martes, 26 de agosto de 2025

Diario. Martes, 26 de agosto de 2025

 San Miguel de Salinas

martes, 26 de agosto de 2025

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars


8.00

Me despierta el rumor de una motosierra. Están podando el gran árbol del huerto al que el viento desgajó una rama. 

He quedado a ls diez con Pepe para tomar un café. Tengo tiempo de sobra para ir a rezar a la ermita. Cuando entro en La Torre, Almudena ya se ha levantado. 


10:00

Café con Pepe. Tomo también queso curado y un bizcocho sabroso que encuentro en la mesa. Muy bien, desayunazo. 

Pepe y y habíamos quedado en ir a Torrellano para hacer compras. Se nos une Almudena: mejor. 

Primero vamos a Consum. Luego Pepe nos deja en La Jijonenca y nos dice: «os espero allí en el eso». Acto seguido se va. 

Algo preocupado, le pregunto a Almudena si, por ventura, sabe donde nos va a esperar Pepe. Como llevan muchos años casados ya se entienden así. 

Compramos horchata y fartons mientras él va —me lo explica  Almudena— a la famosa carnicería de Torrellano. En la Jijonenca nos sorprende ver que todos los clientes son varones. Cuando llegamos hay ocho, sentados de dos en dos, en cuatro mesas. Luego llegan otros dos. El dependiente también es un varón. Por cierto, todos —dependiente y clientes— de menos de cuarenta años. 

Hago caer en la cuenta a Almudena de que ella es la única mujer y, justo entonces, aparecen una camarera y una cocinera. Somos doce varones y tres chicas. 

El dependiente que nos atiende es un tipo muy amable, competente y conversador. Nos explica que los fartons caseros saldrán a partir de la cuatro de la tarde y que podemos llevarnos de los industriales. Nos llena con horchata una garrafita de dos litros y nos advierte que convendrá removerla antes de consumirla. También nos explica que, si volvemos con la garrafita, la próxima vez que la llenemos no nos la cobrará. Tanto a Almudena como a mi, no parece todo muy entrado en razón. 

Al salir de la Jijonenca observamos que, de las cuatro mesas que hay en la calle, tres están ocupadas por varones y solamente una por mujeres. Mi meditativa atención se fija en todo Esp para analizar el fenómeno. 

De allí vamos a la famosa carnicería de Torrellano donde Pepe sigue haciendo cola. Mientras él compra lo que ha venido a comprar, yo trasteo por la famosa carnicería de Torrellano que es, además, un almacén de delicadezas raras. Lenguas de estornino no encuentro, pero encuentro aceitunas rellenas de trufa y decido comprar una lata para tener una liberalidad con la parentela en el aperitivo. 

De la famosa carnicería de Torrellano, vamos a la farmacia que, en la puerta, tiene un abrevadero para perros. 

Explico a la farmacéutica que me han dicho que, lo que tengo en el cuello, es un herpes. Abre unos ojos como platos, retrocede unos metros y agita las manos diciendo: «Tiene que ir al médico, pero ya». Y, aunque no lo dice, parece decir: «Y a mí no se me acerque». 

Entonces le digo que, además, tengo una congestión de nariz de narices. Entra ella en la rebotica y sale con una caja de pastillas que me lanza desde lejos diciendo con la boca: «Tómese una pastilla cada día durante siente días». Y con la mirada dice: «Aléjate de mí, apestado». 

Pago y agradezco todo y salimos muy contentos de la farmacia. 

Es hora de volver a La Torre. 


12.30

Misa de la memoria de santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars en la ermita de la Virgen del Carmen. 


13:00

Pepe nos convoca para el aperitivo a las dos y cuarto. Unos se van a la piscina y yo escribo y publico el diario de ayer. 

Entre tanto, llegan de Madrid unas excelentes noticias: las pruebas médicas que han pasado Fátima y Arantxa arrojan unos resultados que los propios médicos califican de «milagrosas». 


14:15

Aperitivo en el patio con tres ventiladores. Pepe, que lo ha organizado todo, ha puesto en un lindo cuenco de porcelana de San Claudio, las aceitunas rellenas de trufa. 

Alrededor de la mesa del patio y, de excelente humor, brindamos por Fátima y Arantxa los siguientes: Almudena y Pepe, Teresa y Rosario, Elena y Rafa y yo. 


15:00

Rosario y Teresa se van a comer a la Casa Grande. Los demás comemos en la Torre una delicia española: «pollo a la Almudena». 


15:45

Elena y Rafa se despiden y salen para Madrid.

Almudena, Pepe y yo pasamos —niñas al salón— para tomar el café y se nos unen Rosario y Teresa. 


16:15

Me despido pensando que tengo tiempo de sobra para ir a mi piso, echar una cabezadita, ducharme y salir para Los Montesinos donde tengo que hacer un entierro a las seis. 


