San Miguel de Salinas
viernes, 23 de mayo de 2025
Santa Rita nos regaló ayer una espléndida y olorosa rosa que floreció en la puerta de la iglesia. Nosotros, por nuestra parte, a las once, después de la exposición y la bendición con el Santísimo, le dedicamos una solemnísima misa con órgano, homilía y todo.
Luego salí para Alicante con Joan. Por el camino íbamos rezando los misterios gozosos en latín. La dejé en La Torre y seguí para La Lloseta. Cuando terminé en La Lloseta la recogí y fuimos a comer a Torrellano. Regresamos a La Torre y rezamos en la ermita los misterios luminos en castellano. De vuelta a San Miguel completamos nuestra romería de mayo rezando los misterios gloriosos en inglés.
¿Me aguardaba una sorpresa en San Miguel? Sí, me aguardaba una sorpresa en San Miguel. Wilde me invitaba a cenar en su casa. Debía presentarme allí a las 20:15.
A las 20:10 salí de la casa abadía. En la puerta me abordó una amable venezolana cuyo hijo correteaba por El Paseo.
—Pa bautizalo— me dijo.
Le di mi número de teléfono y le rogué que me mandara un wasap. Luego le dije que yo había vivido durante tres años en Venezuela pero no mostró interés por esa información. Nos despedimos.
Al llegar a la farmacia me encontré con Y:
—A las nueve bautizamos a J— me dijo.
Recordé entonces que, en efecto, el archidiácono iba a venir a bautizar a J. Volviendo sobre mis pasos, me dirigí a la iglesia para preparar en la pila bautismal: el agua, los óleos —catecúmenos y crisma—, la velita, la concha, la vestidura bautismal, la toallita, y el ritual.
Otra vez encaminé mis pasos hacia la casa de Wilder. Me disponía a mandar un mensaje al amable archidiácono para decirle que todo estaba preparado pero —cabe la farmacia— me encontré con Gema que iba a atender a sus buenos padres. Charlamos un rato y, cuando retomé mi camino, lo del mensaje al archidiácono se me había olvidado.
Llegué a la casa de Wilder con quince minutos de retraso. No me afearon la conducta, admitieron mis disculpas y —para consolarme— me dijeron que Luciana todavía no había llegado.
Ana Isabel nos sirvió un plato de salmón al horno —cinco dólares por pieza multiplicado por cinco comensales— sobre un nido de verduras a la plancha y de patatas hervidas.
—La princesa está triste— dije señalando a Camila que removía en su plato, distraída, las verduras.
—A la princesa no le gusta el salmón al horno— respondió Ana Isabel lanzando una dura mirada a su hija.
Camila —la princesa— me regaló una mirada dulce, triste, agradecida, que decía textualmente:
—Ahí los tienes. Todos me odian. Mi padre haciendo pesas para ponerse cachas y ajeno a mi salmonfobia. Mi madre cocinando esta bazofia y Luciana fingiendo que le gusta el salmón solamente para mortificarme. Tú, querido padre, eres el único que me entiende.
Supongo que es normal que mi corazón se incline mucho hacia Camila que, con una sola mirada, dice tantas cosas textualmente.
…
Hablemos de hoy.
6:30
Llueve. Así me gusta. Abro la iglesia.
7:00
Sigue lloviendo. Así me gusta. Aparco en el hospital y voy a la capilla.
7:40
Empieza —puntualmente, claro— la misa en el hospital.
8:30
Cuando salgo para San Miguel sigue lloviendo como a mí y a los alicantinos nos gusta: suave, dulce y abundantemente.
9:00
Oficio de lectura y laudes en San Miguel.
Luego hay que mirar fijamente al sagrario.
10:00
Me zampo De par en par.
Voy al confesonario.
11:00
Segunda misa del día. La ofrezco por un hermano sacerdote a quien no conozco. Me ha hablado de él mi doña Arquilatría.
11:30
Sigue lloviendo. Bernardo no ha traído paraguas y le digo que puede que tenga que quedarse en la iglesia hasta mañana si no para de llover. Él —sonriendo— me responde: «Hasta que Dios quiera».
¡Muy bien! ¡Así se habla!
Vuelo a la casa abadía. La lluvia arrecia y yo me alegro.
Voy a ver a un enfermo. Voy a ver a otro. Los hallo a ambos —la verdad sea dicha— muy alegres. Creo que es por la lluvia.
Me llama Ana Isabel. Que si puedo ir a buscarlos a la Zenia porque se les ha quemado el coche.
Llamo a doña Nati para rogarle que no me espere para comer.
Voy a La Zenia. Me pierdo. Hay calles cortadas por la lluvia.
Cuando encuentro a Ana Isabel y a Wilder son las tres o así. Cuando, después de dejarlos en s casa sanos y salvos, llego a casa de doña Nati son las tres y media o así.
De casa de doña Nati salgo con una cesta de Caperucita para la cena.
16:15
Visita al Santísimo.
Me siento para mirar fijamente al sagrario.
16:50
Rosario caminando entre los altares.
17:30
Última catequesis del curso con los niños que harán la primera comunión el año que viene. Son muy simpáticos y muy listos.
18:00
Llegan los niños que van a hacer la primera comunión mañana. Llegan también sus padres.
Delia conduce a los padres a los salones parroquiales y yo me quedo en la iglesia con los niños —ocho— y con dos catequistas.
Hay que ensayar la ceremonia de mañana.
Ya está.
18:45
Delia vuelve a la iglesia con los padres de los niños que van a hacer la primera comunión mañana.
Breve catequesis sobre el sacramento de la penitencia. Está dirigida a los niños pero —velis nolis— te llega a ti, amable lector, como ha llegado a los padres de esos niños.
Me revisto y voy al confesonario.
19:45
Ya todo ha terminado y estoy en Más y Más.
20:00
Mando un mensaje a Analía: «ya estoy en casa».
20:15
Viene Analía para llevarse a casa el libro parroquial de las defunciones.
20:30
Me zampo una cena ligera con la cesta de Caperucita que me preparó doña Nati a la hora de nona.