San Miguel de Salinas
miércoles, 14 de mayo de 2025
05:10
Oficio de lectura.
HOSPITAL
A las siete y veinte laudes y a las ocho menos veinte Misa de la fiesta de San Matías. Con Gloria y todo. Sin homilía porque no hay tiempo.
Luego voy a llevarle la comunión a María y charlo un rato con su hija.
A las ocho y media me siento en la capilla para mirar fijamente el sagrario.
MISA EN SAN MIGUEL
Joan entra en la sacristía para decirme en voz bajita que hay dos monks en la iglesia.
La misa empieza, puntualmente, a las once y, de camino al altar, observo que, en efecto, hay dos varones jóvenes y vestidos con hábitos azules. Más que monks parecen fraires.
Ahora sí toca homilía:
1. Celebramos la fiesta de San Matías, el apóstol que ocupó el lugar de Judas, mercator pessimus.
2. Mucho se ha discutido estos días sobre si al Papa lo eligen los cardenales o lo elige Dios.
Veamos:
3. A Judas lo eligió Jesús. ¿Diremos que Jesús se equivocó con esa elección o, más bien, que Judas no estuvo a la altura de su vocación?
4. A Matías lo eligieron los apóstoles por el método del sorteo pero no celebramos hoy la fiesta de San Matías, apóstol del azar, sino de san Matías Apóstol de Cristo.
5. A mí me ordenó don Pablo Barrachina y me mandó a esta parroquia don Rafael Palmero. No obstante, yo no soy sacerdote de don Pablo sino sacerdote de Cristo. Y digo y digo que es Cristo quien me ha llamado y quien me ha elegido por medio de su Iglesia. Y digo y digo, otrosí, que, al cumplir con el encargo que me dio don Rafael y que me mantuvieron don Jesús y don José Ignacio estoy haciendo la voluntad de Dios.
6. Al Papa lo eligen los cardenales por votación. Podrían elegirlo igualmente por sorteo si así lo estableciese la ley. El Papa León podría determinar, por ejemplo, que, a su muerte, los cardenales se batieran en un torneo y que fuera nombrado papa el vencedor. Esto sería aún más espectacular que el cónclave. Pero, a lo que vamos, sea cual sea el método por el que se elige, el Papa es Vicario de Cristo.
En conclusión: ¡Viva el papa! Recemos por él. Amén.
…
Escribe Steinhardt en El diario de la felicidad: «Es un milagro que Cristo (…) se sintiera a gusto en compañía de los miserables (…) un milagro mayor es que estos miserables consintieran estar en compañía de la pureza».
Puede que haya otra explicación que no sea el milagro.
En primer lugar, Cristo no siempre se sentía a gusto en compañía de los miserables. A Pedro, sin ir más lejos, le dio la espalda en una ocasión; sus broncas a los escribas y fariseos son proverbiales y, cuando Simón el Leproso osó pensar para sí que Jesús no era un profeta puesto que se dejaba tocar por una pecadora, Jesús le leyó la lista de las cortesías que había echado de menos en su casa. Una cosa es que fuera paciente con esos miserables y otra, muy distinta, que se sintiera a gusto con ellos y con sus miserias.
Cierto que otras veces se muestra encantado de estar en compañía de los miserables pero en esos casos se trata —invariablemente— de miserables que reconocen su miseria.
Y tampoco los miserables se encuentran siempre a gusto con Jesús. Lo prueba el hecho de que algunos de ellos, en vez de reconocer su propia miseria, decidieron apagar la luz que podía haberlos salvado.
…
Hay quien confunde satisfacción con felicidad. Lo sé porque he sido uno de ellos.
Conocí a una señora hermosa, elegante, generosísima, entregada a un amor correspondido… De joven sonreía y brillaba con resplandores alegres. Envidia de cuantos la conocían, andaba satisfecha y feliz.
Y entonces vino —no sé si el tiempo o el diablo— para ponerlo todo a prueba. Estaba ella en la plenitud de la edad y de la belleza cuando la retrató un pintor que supo captar el momento en el que la felicidad empieza a desprenderse de la satisfacción. Lo vio el artista en unos ojos que parecían decirle al tiempo y al diablo y al mismo pintor: «Aquí estoy. No me pidáis un gesto de satisfacción. No os tengo miedo».
Era mi madre.
Tenía que ir despojándose de todo, poco a poco.
Tenía que enviudar, perder un hijo y perderse ella misma como se pierden en un laberinto angustioso los que pierden la memoria y ya ni son capaces de reconocerse. Tenía que perder hasta el recuerdo de la alegría para encontrarse con Dios.
Poco antes de su muerte anduve humedeciendo sus labios y su lengua con un hisopo. Hacía muchos años que ya ni hablaba ni reconocía a nadie pero en sus ojos, cada vez más apagados y más tristes para el mundo —como los de Cristo en la Cruz— había una profundidad que no era de este mundo.
Creo que fue entonces cuando empecé a comprender que cualquier tonto como yo puede confundir al satisfecho de sí con el bienaventurado.
…
21:00
Empieza la Hora Santa o algo así en la parroquia.
Predicador de campanillas: el arcipreste.
22:30
Cierro la iglesia, vuelvo a la casa abadía, me preparo una cena ligera y escribo esto.
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