martes, 1 de julio de 2025

Diario. Martes, 1 de julio de 2025

 San Miguel de Salinas

martes, 1 de julio de 2025


Esta mañana ha celebrado en San Miguel el arcipreste. Yo he celebrado en su parroquia por la tarde, a las ocho. 

El despacho ha estado concurrido: solicitantes de misas, solicitantes de certificados varios, solicitantes de cita para expediente matrimonial, solicitantes de misa y procesión para el día de la Virgen del Carmen… Los del tanatorio han llamado solicitando un funeral para mañana. Lo hará el archidiácono a las doce y media, si Dios quiere. 



Sigue coleando el misterioso caso del inocente encarcelado. 

La cosa empieza en la tarde del domingo cuando el archidiácono lleva en procesión el Santísimo por las calles de San Miguel. Asisten a la procesión Samael, las autoridades, la banda municipal… De pronto se oye ruido de motos y —desde dos calles distintas— sendos motoristas irrumpen en el trayecto de la procesión haciendo caso omiso a las señales de la policía y alarmando no poco al personal. 

Los testigos aseguran que los motoristas eran muchachos muy jóvenes, pero nadie pudo reconocerlos porque sus cabezas iban cubiertas por yelmos con la visera bajada. 

El viernes por la tarde, Ana Isabel y Wilder me presentan a una doliente cuyos lamentos dan pena de verdad. Cuenta entre lágrimas que la policía ha arrestado a su esposo acusado por el párroco de haber perturbado el orden en la procesión. 

Trato de consolar a la doliente asegurándole que yo no he denunciado a nadie y mostrándole la declaración del archidiácono ante la policía para que vea que tampoco él ha denunciado a su esposo. 

El sábado vuelvo a hablar con la doliente. Su esposo sigue en el calabozo.

El domingo vuelvo a hablar con la doliente. Su esposo sigue en el calabozo aunque han tenido que llevarlo al hospital con un ataque de ansiedad. 

El lunes, por fin, llevan al detenido ante el juez. El archidiácono ha sido citado para declarar a las nueve de la mañana. Lo reciben cuatro horas después. De los dos testigos que dijeron haber reconocido al detenido, uno se desdice y el otro no comparece. 

El detenido es puesto en libertad sin cargos y la doliente me llama para darme la noticia. 



LA TEMPESTAD CALMADA


Los discípulos de Jesús se van acostumbrando poco a poco a ese humor del Maestro que les manda hacer cosas imposibles o extremamente dificultosas y se queda tan pancho: 

— «Dadles vosotros de comer». (Y son miles de comensales hambrientos, y están en descampado y no tienen a Rocío Gandarias para organizar el picoteo). 

— «Rema mar adentro y echad las redes para pescar». (Se lo dice justo cuando están recogiendo los bártulos y planean irse a dormir a casa después de una noche de inútil y fatigoso esfuerzo).

— «Id por todo el mundo y anunciad  el Evangelio a todas las gentes». (Esto se lo dice cuando ya están —casi— curados de espanto).

En el Evangelio que hemos proclamado hoy, a Jesús se lo ve cansado. No da órdenes ni nada; ni camina sobre las aguas ni manda cosas raras. Se limita a entrar en la barca —sus discípulos lo siguen— y a quedarse frito como un niño. Demuestra así Jesús que es capaz de ponerse en nuestras manos como un niño. Se fía de nosotros. También de Judas y de mí. 

En el Huerto de los Olivos será Él quien sude sangre y quien, en una especie de agonía anticipada, suplique a sus discípulos que se despierten para velar en oración con Él.

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