viernes, 10 de abril de 2020

Jueves Santo: La Cena del Señor en una iglesia vacía

jueves, 9 de abril de 2020 

Hemos llegado al Jueves Santo, el día grande e el que Jesús celebró la primera Misa de todos os tiempos. Lo que nosotros hacemos cada domingo es lo que Jesús hizo en la última Cena y lo que mandó hacer a sus discípulos en memoria suya hasta el fin de los tiempos. 

Para la última cena los apóstoles habían preparado una sala grande en la parte alta de una casa de Jerusalén. 

Se reunieron allí y Jesús, quitándose el manto, se arrodilló y empezó a lavar los pies de sus discípulos como si fuera su esclavo. Quería enseñarles que, entre ellos, no debía haber discusiones sobre quien manda más sino  que debían recordar siempre que Él, su Maestro, se había hecho servidor de todos ellos. 

Después se volvió a sentar a la mesa con ellos y, muy triste, anunció que uno de de ellos lo iba a traicionar y que todos los demás lo abandonarían. San Pedro le decía: «auque todos te abandonen, yo no». Pero Jesús le dijo: «Pedro, esta noche, antes de que el gallo cante me habrás negado tres veces». 

Jesús sabía que el traidor era Judas y que había prometido entregarlo por treinta monedas de plata. Y aún así quiso tener un gesto de cariño con él. Tomó un trozo de pan untado en salsa y con su propia mano se lo dio a Judas, dándole de comer como dan de comer las madres a sus hijitos pequeños. A Judas no le conmovió ese cariño de Jesús. Disimulando salió de la casa y fue a preparar su traición. 

Jesús, entonces, hizo lo que hacemos cada día en Misa, lo que vamos a hacer dentro de un momento. Tomó pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: «Tomad y comed, esto es mi Cuerpo». Luego tomó el cáliz lleno de vino y lo pasó a sus duscípulos diciendo: «Tomad y bebed, este es el Cáliz de mi sangre». Y les dijo: «Cada vez que hagáis esto, hacedlo en memoria mía. Y sabed que ya no volveré a beber con vosotros hasta que me veais resucitado». 

Por último Jesús les dijo: «Os doy un mandamiento nuevo. Que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos». 

Yo ahora voy a hacer aquí en San Miguel, lo mismo que hizo Jesús hace dos mil años. Y a los que seguís la Misa por la tele os voy a pedir dos cosas: la primera que, cuando llegue el momento de la consagración adoréis al Señor diciendo: «¡Señor mío y Dios mío!». Y la segunda que, cuando os acordéis, recéis por mí para que sea una sacerdote bueno, para que no traicone a Jesús. 

Os pido esas dos cosas y os prometo que también yo adoraré a Jesús y rezaré por voostros.
Ahora mismo podemos rezar unos por otros diciendo: «Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra: ruega por nosotros».

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