martes, 8 de julio de 2025

Diario. Martes, 8 de julio de 2025

 San Miguel de Salinas

martes, 8 de julio de 2025


Son las 21:30 y ya he cerrado la iglesia. 

Veamos. 


Hace doce horas estaba celebrando en La Torre la primera misa votiva de los santos ángeles. 

Poco después volvía a San Miguel y llegaba a tiempo para celebrar la segunda misa votiva de los ángeles a las once. 

Luego, luego invitaba a Joan a tomar un café en el Collie. 

Había que poner una lavadora con toallas y eso de la sacristía. 

Había que atender por WhatsApp a algunos solicitantes. Concepción B, por ejemplo, pedía que le mandase la lectura y el examen para el retiro de esta tarde. Laura HB, por ejemplo, quería concertar una cita para preparar el bautizo de su churumbel. 

Y había que preparar una meditación para el retiro. 

Aún me daba tiempo para tender la ropa y para hacer varias lecturas interesantes. En el Romance del prior de san Juan, por ejemplo, leía:

Macho rucio, macho rucio

muermo te quiera matar. 

Y volaba al DRAE para enterarme de que muermo no es solo un pelma sino, también, una enfermedad de las caballerías que se puede contagiar a los caballeros. ¡Ojo!


Después de comer con doña Nati y con Samira, iba a la iglesia para hacer la visita al Santísimo y rezar una preces.  

¿Tenía tiempo para darme una ducha y cambiarme de camisa? Calculando que sí, iba a la casa abadía, me daba una ducha, me cambiaba de camisa y salía —fresquito y limpio— para el hospital rezando los misterios dolorosos con BXVI, de feliz memoria. 

¿Atascazo en la circunvalación de Torrevieja? Sí. 


No importa. Con todo, llegaba al hospital a tiempo para sentarme en el confesonario y para atender a unas diez penitentes antes de la meditación que debía durar media hora. 

Después de la meditación de media hora exacta, aún me daba tiempo para confesar a otra amable penitente. 


Había que ir a Guardamar para llevar la comunión a Ana. 

Encontraba a Ana y a toda su amable familia en Wimbledon con Alcaraz que estaba explicándole a Cameron Norrie la diferencia entre imperios depredadores e imperios generadores. 

Ana y yo dejábamos a los jóvenes ante la tele y nos retirábamos a un huerto cerrado aunque no tanto como para impedir la vista y la brisa y el olor del mar. 


¿Habría dado yo cualquier cosa por quedarme allí, disfrutando de la brisa y de la vista y del olor del mar y del triunfo  de España —aplastante y elegante— en Wimbledon? No. 

A nosotros, los ascetas de toda la vida, solamente nos llama —como a Kant— el deber. 


Había que ir a Los Montesinos para la misa de ocho y, cumplida mi obligación en Guardamar, salía yo para Los Montesinos y me metía en un atasco monumental. No importaba. Nada importaba salvo el deber y el sol que empezaba a decaer. 


Llegaba a Los Montesinos y hallaba que la iglesia estaba cerrada y calculaba: «Me da tiempo para zamparme un sándwich mixto en el bar Charly». Y sí, me daba tiempo a eso y a más. Me daba tiempo a sentarme en el confesonario de Los Montesinos —con el permiso del párroco del lugar— y a atender a tres penitentes  antes de la misa. ¡Muy bien!


Eran las 20:00 cuando empezaba la tercera misa votiva de los santos ángeles. 


Son las 22:56 y ya he cenado.

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