17:00

Me despierto y comprendo que no tengo tiempo de ducha ni de nada. Vuelo a Los Montesinos rezando los misterios dolorosos con BXVI. 


17:45

Llego a Los Montesinos y hallo la iglesia cerrada. Llamo al arcipreste que me indica amablemente: «El entierro es mañana». Y tiene razón. 

¿Me da tiempo a rezar vísperas? Sí. 

18:00

Salgo para San Miguel y aparco en la puerta del ambulatorio. 

En el mostrado del ambulatorio ruego que me vea un médico por urgencias y que me den hora para mi médico de cabecera. El ser humano que me atiende es correcto y eficaz como un robot. 

En menos de cinco minutos oigo una voz cantarina que sale de un despacho: «¡Francisco Vicens!». Sé que me llaman a mí y vuelo hacia la voz cantarina. 

En el despacho descubro a mi doctora de urgencias preferida.  Ella me saluda de tal modo y manera que no me cabe la menor duda: soy su paciente de urgencias preferido. 

Le digo que me mandan de la farmacia de Torrellano porque, al parecer, tengo un herpes terrible. Ella se levanta de la mesa, examina mi cuello y dice con voz cantarina: «Es un hongo de la barba». Luego me aconseja que desinfecte mi máquina de afeitar y que me tome ciertas pastillas y que me unte cierto fungicida en el cuello. 

Nos despedimos como amigos y vuelo a la iglesia para la misa de siete. 


18:30

Abro la iglesia para la misa de siete y los que están esperando en la puerta juran que dije que la misa sería a las seis y media.

Tienen razón. 

Corro al altar, lo preparo todo. 


18:35

Empieza, con cinco minutos de retraso, la misa de seis y media. 


19:00

¿Me da tiempo para ir a la farmacia?

Me da tiempo.

¿Me da tiempo para darme un ducha y ponerme ropa fresca?

Me da tiempo. Al salir de la ducha me pongo una camisa blanca. ¿El canesú? El canesú no lo encuentro. 


19.30

Salgo para Los Montesinos. 


19:50

En la sacristía de Los Montesinos me entregan la invitación para la misa del domingo que será la de la despedida del arcipreste.


20:00

Tercera misa de la memoria de santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars. En la homilía me explayo recordando a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Villena en cuya casa tuve el privilegio de hacer de capellán durante unos años: su justicia, su misericordia, su fidelidad, su piedad no fingida y sus sonrisas permanentes que eran como un reflejo y anticipo del Cielo. Nada que ver con la hipocresía. 


22:52

Estoy acabando de escribir esta página del diario. 

Hace calor. 

Bendito sea Dios. 

Diario. Lunes, 25 de agosto de 2025

La Torre

lunes, 25 de agosto de 2025

San Luis de Francia y san José de Calasanz


6:50

Abro la iglesia y salgo para el hospital. 

7:40

Primera misa de la memoria de san José de Calasanz. 

9:00

De vuelta a san Miguel, Oficio de lectura y laudes.

Me siento para mirar fijamente al sagrario. 

10:00

Como Laura nos ha dejado para iniciar su nieva vida en Coventry, me toca recolectar las moneditas de los lampadarios. Las cuento, las uno a las colectas del fin de semana, saludo a Joan que acaba de llegar y voy al banco para ingresarlo tod. 

10:30

Me siento en el confesonario. Tercia. 

Termino la lectura de Gracia de Cristo, de EGM. 

11:00

Segunda misa de la memoria de san José de Calasanz. Al final, entra en la sacristía una simpática y numerosísima familia que viene de Madrid. FG-C se ha presentado como amigo de Ignacio. 

Paso la mañana en el despacho con el ventilador y tratando de moverme poco. 



Doña Nati está con Gracia y con José María que ha preparado un pollo delicioso. 

Estamos despidiéndonos cuando nos llega un video que  ha grabado Irene en la casa de la campiña inglesa donde está —invitada por unos amigos— con Raúl. 



Me echo una siesta enorme. A las seis, hora santa en la iglesia: me siento para mirar fijamente el sagrario, vísperas, rosario. 

A las siete y media salgo para Los Montesinos y —¡sorpresa! Encuentro la iglesia cerrada. Llamo al arcipreste que me dice que durante el verano no hay misa los lunes. 

Pongo rumbo a La Torre.



Rosario ha vuelto de Madrid acompañada con una amiga del colegio Veritas. Yo estoy invitado a cenar con Almudena, Elena, Pepe y Rafa y La Fonda. 

Me llama IT: que si comemos juntos con su mujer y con los Muñiz el jueves. Que sí. 



Cuando volvemos de cenar son las doce menos cuarto. Me da tiempo para ir a la ermita y rezar completas antes de la tertulia en el palmeral co n el güisqui —escocés pero envejecido en Jerez— que ha preparado Pepe. 

