miércoles, 25 de marzo de 2020

Sexta homilía en una iglesia vacía

25 marzo  
La Anunciación

Faltan nueve meses para la Navidad. Etamos celebrando la Solemnidad de la Anunciación a la Virgen María de la Encarnación del Hijo de Dios. Cuando el ángel Gabriel se retiró, el Verbo de Dios se hizo carne en las entrañas de la Virgen María y comenzó a acampar, a vivir, entre los hombres. 
Porque es la Anunciación, el sacerdote va vestido de blanco —o de esta especie de dorado que llevo yo y que vale por el blanco— el cáliz está cubierto con un velo blanco y hay seis velas encendidas en altar que está cubierto con el mantel que reservamos para las celebraciones de la Virgen. 
Hoy el Papa no ha predicado una homilía como suele. Después de proclamar el evangelio ha dicho, a las poquitas personas que estaban allí, algo parecido esto: «San Lucas pudo escribir el relato de la Anunciación porque la Virgen le contó cómo habían sido las cosas. Así que en este evangelio podemos  nosotros oír la voz de la Virgen. Y, como estamos ante un misterio, os propongo que volvamos a leer este relato despacito y pensado esto: que es la Virgen la que nos habla».
A mí me ha gustado esa homilía cortita del Papa. Y sería estupendo que cuando leyéramos el evangelio —especialmente el de san Lucas— pensáramos que es la Virgen María la que nos está hablando de estos misterios. 
Los discípulos de Cristo haríamos bien en sentarnos muchas veces a los pies de la Virgen María para decirle: «Madre, no nos cansamos de oírte. ¡Cuéntanos otra vez cómo fue la Anunciación del Señor! ¡Cuéntanos cómo fue el Nacimiento de Jesús en Belén! ¡Cuéntanos cómo fue su Presentación en el templo! ¡Cuéntanos, Madre, todo lo que sabes de Jesús! Es verdad que lo tenemos escrito en el evangelio, pero cuando tú nos lo cuentas, se nos graba mejor en el corazón». 
En realidad eso es lo que hacemos cuando rezamos el Rosario, decirle a la Virgen: «¡Cuéntanoslo otra vez! ¡Otra vez!. Ni los teólogos más sabios nos emocionan tanto cómo nos emocionas tú cuando nos cuentas las cosas. Y cuando las cuentas tú no hay Papa ni predicador que valga». Quizá por eso el Papa hoy, en vez de predicar, ha vuelto a leer muy despacito el evangelio escuchando el relato de Santa María. Un alma pequeña que reza el Rosario y medita su misterios puede tener el evangelio en su corazón más vivo que muchos sabios. 
Te felicitamos, Madre, en este día de la Anunciación porque supiste escuchar y guardar en tu corazón la Palabra de Dios. Y a nosotros que queremos hacer lo mismo, enséñanos tú, Madre. 

Acuérdate, Señora, acuérdate. 

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