lunes, 30 de marzo de 2020

Décima primera homilía en una iglesia vacía

lunes, 30 de marzo de 2020
Lunes de la V semana de Cuaresma

La Iglesia reza cada día por los difuntos pero el lunes es un día tradicionalmente dedicado de un modo especial a la oración por las almas del purgatorio. Y esa oración se hace más apremiante en estos días. Si en circunstancias normales la muerte parece ocultarse, ahora se está haciendo visible y nos toca a todos muy de cerca.
Después de la muerte viene el juicio. Los que han muerto comparecen ante el juicio de Dios en lo que llamamos «juicio particular» antes del aquel «juicio universal» al que comparecemos todos al final de los tiempos. 
En el juicio de Dios se manifiestan, a la vez, su justicia y su misericordia. 
El libro de Daniel nos cuenta la historia de Susana, una mujer inocente condenada injustamente. En ella podemos ver una imagen de todas las víctimas de la difamación, de la calumnia y de la injusticia.
Solemos decir que a los personajes públicos los juzga la opinión pública y que los juzgará la Historia. Pero, por encima de todos esos juicios humanos está el juicio de Dios que pondrá de manifiesto toda la verdad y restuirá la justicia, tan imperfecta en esta vida. 
El evangelio, en cambio, nos habla de una mujer sorprendida en adulterio y llevada —casi arrastrada— ante el juicio de Jesús. Y aquí brilla, ante todo, la misericordia. 
Dice el evangelio que, cuando Jesús pronunció esas palabras que han  pasado a nuestro lenguaje común —«el que esté libre de pecado tire la primera pidedra»— los acusadores se fueron escabullendo «empezando por los más viejos». 
Y San Agustín se detiene en ese instante para hacer uno de esos comentarios suyos, bellísimos y memorables:
Et exierunt omnes. Todos se fueron. Remansit solus, et sola. Quedaron solo y sola. Remansit creator, et creatura. Quedaron el  creador y la criatura.  Remansit misera, et misericordia. Quedaron la miseria y la misericordia. Remansit, qui suum reatum agnoscebat, et qui peccatum dimitebat. Quedaron la que reconocía su pecado y el lo perdonaba. 
A este juicio podemos nosotros acudir en esta vida acercándonos al sacramento de la penitencia en el que el sacerdote es el testigo mudo de nuestro arrepentimiento y de la misericordia de Dios. Porque, del mismo modo que. cuando el sacerdote dice las palabras de la consagración, es Cristo quien actúa por medio de él, cuando acudimos al sacerdote para confesar nuestras culpas nos encontramos a solas con la misericordia de Dios que no desprecia un corazón contrito y humillado. 

Terminamos, como siempre, encomendándonos a la intercesión de la Virgen. Hoy acudimos a su advocación del Carmen: ruega, Madre, por nuestros hermanos difuntos; ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

4 comentarios:

  1. Muy buena homilía Javier, sobretodo habrá un juicio particular del Señor, a los causantes de esta Pandemia. PAX DOMINI.

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    1. Pax Dominic, don organista. Gracias por su visita.

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  2. ...vendrá a juzgar a vivos y muertos. Si tenemos hambre de Eucaristía por Su Misericordia,acrecienta su amable homilía la sed de Confesión sacramental por Su Justicia. No requiere visita ad-limina, pater. Abrazos fraternos.

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Es usted muy amable. No lo olvide.