martes, 15 de julio de 2025

Diario. Martes, 15 de julio de 2025

 La Torre

martes, 15 de julio de 2025


El lunes, después de celebrar en la ermita, tuve que ir a San Miguel porque había olvidado allí mis medicamentos. 

Nada más aparcar comenzaron los encuentros con amables feligreses. A Teresa, que salía de la farmacia, la saludé de lejos. 

Recogí mis medicinas —tres pastillas amarillas pequeñitas y una pastilla amarilla grande— y fui a la iglesia para recolectar las ofrendas de los lampadarios. Conté las moneditas, las uní a las colectas y lo ingresé todo en el banco. 

Uno no puede asomar la cabeza por la parroquia estando de vacaciones sin quedar enredado en su rutina de párroco. Después de hacer el ingreso en el banco tuve noticia de un interesante debate teológico que, al parecer, había tenido lugar después de la misa de once entre el arcipreste —que había venido a celebrar la misa de once— y Joan. Como resultado de todo ello me tocaba preparar el altar, orientado hacia el pueblo, para la misa del día siguiente. 

Volví a La Torre a tiempo para la comida. Dominic había preparado unas deliciosas hamburguesas. Muy bien. 



Hoy ha amanecido a las 6:50. A las siete he rezado el oficio de lectura y las laudes paseando y aprovechando el fresquito de la mañana. Luego me he sentado en al ermita parea mirar fijamente al sagrario.

A las ocho han llegado los albañiles y yo me he puesto a volar aviones de papel con Jose. Luego me he unido a los madrugadores para tomar otro café. 

Misa a las nueve. 

Me he sentado en la almazara debajo de un ventilador para leer y escribir tranquilamente. 

No sé a qué hora he acompañado a Ana para hacer algunas compras. Ana tenía que comprar unas medicinas para Jaime: hemos ido a la farmacia. Tenía que comprar también algunos juguetes para la playa y hemos al bazar chino donde nos ha atendido un chino alto y delgado. Allí he encontrado un ventilador muy de mi agrado pero no he podido comprarlo porque Ana se ha adelantado a pagarlo y me lo ha regalado. ¡Qué amable! Luego había que comprar algunos víveres y hemos ido a Consum. 

De vuelta a La Torre y a la almazara, bajo el ventilador, otra vez me enfrascado en la lectura. 

A eso de las 12:32 he puesto un mensaje de wasap en el grupo «Avisos La Torre». ¿Alguien quiere un fino?

Rafa Burbridge —recién llegado de Oxford— me ha ayudado a preparar un platito con queso y una copa helada de Tío Pepe y a llevársela a su abuela que estaba en la piscina. Como premio ha recibido un taquito de queso. Como le ha gustado, me ha acompañado a la cocina para preparar y llevar a su padre un platito de queso y una copa helada de Tío Pepe. Rocío y Pablo se han apuntado al aperitivo. Yo, claro, tambié. 


Por la tarde casi todos se han ido a la playa con los niños. Hemos quedado en La Torre Dominic Burbridge, Jaime y yo. 

Dominic se ha puesto, primero, a estudiar y, luego, a pelar patatas y brócoli. 

Jaime y yo nos hemos sentado en el palmeral para recitar poemas suyos, poemas de una su prima y, luego poemas de autores consagrados. 


A las ocho y media o así han empezado a dolerme los huesos. Me he tomado las tres pastillas amarillas pequeñitas y la pastilla amarilla grande, me he cambiado de ropa y he puesto una lavadora. 


A las nueve, bajo el ventilador de la almazara y acompañado por Jose Burbridge, me he puesto a escribir esta página del diario. A Jose le ha hecho mucha gracia cada vez que su nombre, el de su hermano, el de su padre o el de su madre, han aparecido en el cuento. 


Cuando me disponía a tender la ropa he visto que Rosario —¡qué amable y oportuna— se me adelantaba en el camino al tendedero. He decidido entonces ocuparme de abrir las puertas y las ventanas de la almazara y de la garrofera arrastrando por doquier mis doloridos huesos. ¿Me he quejado? No. Nosotros, los sufridos, somos de condición jovial y no quejumbrosa. ¡Ay!


Como la cena se atrasa, decido rezar completas y terminar ya esta página para poder irme a la camita en cuanto termine el «Ad cenam vitae aeternae perducat nos, Rex aeternae gloriae. Amen». 

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