martes, 24 de marzo de 2020

Quinta homilía en una iglesia vacía

24 de marzo de 2020
Martes de la IV semana

Esta mañana he seguido la Misa del Papa en santa Marta y el comentario que ha hecho a las lecturas que acabamos de proclamar.
Nos hablan del agua que es un símbolo del Espíritu Santo. Él es como esa lluvia que viene del cielo, cae sobre nuestro espíritu y lo renueva.
Antes de que empezara este encierro en el que nos tiene el coronavirus, solía ir cada quince días a pasear por Los Alcores con el cura del Pilar de la Horadada. Y coincidíamos en que nunca habíamos visto tan hermoso este paisaje sobre el que cayeron lluvias torrenciales a finales del año pasado y han seguido cayendo luego, más suavemente, hasta hoy msmo.
Como la lluvia riega la tierra y alegra el paisaje, el Espiritu Santo alegra nuestro espíritu.
Cuando Jesús decía a la Samaritana «Si supieras quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él, y el te daría agua viva» estaba hablando del Espíritu Santo. En el evangelio del domingo pasado recordábamos cómo Jesús untó con barro los ojos de un ciego y lo envió a lavarse en la piscina. Y aquel lavado devolvió la vista a sus ojos. Hoy nos encontramos otra vez con el agua de una piscina que, removida por un ángel, tiene la virtud de devolver la salud a quien se sumerja en ella. 
Hay allí un hombre que lleva treinta y ocho años enfermo. El papa observa que, cuando Jesús le pregunta si quiere ser curado, en vez de responder un «sí» con entusiasmo, parece quejarse: «no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Y el Papa ve en ese hombre una imagen de la acedia, esa mezcla de tristeza y pereza resignada que mata la esperanza. 
Cuando estamos tristes no nos apetece hacer nada y, si nos acostumbramos a esa tristeza, rechazaremos cualquier palabra de ánimo. No habla el Papa de la tristeza de quien tiene una depresión sino de la tristeza cómoda de quien se ha resignado a su situación y no hace nada por cambiarla excepto, quizá, quejarse de su mala suerte. Porque esa tristeza es aliada del diablo.
Y en estos dias esa tristeza nos amenaza. Hay personas que reaccionan muy bien ante la adversidad. He visto novios que tenian organizada su boda para estos días y han tenido que aplazarla sine die y han reaccionado bien. Y hosteleros y restauradores que tenían llenas sus despensas y ahora están sufriendo un golpe económico muy fuerte. Para todos, esto es un contratiempo y una prueba y necesitamos vigilar para que no nos domine la tristeza. 
Pedimos al Señor que, en vez de lamentos, salga de nuestro corazón un a plegaria invocando al Espíritu Santo que se ofrece a los pequeños, a los que sufren, a los que padecen pobreza, soledad o humillación. Él es el Padre amoroso del pobre que puede alegranos y sostenernos en la prueba. 

Que Santa María nos acompañe especialmente en estos días de prueba. Santa María, ruega por nosotros. 

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