miércoles, 26 de febrero de 2025

Diario. Miércoles, 26 de febrero de 2025

 San Miguel de Salinas

miércoles, 26 de febrero de 2025


Cruzo El Paseo a las siete menos diez y puedo ver por la Calle del Mar el horizonte coloreado con las primeras luces del amanecer. Luego, de camino hacia el hospital, la superficie de las salinas exhibe un color zafiro más claro que el mismo cielo. 

Me da tiempo a rezar laudes antes de la misa que empieza puntualmente a las ocho menos veinte y acaba a las ocho menos unos minuto. 

Luego voy a visitar a Miguel y al hermano marista. Al sacristán de La Inmaculada ya le han dado el alta. Me alegro por él y por Pura. 

A las diez menos cuarto, terminadas todas mis devociones obligatorias, vuelvo a San Miguel. 



Con ayuda de Joan traslado la imagen de San José, las flores y las velas al altar de san Rita donde estará hasta el próximo domingo. 

Voy al confesonario y atiendo a un penitente. 

Me revisto para la misa y, cuando ya estoy revestido, llega el arcipreste. Me recuerda que habíamos quedado en que él celebraría la misa en San Miguel y yo, por la tarde, en Los Montesinos. 

Me quito los ornamentos y me despido. 

No se me van ni la tos ni el cansancio. ¿Me tonificaría un poco darme un buen paseo? Demasiado cansado para intentarlo. 

Voy a la casa abadía dispuesto a dedicar la mañana al despacho. 


...


        Después de comer en casa de doña Nati me quedan tres horas libres. 



Libros que estoy leyendo por placer: 

1) El diario de la felicidad. Me tiene emocionado con lo de la hesiquia. 

2) Bizancio, de Norwich. 

3) La adoración en el corazón del mundo. 

4) El Señor, de Guardini. 

5) Ensayos literarios, de Lewis. 

6) Historia de la Iglesia en la España Contemporánea. 

7) Un camino inesperado. Es una especie de guía para leer El Señor de los Anillos. 

8) El Romancero Viejo. 

9) Las grandes herejías, de Hilaire Belloc. 

Hago el propósito de no empezar ninguno más —aunque tengo en cola varios muy apetecibles— hasta haber terminado, al menos, tres de estos. 



18:00

        Voy a Los Montesinos. 

18:30

        Segunda misa votiva de san José porque es miércoles. No predico porque estoy tosiendo. 


...


21:30

Completas. Apago las luces y, antes de cerrar la iglesia, voy al altar de santa Rita donde está la imagen de san José rodeada de calas. 

Y me quedo allí un ratito, recargando el depósito de hesiquia.

martes, 25 de febrero de 2025

Diario. Martes, 25 de febrero de 2025

 San Miguel de Salinas

martes, 25 de febrero de 2025


He visto ’71, una peli inglesa bastante triste y oscura


Me he preparado una crema de champiñones con puerro y cebolla. 


lunes, 24 de febrero de 2025

Diario. Lunes, 24 de febrero de 2025

 San Miguel de Salinas

lunes, 24 de febrero de 2025


6:45

Abro la iglesia, enciendo las luces y salgo para el hospital. 

7:10

Preparo el altar para la misa y me da tiempo de rezar el oficio de lectura. 

7:40

Primera misa por las almas del purgatorio porque es lunes. 

8:15

Visita a los enfermos. Un penitente. Muy bien. 

9:05

Laudes. 

Me siento a mirar fijamente al sagrario. 

9:50

Salgo para San Miguel. 

10:15

Voy al banco. 

10:30

Me acomodo en el confesonario. 

Tercia. 

11:00

Segunda misa de difuntos porque es lunes. 

12:00

Salgo para Los Montesinos porque tenemos reunión de arciprestazgo. 

14.00

Me despido de los reunidos que se quedan a comer vuelvo a San Miguel para comer con doña Nati. 