—¡Oh! —exclama Almudena señalando alguna zona de mi cuello— ¿qué tienes ahí?

Puede referirse a un eccema que me está saliendo en la oreja derecha, a un ganglio que se me está inflamado no lejos de allí o a un fenómeno nuevo que está enrojeciendo e hinchando una zona contigua. 

—Parece un herpes— dice. 

Entonces se acerca Rosario con su linterna y diagnostica:

—Herpes es. 

A eso de las 00:50, nos despedimos. 

lunes, 25 de agosto de 2025

Diario. Domingo, 24 de agosto de 2025

 San Miguel de Salinas

domingo, 24 de agosto de 2025


Como el arcipreste va a celebrar la misa de diez en Torremendo y yo voy a celebrar la de once en Los Montesinos, tengo tiempo de sobra para desayunar, rezar, leer y holgar antes de salir a las diez y media para la parroquia de Nuestra Señora del Pilar. 


Hay que predicar. 

Todos sabemos qué es la puerta ancha: levantarse cada mañana y preguntarse «¿cuerpo, qué quieres?». Vivir haciendo lo que a uno le apetece o —como dicen los cursis— lo que a uno le sale del corazón. 

Eso es el antievangelio. Jesús dice que no ha venido a hacer su voluntad sino la voluntad de quien lo ha enviado. Al que le pregunta «¿Qué debo hacer para entrar en el Reino» no le recomienda que haga lo que le dé la gana sino que cumpla los mandamientos. 

Esa el al puerta estrecha: levantarse cada día y preguntarse «qué tengo que hacer» y, al final del día, si uno ha cumplido con todas sus obligaciones, acostarse en paz pensando —porque es verdad— que uno es un siervo inútil y que no ha hecho más que lo que tenía que hacer. 

Cuando salgo de Los Montesinos ya tengo en el WhatsApp el mensaje de un solicitante: «¿Podría confesarme en San Miguel antes de la Misa». Y respondo: «Sí, voy volando». 


Dos penitentes en San Miguel antes de la misa. Muy bien.

La segunda me dice que es catequista.

—¡Oh! —exclamo— ¿Catequista? ¿En qué parroquia?

—En la parroquia de Nuestra Señora de X en X. 

—¡Oh! —exclamo— Fui párroco de allí hace miles de años. 

—¡Oh! —exclama— ¿Cómo se llama usted?

Le digo mi nombre y mis dos apellidos y, del otro lado de la rejilla me llega una risa cantarina y:

—Claro, he oído hablar de usted a X y X.

—¡Que buenos que son X y X! ¿Conoces a A y B? Son como hermanos para mí. 

—¡Claro! ¡Todos los conocemos!

—¿Conociste a C que ha muerto hace poco y a P, y a sus hijos C y D? 

—¡Claro! 

Y uno querría seguir de tertulia con ese ángel que trae noticias del cielo, pero ese ángel no ha venido buscando conversación sino absolución. Además, la misa tiene que empezar a las doce y media y son las doce y veinticinco. 


En la misa de doce y media hay que seguir predicando. 

Si la puerta estrecha es vivir cumpliendo tus obligaciones, ¿va Dios a condenarnos por no haber ido a misa?

Veamos:

El juicio de Dios no hará nuestra vida, revelará lo que ha sido. 

Uno ha subido hacia la cumbre y, con esfuerzo, con perseverancia y, con la ayuda de Dios, la ha alcanzado. Quizá tenga que pasar un tiempo en el purgatorio pero está salvado porque ha pasado la vida pidiendo perdón, dando gracias y sirviendo a los demás: enamorado. Eso es la misa. 

Otro ha dicho que va a misa cuando le sale del corazón y que comulga sin confesarse porque le sale del corazón o que no necesita a Dios porque le basta con mirarse al ombligo para saber que Dios no existe. Eso es el infierno: una eternidad mirándose al ombligo. 


A las dos salgo para La Torre. 


A las tres y piquito estamos unos veinte comiendo en La Torre. En la Almazara, por más señas. Estamos repartidos en dos mesas redondas de diez.  

El arroz lo ha hecho Pablo con la receta de mi madre Hualde: pollo, garbanzos, arroz —claro— y chorizo de Pamplona. 

Entre los veinte están Ana Isabel, Wilder, Luciana y Camila. Y yo estoy en su mesa. 


A las ocho nos reunimos en la ermita para la última misa del día y hay que predicar. 

Los que viven en familia —o sea, la congregación a la predico- andan siempre preocupados los unos por los otros y se ayudan amablemente. Son santos. Les ruego que recen por mí, cura célibe sin padre ni madre ni perro que le ladre. Y les suplico que me ayuden a subir y que —si me ven bajar— afeen mi conducta amablemente. 

A eso de las nueve me despido de todos y salgo para San Miguel. ¿Estoy contento? Sí. No carezco de nada.