domingo, 29 de marzo de 2020

Décima homilía en una iglesia vacía

domingo, 29 de marzo de 2020
V DOMINGO DE CUARESMA A

Queridos amigos:

En catequesis hemos repetido un millón de veces, o más, y ya lo sabéis de memorieta, que el Credo tiene tres partes. La primera habla de Dios Padre, creador del mundo. La segunda habla de Dios Hijo, redentor. La tercera de Dios Espórit Santo que nos hace Hijos de Dios, nos reúne en la Iglesia, nos guía por este mundo, nos santifica y, un día nos hará resucitar para la vida eterna. Así termina el Credo: creo en la resurreción de los muertos y en la vida eterna. Esta es la gran esperanza cristiana.
Y el evangelio de hoy nos habla precisamente de esta gran esperanza: de la resurrección.
Nos dice el evangelio que Jesús tenía unos amigos en Betania: Marta, María y Lázaro. Eran hermanos; dos chicas, Marta y María y un chico Lázaro a los que Jeús quería mucho y que querían mucho a Jesús.
También nosotros somos amigos de Jesús; Él nos llama así: amigos. Y es propio de los amigos confiar unos en otros. Un amigo es esa persona de la que nos fiamos como de nosotros mismos porque sabemos que nos quiere. Si alguien no nos quiere no confiamos en él porque pude hacernos algo malo. De nuetros padres, de nuestros amigos, de los que nos quieren nos fiamos porque sabemos que nunca querrán hacenos daño.
Cuenta el evangelio que Jesús estaba lejos de Betania cuando vinieron a traerle un mensaje de Marta y María: «tu amigo Lázaro está enfermo». Pero Jesús, en vez de ir corriendo a Betania, se quedó dos días donde estaba. Probablemente en su corazón tenía el deseo de ir corriendo a Betania. ¿Por qué se quedó allí dos días?
Jesús —como nosotros— no había venido al mundo a hacer su voluntad sino la voluntad de Dios.
A veces hacemos lo que nos pide el corazón y eso está muy bien porque Dios nos ha dado el corazón para que lo escuchemos. Tengo unas ganas enormes de darle un abrazo a mamá, me la encuentro por el pasillo y la abrazo. Mamá contenta, yo contento y Dios contento.
Otras veces el corazón nos pide una cosa, pero la cabeza nos dice otra. tengo muchísimas ganas de ir a ver a los abuelos, o a un amigo; me lo pide el corazón. Pero la cabeza me dice que ahora no debo ir porque les puedo contagiar el coronavirus. Precisamente porque los quiero tanto, aunque me encantaría hacer lo que me pide el corazón, hago lo que me pide la cabeza: que no vaya, que me quede en casa, que rece por ellos y los llame por teléfono y que ayude asi a todos a salir de esta crisis.
Pero lo más difícil viene cuando Dios nos dice: «hijo mío, sé que el corazón te pide hacer esto y que no entiendes por qué no puedes hacerlo pero yo te pido que no lo hagas, confía en mí». Y nos toca decir: «Padre, lo que me pides me cuesta mucho, tanto que tengo ganas de llorar; y no sé por qué me lo pides pero sé que tú me quieres y eso me basta para obedecerte. Y sé que estas lágrimas mías de ahora tú las vas a convertir en alegría y que lo que ahora no entiendo lo entenderé algún día».
Jesús alguna vez tuvo que obedecer así. Cuando estaba en el Huerto de los Olivos su corazón temblaba pensando en el dolor de la Cruz y, aún así, Él rezaba diciendo: «Padre, si es posible, pase de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad sino la tuya».
Por eso Jesús no fue corriendo a Betania. Su Padre Dios le dijo: «sé que quieres mucho a Lázaro pero espera». Y Jesús obedeció, como siempre.
Dos días después se puso en camino hacia Betania y, cuando llegó, Lázaro llevaba cuatro días muerto y lo habían enterrado.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús salió a su encuentro y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto. Pero aún ahora sé que lo que pidas a Dios, Él te lo concedera». Mirad cuánta confianza tenía Marta en Jesús. No se enfada con Él. No le dice «¿por qué no has venido antes? Ya no te quiero» sino yo sé que tú podrías haber curado a mi hermano y que, incuso ahora qu está muerto, puedes devolverlo a la vida».
Jesús le dijo: «Marta, tu hermano resucitará». Y Marta le contestó lo que podríamos haber contestado nosotros porque vamos a la catequesis y lo sabemos: «sé que mi hermano resucitará en el último día». Entonces Jesús le dijo: «Yo soy la resurreción y la vida, quien cree en mí aunque haya muerto vivirá. Y el que vive y cree en mí no moirá para siempre. ¿Crees tú esto». A lo que Marta respondio: «Sí, Señor, yo siempre ceo en ti porque tú eres el Mesías de Dios».
Entonces Marta —que era muy enérgica— fue a buscar a su hermana María y le dijo: «Jesús está aquí y te llama». María —que era muy sensible— no pudo aguantar las lágrimas y se echó a los pies de Jesús llorando. Y Jesús también lloró. Dice el evangelio que se conmovió y se estremeció su corazón. Porque Jesús tiene un corazón como el nuestro.
Llevaron a Jesús hasta la cueva donde habían enterrado a Lázaro y Jesús se puso a hacer oración en voz alta y su oración fue una acción de gracias: «Te doy gracias, Padre, porque siempre me escuchas». Luego dijo: «Lázaro, sal fuera». Y aquel amigo que llevaba cuatro días muerto, volvió a la vida.
Jesús había resucitado antes a una niña que acababa de morir. Resucitó también al hijo de una viuda que llevaba muerto un día y al que llevaban a enterrar. Lázaro llevaba ya cuatro días muerto cuando Jesús lo devolvió a la vida. Así Jesús mostró que para Dios nada hay imposible. Y lo más importante de todo esto es entender que, como nos dijo el Papa hace dos días, Dios puede convertir todas las cosas, hasta las que nos parecen malas, en cosas buenas para nosotros.
Terminamos pidiendo por intercesión de la Virgen María que también nosotros seamos siempre amigos fieles de Jesús. Amigos de Jesús que confían siempre en Dios, pase lo que pase, porque vale la pena.

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