15:00

Me despido de doña Nati y voy a hacer la visita al Santísimo. Luego me siento a mirar fijamente al sagrario. 

15.45

En el despacho trasteo por las RR SS para enterarme de la actualidad. 

16:10

Salgo a pasear: misterios gozosos. 

16:40

Vuelvo al despacho. 

La adoración en el corazón del mundo. 

Evangelio. 

17:00

Correo y WhatsApp. Ana Isabel me invita a cenar. Muy bien 

El diario de la felicidad. 

Vísperas.

18.00

Voy a Los Montesinos. 

18:30

Tercera misa de difuntos porque es lunes. Hago una breve homilía. 

19:30

Voy a cenar a casa de Ana Isabel y Wilder. Muy bien. 

20:30

Nos despedimos y vuelvo a la iglesia. 

20:45

Completas. 

Apago las luces, cierro la iglesia y vuelvo a a casa abadía para escribir esto.

domingo, 23 de febrero de 2025

Diario. Domingo 23 dw febrero de 2025

 San Miguel de Salinas 

domingo, 23 de febrero de 2025


Ayer, sábado, tenía yo un plan perfecto para viajar a Madrid. Rosarito me esperaba en Torrellano a las doce menos cuarto para llevarme a la estación del Ave. Pero a esa hora estaba yo retenido en la autopista. A eso de las doce menos cinco la llamé: «Amable Rosarito, no me esperes. Estoy atrapado en un atascazo. Trataré de ir directamente a la estación o, si no salgo de aquí a tiempo para coger el tren, seguiré en coche hasta Madrid». 

Aunque todo esto se lo dije con aplomo —como el ejecutivo acostumbrado a barajar muchas posibilidades y armado contra cualquier contingencia por su prudente previsión de innumerables planes alternativos— debo confesar que, en esos momentos, me sentía yo el ser más desgraciado y digno de compasión del mundo y el poeta más autorizado para gritar esos versos inmortales: «No hay extensión más grande que mi herida. Lloro mi desventura y sus conjuntos».  

De todas formas, conseguí aparcar el coche en Alicante, no lejos de la estación, y llegué a tiempo para tomar el AVE que iba a llevarme a la estación de Chamartín de Madrid. 


Lo más notable del trayecto hasta Madrid fue una especie de profetisa que viajaba en el mismo vagón que yo. 

Primero oí su voz desde lejos. Era una voz exaltada pero no violenta; una voz de mujer pero no femenina que preguntaba: «¿Tenemos que soportar que nos pisoteen?». 

La profetisa —bastante gorda— en cada estación de su particular Vía Crucis hacía un discurso, formulaba alguna pregunta, y, sin esperar respuesta, se levantaba y se dirigía al asiento libre más próximo a ella para empezar de nuevo: «Ahora veo que alguien ha estropeado la puerta del WC. ¿Quién ha sido? ¡Vamos! ¡Que se levante el valiente ha roto la puerta del WC!». 

A mi izquierda viajaba un muchacho irlandés con el brazo izquierdo en cabestrillo. Cuando la profetisa llegó a su altura le preguntó: «¿De dónde eres, muchacho?». Él dijo la verdad y no mintió: «De Irlanda y ¡Viva san Patricio!». Y a la profetisa le entró una risa loca y —señalándome—le preguntó: «¿Vas con ese?». Y, sin esperar respuesta,, acercó su gorda cara a la mía y  gritó: «¡Esto no lo arregla ni Dios!». 


Lo más notable de mi llegada a la capital  fue lo siguiente. 

Vino a buscarme a la estación JAVP. Iba él, como es su costumbre, elegantísimo en su atuendo y en su sonrisa. 

Después de saludarnos —muac, muac y todo eso— cargó mi equipaje en el coche, me invitó a sentarme en el asiento del copiloto y puso rumbo a su casa que está no lejos de la nunciatura del Papa en Madrid. 

Muy poco después, sin perder la sonrisa, dijo con estas o semejantes palabras: «Querido tío, por el ruido colijo que llevamos una rueda pinchada». 

