jueves, 23 de abril de 2020

Trigésima quinta homilía en una iglesia vacía

jueves, 23 de abril de 2020
Jueves de la II semana de Pascua

Hace unos meses conocí por las redes a un sabio que, en seguida y aunque nunca nos hemos visto, me ofreció su amistad. 
Hoy este amigo escribía en en un tuit: «La buena nueva del cristianismo se reduce a dos enseñanzas fundamentales: “amaos los unos a los otros” y “no tengáis miedo” porque la muerte no es el final».  Ese mismo amigo suele decir —y tiene razón— que en un tuit, en unas pocas líneas, no se puede matizar todo.
El mandamiento nuevo: «que os améis unos a otros como yo os he amado» queda para siempre como el resumen de toda la moral cristiana y como el signo por el que conocerán que somos discípulos de Cristo. ¿Cómo podrá anunciar el Evangelio quien no viva este mandamiento nuevo? Así que, ciertamente, aquí tenemos una luz para revisar si nuestra fe está viva por la caridad. 
Y el «no tengáis miedo» tiene que ver con la esperanza. Porque tampoco sería auténtica la fe en Cristo que no fuera, al mismo tiempo, esperanza de vida eterna. Por eso apena un poco encontrarse con personas que comulgan a diario y que, si les preguntas sobre su esperanza en la vida eterna te contestan con un poco de tristeza: ¡algo habrá! 
De modo que sí, mi amigo tiene razón: la fe no es auténtica si le faltan la caridad y la esperanza.
Pero cuado los apóstoles comienzan a predicar ¿qué anuncian? ¿Cuál es el primer anuncio? Pues es este: «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen». 
No empiezan con una exhortación moral diciendo «amaos los unos a los otros». Eso llegará. Tampoco empiezan con una exhortación a la esperanza. También eso llegará. Empiezan anunciando a Cristo y llamando a la conversión.
Para predicar diciendo «amaos los unos a los otros y no tengáis miedo porque la muerte no es el final» no hace falta un gran valor y ni siquiera una gran caridad. Hasta el más canalla puede hablar de amor mutuo y hacer promesas de vida eterna con la aprobación y el apluso de todos. En cambio, para predicar a Cristo resucitado como Salvador y para llamar a la conversión hace falta en nosotros un cambio radical que —como explicaba el Papa esta mañana— es el que se produjo en Pedro después de Pentecostés.
Pedro siempre había amado a Jesús y sin embargo lo negó tres veces. Jesús resucitado le dirá: «Pedro, yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, confirma a tus hermanos». Ahora Pedro será más humilde, más misericordioso, pero también más audaz para anunciar no una moral «sed buenos» sino un acontecimiento del que él es testigo: «Cristo ha resucitado». Y al que le pregunte «¿qué debo hacer?» le dirá que se bautice para que se le perdonen los pecados. 
Por intercesión de la Virgen pedimos la audacia de anunciar también hoy el Evangelio.

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