interrumpo brevemente la lectura para preguntarme si un Shakespeare español no habría dicho sencilla y barrocamente: «Lo que mal empieza, mal acaba».
El capítulo, que no podía haber empezado mejor, sigue mejorando párrafo tras párrafo hasta una cita de Chesterton que elogia el Macbeth como cumbre de la literatura. ¿Puede seguir ascendiendo y mejorando un capítulo que nos ha llevado a esas alturas? Don Enrique lo consigue con otra cita del Macbeth que redondea el capítulo llevándonos, de vuelta, al título. A eso nos llevan la traición y el crimen: a que ya no quede nada serio en la existencia. «Si yo hubiese muerto una hora antes, habría culminado una vida feliz. Ya nada vale la pena. Todo es como un juguete. Honor y gracia han muerto. Se ha derramado el vino de la vida y solo quedan posos para gloriarse en la bodega».
Con esa gloria acaba este capítulo que empezó así de bien.
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Retomo la lectura de La nueva Jeusalén, de Chesterton. A los cinco minutos encuentro uno de esos dardos certeros de la literatura inglesa: «El Islam era un movimiento y, por eso, ha cesado de moverse. Porque un movimiento solo puede ser un estado de ánimo». Cierro el libro y trato de hablar con Chesterton a quien tengo por santo. ¿Era un movimiento, querido Chesterton? ¿Ha cesado de moverse? ¿No lo hallamos hoy muy agitado entre nosotros?
Cierro los ojos. Se me aparece la imagen de un escritor gordísmo y jovial y luego, no sé cómo ni por qué, recuerdo la agitación que han provocado en las redes unas monjas, dizque contemplativas, de Belorado.
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