San Miguel de Salinas
martes, 18 de noviembre de 2025
VOLVER A ALICANTE NO ES FÁCIL
Estoy en Madrid.
Son las ocho. Pupé está desayunando con Urraquita. Me uno a ellas. Mi tren sale de Chamartín a las diez.
A las nueve menos cuarto, Pupé y Urraquita me dejan en el metro de Rivas.
A las nueve y cuarto tomo en Vicálvaro el tren de cercanías que me llevará a Chamartín.
A las diez menos veinte llegamos a Nuevos Ministerios. Próxima estación, Chamartín. No me sobra el tiempo pero voy bien.
¿Voy bien? Por los altavoces nos anuncian que, debido a la concentración de trenes en Chamartín, el tren quedará detenido en Nuevos Ministerios durante unos minutos. Empieza la emoción y así lo reflejo en un tuit:
«Estoy en Nuevos Ministerios, son las 9:40. Acaban de avisar de que, debido a la saturación de trenes en Chamartín, vamos a estar parados un rato y luego avanzaremos poco a poco. Mi tren sale de Chamartín a las 10:00. ¡Qué emoción!».
Cuando el tren reanuda su marcha, son las 10.45. Ya no voy bien, pero todavía puedo llegar a tiempo a Chamrtín.
Cuando llegamos a Chamartín son las 10:50. Mi voto de parsimonia me impide correr pero no me impide caminar a grandes zancadas. ¿Podré llegar al andén del AVE antes de las diez?
Son las diez menos dos minutos cuando dejo mi mochila en el detector de explosivos.
El tren de las diez sale sin esperarme. Lo cuento así en X:
«Son las 10.09. El AVE de las 10:00 se ha ido sin esperarme. No importa, no me apetecía irme de Madrid tan pronto. Ya tengo billete para el AVE de las 11:00. Ahora a disfrutar del ocio en Chamartín. No carezco de nada».
Nada más tuitear ese tuit, me dispongo a rezar el Oficio de lectura y las laudes en ese magnífico oratorio semipúblico que es la estación de Chamartín. Mi ángel de la guarda me susurra: —¿Querrás revisar con atención el billete que acabas de comprar?.
—Nada más fácil— le respondo.
Reviso el billete que acabo de comprar y descubro que el tren de las once sale de Atocha.
Agradezco a mi ángel la inspiración y me dirijo con parsimonia hacia la parada de taxis.
Ya en el taxi, me apresuro a informar al mundo entero con un tuit:
«Son las 10:24. Estoy en un taxi porque mi tren de las 11:00 no sale de Chamartín sino de Atocha. Tengo así la oportunidad de disfrutar de otra aventura muy emocionante en Madrid. No carezco de nada».
Por el camino hago buenas migas con el taxista, un individuo de unos treinta y tres años y tres meses de edad, camisa azul marino, gafas anticuadas, voz suave y conducción precisa.
Tardamos dieciséis minutos en llegar a Atocha. Lo cuento así en X:
«Son las 10:40. A lo lejos se ve la estación de Atocha. Gran atasco. ¡Que emoción!».
A las 10:44 la estación de Atocha ya no se ve tan lejos. Saco una foto y la mando por X. Mi tren sale a las 11:00. Inicio una parsimoniosa negociación con el taxista para que me permita bajarme allí mismo. El taxista se muestra condescendiente. Me cobra, abre el maletero, me da mi mochila y me deja huir.
Son las 10:50 cuando pongo el pie en la estación. Un informante me informa de que, para tomar el tren de alta velocidad, tengo que bajar al sótano. Ya en el sótano, otro informante me informa de que depende y de que debo consultar en las pantallas porque hay trenes de alta velocidad que salen del sótano y otros que salen de la azotea.
Son las 10:56. Me dirijo a la cola más cercana y allí otra informante me informa de que mi tren sale dentro de cuatro minutos por la vía 5. Me felicito porque la vía 5 está allí mismo. También me felicito porque no hay control de equipajes.
Con majestuosa parsimonia me acerco a la entrada de la vía 5. Oigo que piden a los pasajeros que muestren, con su billete, el DNI o el pasaporte. Llevo el billete pero no los documentos de identificación. No importa. Mi voto de parsimonia no me impide fingir que soy sordomudo. Muestro mi billete en el móvil y la Guardiana de la Vía me informa:
—Lo siento, caballero: su billete es de RENFE y este tren es de Themomix.
Para eso no estoy preparado. Inclino mi cabeza ante la Guardiana de la Vía porque el voto de parsimonia exige dedicar tiempo a esos detalles. Me dispongo a retirarme, a dar por perdido el segundo tren y a disfrutar de Madrid hasta que no me quede más remedio que marcharme pero, por los altavoces, anuncian que el AVE de Murcia sale por la vía 5.
Lentamente, giro sobre mis talones. Me dispongo a decirle a la Guardiana de la Vía 5 que mi tren sale por la vía 5 pero:
—Padre, por favor, pase por aquí.
La voz es la de una joven y hermosa muchacha uniformada con las galas de los Guardianes de las Vías. Está al lado de la Guardiana de la Vía 5, aunque separada de ella por una cinta.
Remueve la cinta para facilitarme el paso. Sé que he dado con un ángel. Me pide que le muestre mi billete. Se lo muestro.
Con una voz dulce y con una mirada amabilísima se dirige a mí:
—Este es su tren. No se preocupe, no hay prisa— dice, parsimoniosa.
El voto de parsimonia no me obliga a besar las manos de la Guardiana de la Vía. Me inclino ante ella torpemente y me dirijo al tren con grandes zancadas.
Mi coche —o vagón— es el doce. Entro al tren por el primero. Cuando llego al doce y encuentro mi asiento, se cierran las puertas y el tren se pone en marcha.
Son las once y seis minutos.
¡Qué emoción! ¡Me encanta Madrid!
VOLVIENDO A ALICANTE
El viaje hasta Orihuela va a durar —si Dios quiere— tres horas y veinte minutos. Una eternidad en términos de parsimonia. No importa. Puedo rezar el Oficio Divino y el Rosario y unas Preces que yo me sé. Y puedo leer.
SAN MIGUEL DE SALINAS
Vuelta a la amable rutina de la misa y de todo lo que nos es querido.
Vuelta a esas sorpresas maravillosas que nos aguardan no cuando huimos a Tailandia en busca de aventuras sino cuando volvemos a casa y —milagro— los de siempre nos dan la bienvenida.