San Miguel de Salinas
viernes, 17 de enero de 2025
Día de lluvia intermitente y fina. Se están helando las alcachofas de la Vega Baja, es por el cambio climático.
Como no tengo que ir al hospital hasta la una, aprovecho la mañana para poner orden en el caos de mis contraseñas.
A eso de las nueve y media estoy poniendo orden en la sacristía cuando llega Joan sonriendo con los ojos y cubierta con un gorro calado hasta las orejas y una bufanda que le cubre hasta la nariz. Me ayuda a preparar una bolsa de alimentos para la señora que vendrá después de misa de once a recoger los pañales y la leche.
A las diez y diez voy a la farmacia. ¿Han llegado los pañales de la talla cuatro? Sí, han llegado a las diez. Me felicito.
Me siento en el confesonario. Cuando salgo para revestirme, Teresa me dice que los del tanatorio andan buscándome. Echo un vistazo al WhatsApp y sí: mañana hay un funeral. Los deudos del difunto son amigos de don José María y preguntan que si sería posible que lo celebrase él a las once.
Misa a las once. Termina la misa y la amable señora que pidió los pañales y la leche no ha venido. Le ruego a Teresa que la espere durante un tiempo razonable. Luego salgo para el hospital. Allí preparo el altar y recibo a Andrés, el organista, que trae su teclado. Viene contando todas las dificultades que ha tenido que superar en el camino y lo hace de tal modo y manera que lo veo como un nuevo Moisés durante la travesía del desierto o como un nuevo Frodo llegando a la Grieta del Destino.
Mientras se congrega la congregación, todos se saludan y dan el pésame a Ester y a Joseba que le preguntan a Andrés si conoce el canto vasco Ogi Zerutik. Andrés conoce ese himno eucarístico porque, cuando el obispo vino por primera vez a la parroquia, lo cantamos durante la acción de gracias. La misa empieza a la una y cuarto porque algunas personas que habían anunciado que vendrían no han llegado. Durante la comunión, Andrés canta el Ogi Zerutik. Después de la misa todos felicitan a Andrés que ha llenado de música el hospital.
Recojo todo y preparo los libros para el lunes. Entre tanto, Andrés recoge sus bártulos. Yo me voy a Torrevieja y él se va con la música a otra parte.
Aparco en el único sitio libre de Torrevieja que es el vado de la casa abadía. Llego justo en el momento en que termina la reunión de arciprestazgo pero nadie me reprocha nada porque había avisado de que tenía misa en el hospital. Nos vamos a comer a un restaurante cercano. Nos dan una mesa redonda. Se me ocurre el título de un poema: Los siete presbíteros de la mesa redonda. Tengo que trabajar en ello. Después de comer, el párroco del lugar —don JAG— anuncia una liberalidad: estamos invitados.
Cuando llego a San Miguel son las cuatro y media, o algo así. Observo que la bolsa con la comida, la leche y los pañales sigue en la sacristía y colijo que la señora que vino a pedir la leche y los pañales no ha venido a recoger el pedido.
En los locales parroquiales saludo a Alfredo que está dando la catequesis al grupo de confirmación.
Cuando doy por terminada la jornada y me recojo en la casa abadía son las ocho. Me preparo una cena ligera bendiciendo a los Reyes Magos que llenaron mi nevera de sabrosas viandas.
Escribo esto.
…
A las nueve y cuarto vuelvo a la iglesia para rezar Completas, apagar las luces y cerrar las puertas.
Escribo esto.