No lloró ni recitó versos dramáticos. Se bajó del coche, quitó la rueda pinchada y puso la de repuesto como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida. 

Luego, ya en su casa, me agasajó como los reyes agasajan sus tíos. 


Lo más notable de la tarde fue —claro— el bautizo de Javier. Y, después del bautizo, la visita co JAVP a casa de AVH y de JZ. Me atrevería a jurar que JZ y AV se quieren más que los peces al agua. 


Hoy, domingo, a las once de la noche, no tengo fuerzas —o ganas—para seguir contado cosas. 

Todo el día podría resumirse en una explosión de fuegos de artificio. 

He pasado la noche en Madrid sin pegar ojo. 

He desayunado con Pupé, con Jaime y con Carmen. 

Jaime, que ha dormido a pierna suelta, ha ido a jugar al padel con unos sus amigos. Entonces Pupé —qué amable— me ha llevado a Chamartín. 

He celebrado la misa del día en La Torre. Contento de estar otra vez, sano y salvo, en casa. 

Luego he vuelto a San Miguel. 

viernes, 21 de febrero de 2025

Diario. Viernes, 21 de febrero de 2025

 San Miguel de Salinas

viernes, 21 de febrero de 2025


A las siete de la mañana he salido para el hospital. A las nueve y media de la noche he vuelto a casa y me he puesto a escribir esto. 

Hoy ha venido a la misa del hospital y se ha presentado Pepe B. Muy bien. Lo demás, como de costumbre: visita en la UCI a Miguel y al santo y amable hermano marista y, visita a Vicente. Y devociones obligatorias, un penitente antes de la misa de once —segunda de la memoria de san Pedro Damiani— y todo eso. 

Comida con Sonia. Me ha invitado a comer en El Pony porque cumplió cincuenta años antier. Me ha hablado de su vida que da para una novela estupenda ambientada entre Irlanda, Inglaterra y Españita. Es una mujer independiente, liberal en los mejores sentidos de la palabra y que practica el aikido. Tenía en Madrid un almacén lleno de muebles heredados —algunos muy queridos— y, cuando lo de la Dana se le ocurrió una idea: alquilar un camión para llevarlos todos a Paiporta. Fue allí con su madre —ochenta añitos— y recorrieron el pueblo amueblando las casas de los vecinos. En cada puerta, una historia emocionante. Está preparando una serie de catequesis sobre personajes bíblicos para los niños de nuestra parroquia. Muy bien. 

Cuando un párroco llega a su nueva parroquia, como es natural, no conoce a nadie. Luego, poco a poco, van apareciendo Natis y Pacos, Glorias, Marías, Rosarios, Marianos, Migueles, Alfredos, Teresas, Cármenes, Josés y José Manueles, Ana Isabeles, Wilderes, Davides, Belenes, Delias, Mari Luces, Zvigneves, Cristianes, Armines y Heidis, Tatonos… Si, además, ese párroco es administrador parroquial de una pedanía de Orihuela, después de trece años, la lista de amigos vivos y difuntos adquiere las dimensiones de una de esas viejas guías telefónicas. Y si, además, lleva tres años de capellán de un pequeño hospital, ya pasea por allí como Pedro —como perro—por su casa: las enfermeras de la UCI que, al principio, cuando el capellán pulsaba tímidamente el timbre de la puerta preguntaban «quién es», ahora le abren la  puerta sin preguntar nada; lo conocen los vigilantes, los médicos, los del turno de guardia, los de mantenimiento… 

Justo entonces, cuando al párroco lo saludan por las calles y le abren las puertas de sus casas y lo invitan a comer, él debe distanciarse un puntico de todo y de todos —amablemente, claro— no en plan De contemptu mundi, sive de miseria conditionis humanae, sino movido por el amor de Dios —un Dios celoso, crucificado y sonriente— que le pregunta«¿Me amas más que a estos?» y que, sin esperar a la respuesta de uno, añade:  ¡Sígueme!». 

jueves, 20 de febrero de 2025

Diario. Jueves, 20 de febrero de 2025

 San Miguel de Salinas

jueves, 20 de febrero de 2025


2:00

Me despierto. Tengo fiebre. Me tomo un Pharmagrip. 

