San Miguel de Salinas
viernes, 22 de agosto de 2025
Ayer, jueves, tenía que ir a la Lloseta y fui.
Luego celebré misa y comí en La Torre y, por la tarde, volví a San Miguel para exponer el Santísimo y celebrar la misa de siete. A continuación fui a Los Montesinos para dar la bendición con el Santísimo que alguien había expuesto y para celebrar la última misa de san Pío X.
De vuelta a San Miguel cené una ensalada con mayonesa de Almudena. Muy bien.
Luego me fui a la cama sin escribir el diario.
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Hoy he abierto la iglesia a las 6:40 y luego he salido de expedición para encontrar al dueño del Citroën que estaba bloqueando la salida del garaje.
La misa en el hospital ha empezado puntualmente. El doctor GL que me ha oído toser, me ha invitado con acento y modales uruguayos a encontrarme con él en radiología para hacerme una fotocopia de los pulmones. He ido y no han visto nada raro. Entonces, otro doctor me ha auscultado: nada. Entonces, el mismo doctor me ha hecho una exploración con una máquina a la que llamaba «eco», o algo así. Nada.
Me han recetado tres dosis de un antibiótico para que las tome en ayunas durante tres días y cinco dosis de un corticoide para que las tome después de comer durante cinco días. Muy bien.
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He llegado a San Miguel con tiempo para atender a una señora polaca que quiere bautizar a su segundo hijo —al primero lo bauticé hace años— y para celebrar la misa de once.
Después había que:
—Ponerse una camisa limpia.
—Hacer una comunicación de matrimonio para la anotación marginal en la partida de bautismo del novio.
—Llamar al obispado y hablar: 1) Con Óscar para que me manden impresos de expediente matrimonia. 2) Con Beatriz para que me mande el estado de las fichas contables de las dos parroquias.
—Visitar a doña Nati que me ha invitado a un café. En su casa he saludado a Irene y a Raúl que viajan hoy a Bristol.
—Ir a la farmacia.
—Ir a la papelería.
—Ir a Correos.
En Correos solamente había dos personas antes de mí: un inglés y una húngara. El inglés ha tardado unos doce minutos en hacer su gestión. La húngara ha tardado unos quince minutos porque la empleada de Correos habla poco húngaro. Mi gestión ha durado unos tres minutos y, detrás de mí, ya se había formado una cola de cinco personas: cuatro blancas de distintos tonos y una negra.
Antes de ir a comer a casa de doña Nati había que poner una lavadora y escribir esto.
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En casa de doña Nati comemos gazpachos de pescado porque es viernes. A mí, a decir verdad, casi me gustan más los gazpachos de pescado que los de carne pudiendo, no obstante, ser estos últimos excelentes. Hablo a doña Nati de los que caté en Villena y en Almansa y escucha mi cuento con una sonrisa.
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La tarde transcurre, lenta y perezosa, entre papeles, llamadas telefónicas, lecturas y oraciones.
A las siete y media salgo para Los Montesinos donde tengo que celebrar la tercera y última misa del día. Hoy sí predico porque me encuentro mucho mejor y porque empezamos la lectura del maravilloso libro de Rut que terminará mañana.
Rut sale en la genealogía de Jesús con su amable esposo Booz —tan parecido por tantas cosas a san José—, con su suegro Salmón, con su hijo Obed, con su nieto Jesé y con su bisnieto, el ilustre rey David.
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Ya en san Miguel, saludo a los del coro y me preparo una cena no ligera: un gran plato de guisantes con jamón que venía en la cesta de Caperucita que traje ayer de La Torre.
Realmente, no carezco de nada.