6:00

Me despierto. No tengo fiebre pero sí una gran congestión nasal que parece aliviarse por un momento cuando estornudo estruendosamente.

Oficio de lectura estornudado. 

Wasap de Marina para concertar un matrimonio de irladenses en octubre. Reenvío el mensaje a Teresa y anoto el matrimonio en Google Calendar. 

9:30

Me levanto. Tengo una décimas. Pharmagrip. 

Laudes.

Me llama el arcipreste para interesarse por mi salud. Se ofrece para venir a celebrar la misa. ¡Qué amable!

10:20

Voy a la iglesia para la exposición del Santísimo. Durante la misa, mientras Carmen hace la oración de los fieles, voy a la sacristía para buscar pañuelitos de papel de doble capa. 

Luego vuelvo a la casa abadía. Me pongo el termómetro. No funciona. Me acuesto. Me duermo. Me despierto. Me duermo. Intento leer algo y me duermo. Me despierto, y así.

14:16

Me despierta el teléfono. Es MGC. Habíamos quedado para comer hoy, le dije que estaba griposo y llama para interesarse por mi salud. Al oír mi voz cavernosa y nasal me conmina instantemente a hacerme una prueba de COVID y de gripe A y B porque —dice— si la infección pasa al pulmón, soy cura muerto. Me advierte de que, aún en el caso de que sobreviva, si tengo la gripe A y mantengo mi plan de ir a Madrid el sábado, puedo contagiar a toda mi familia. También me dice que me ha hecho un Bizum. ¡Qué buena!

Nos despedimos y recuerdo que tengo un test de COVID y gripe. Lo busco, lo encuentro, leo y sigo las instrucciones y me dispongo a esperar la sentencia que imagino fatal. 

El test da negativo en COVID y negativo en flu. Estoy sudando y tengo frío. Me ducho, me cambio de pijama y me acuesto. 

Me llama Christine desde Irlanda. Se aflige mucho cuando la entero de que yazgo en cama. Concertamos el bautizo de un su nieto para Abril. 

Me duermo, me despierto, y así. A ratos leo El Diario de la felicidad. A ratos leo La adoración en el centro del mundo. A ratos deshago la cama para buscar el rosario, empiezo a rezarlo y me duermo. El termómetro no funciona. 

17:58

Mensaje de Teresa. Que cómo estoy. Le pregunto si, por ventura, podría compararme un termómetro. 

Unos minutos después, Teresa me trae un termómetro mágico. Me lo pongo, pita para decirme que ya está, miro la temperatura: 35,7º C. Estoy frío como un pez. 



Leo tres veces —y con creciente emoción— las páginas 80 y 81 de El diario de la felicidad. Steindhardt habla allí de Balzac y de Dostoievski y los iguala en la compasión que ambos sienten por sus personajes sufrientes. Dice que el dolor, como espectáculo, es siempre santo. Dice también que tienes derecho a ceder ante la injusticia cuando la sufres tú  si te das cuenta de la extraordinaria bajeza de tu adversario. Dice también que, cuando no puedes rectificar la injusticia te queda siempre la posibilidad de la dimisión, o la de entrar en un monasterio, o la de suicidarte y aduce ejemplos reales de la literatura y de la vida. 

Divagando reconozco que —en algún momento de debilidad— he considerado las dos primeras opciones. 

Cuando leo estas cosas por primera vez me conmuevo un poco. Vuelvo a leerlas y me emociono un tantico más. Las releo por tercera vez y se me antoja que estoy ante una especie de cuarto Evangelio. Entonces cierro el libro y me entrego a la oración: «Señor mío, y Dios mío, creo firmemente que estás aquí…».