jueves, 11 de septiembre de 2025

Diario. Jueves, 11 de septiembre de 2025

 San Miguel de Salinas

jueves, 11 de septiembre de 2025


SAN MIGUEL


Del asesinato de Charlie Kirk me he enterado de madrugada gracias a un tuit de QP. 

Hoy tendría que haber ido al ambulatorio a las diez para vacunarme contra el herpes zóster y contra el cocoalgo. Se me ha olvidado la cita y no he ido. 

Como es jueves hemos tenido la exposición del Santísimo con órgano y todo. Y, luego, misa votiva de la eucaristía con unas lecturas que parecen pensadas para contrarrestar la obra del diablo: 


«Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. 

Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. 

Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. 

Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. 

 Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. 

Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. 

Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él».


«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. 

Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. 

Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. 

Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. 

Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. 

Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».


TORRELLANO


Comida con María José, Pablet y Ramón. 

Bendecimos la mesa.

Hablamos:

1. Un poco de enfermedades.

2. Un poco de amigos comunes y familia. 

3. Un poco de asesinatos y desgracias

4. Un poco del Papa.  

5. Un poco del obispo de Barbastro

6. Un poco de alfombras de Crevillente y del viaje de Pablet a Bélgica. 

7. Un poco de las oposiciones que está preparando Ramón. 

8. Un poco del arroz negro que nos estamos zampando.

Cuando voy a pagar me informan de que Pablet se me ha adelantado. 

Antes de despedirnos recibo dos regalos.

  1. María José me regala un poemario de su amiga Beatriz Córdoba Gabarrón. ¿Dedicado? Sí. Y la dedicatoria va firmada el 29 de diciembre de 2025. ¡Lo tenía guardado desde Navidad! ¡Qué amable!

2. Manuel (Pablet para los amigos) me regala una botella de Sommos, reserva 2021. 


LOS MONTESINOS


Un penitente pide confesión. Muy bien.

Don Paco, el ex arcipreste, tiene en el confesonario más libros  que Felipe II en El Escorial. También —Dios lo bendiga— tiene allí un abanico. 

Cuando dejo el confesonario para empezar la misa, hago una foto a los libros y al abanico y se la mando al ex arcipreste para que me diga qué debo hacer con todo eso. 

Aroa entra en la sacristía antes de la misa para pedirme que ofrezca la misa por Charlie Kirk. Le digo que lo haré con mucho gusto. 

Segunda misa votiva de la eucaristía. 

Durante la  liturgia de la Palabra me asalta una duda. ¿Era católico Charlie Kirk? Un lector está con eso de «Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia». Y yo estoy estrujándome el celebro: sé que se pueden ofrecer misas en sufragio por un bautizado no católico y creo recordar que no se debe mencionar su nombre en la plegaria eucarística. El lector sigue adelante: «Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo». Ante la duda sobre si era católico y sobre la disciplina vigente, decido mencionar su nombre en la plegaria eucarística. Me digo a mí mismo: «Si me equivoco, la culpa es del Papa, de los obispos y de sus vicarios generales y de zona y de los arciprestes que ya no nos instruyen acerca de lo que nos interesa».  

Me levanto para proclamar el Evangelio que dice, entre otras cosas: «No juzguéis y no seréis juzgados». 

Al terminar la misa encuentro en guasap un mensaje del ex arcipreste que me ruega: «Déjalo todo, por favor, en la sacristía». Obedezco de mil amores. 

En la plaza me reencuentro con Aroa y le pregunto si Charlie Kirk era católico. Me dice que sí, que hablaba muy bien de la Virgen María y que es un mártir. 


OTRA VEZ EN SAN MIGUEL


Son las nueve de la noche o así cuando aparco mi coche y voy a casa de doña Nati porque me ha dicho que le han dejado un paquete para mí. En el paquete hay un libro de ochocientas páginas. 

En la casa abadía lo desempaqueto. Las veinticuatro primeras páginas son índices y eso. En la página 25 empieza el prólogo. Leo la página 25. La releo. La releo. La releo. Son solamente 25 líneas pero anuncian un libro genial. 

No sigo leyendo porque mañana tengo que madrugar y porque, antes, tendría que cenar algo. 

Ya he cenado algo y ya he escrito esto. Mañana tengo que madrugar. 

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Diario.Miércoles, 10 de septiembre de 2025

 San Miguel de Salinas

miércoles, 10 de septiembre de 2025


7.00

Abro la iglesia, enciendo las luces y salgo para el hospital.

7:40

Misa votiva de san José porque es miércoles. 

9:00

De vuelta a San Miguel, Oficio de lectura y laudes. 

Me siento ante el sagrario para escuchar una piadosa meditación. 

10:00

Aseo un poco la casa abadía y pongo una lavadora.

Pepe Juárez me cuenta que su madre se cayó en la puerta de la iglesia hace unas semanas. Está muy delicada y quiere que vaya a verla. Le pido que me mande la ubicación de su casa. He estado allí varias veces pero siempre me pierdo. 

11:00

Segunda misa. 

Pepe no me ha mandado la ubicación de su casa. Se lo recuerdo. 

Joan me habla del malestar que hay en Inglaterra por las detenciones de veteranos que enarbolan banderas del Reino Unido, ancianitas que llevan crucifijos al cuello y ciudadanos que manifiestan abiertamente su afición a la panceta ahumada. 

11:45

Escribo esto. 

12:00

Ángelus. 

Llamo a Arantxa para felicitarla por su santo que fue ayer.

La puerta del garaje tiene un comportamiento extraño: de vez en cuando se abre sola. A veces lo hace en medio de la noche, otras a pleno día. Probé echarle agua bendita y nada. Doña Nati me ha dado el teléfono de un técnico. Lo llamo  y no contesta.

Pepe Juárez me manda la ubicación de su casa. 

Tiendo la ropa.

12:30

Salgo para la casa de PJ.

En la puerta del jardín hay un cartel: «cuidado con el perro». Toco el timbre, se abre la puerta y aparecen dos perros negros. Labradores. Parecen amigables pero aguardo fuera hasta que llega Pepe y me confirma que son amigables. Entonces entro y los dos labradores ponen sobre mí sus patas enfangando mis pantalones al tiempo que me lamen amigablemente. 

Josefa me reconoce y, aunque no puede hablar, se santigua y reza con nosotros. 

13:30 

Voy a comer a casa de doña Nati media hora antes de lo usual porque tiene cita con el médico a las tres y media. 



CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN


He leído el libro VIII que es el central y el más lindo. En él se relatan los hechos que rodearon su conversión. 

Agustín ya había experimentado una conversión intelectual desechando las doctrinas maniqueas y leyendo a los platónicos. Sin embargo, cuanto más claramente se le presentaba la verdad, más repugnancia sentía ante la idea de hacerse cristiano. 

«Tus palabras se habían clavado en mí» y «mi corazón tenía que ser purificado», «y aprendí a alegrarme con temblor». 

Golpe de corazón: «Hazme casto». Contra golpe: «Pero no ahora». 

Decide hablar con Simpliciano, un cristiano venerable, experimentado y muy amado por el obispo Ambrosio. Simpliciano cuenta a Agustín la historia de la conversión de Victorino, doctísimo romano «que, en premio de su preclaro magisterio, había merecido y obtenido una estatua en el Foro romano, honor que los ciudadanos de este mundo tienen por lo sumo». 

Victorino leía las Escrituras en secreto y, en secreto, decía a Simpliciano: «¿Sabes que ya soy cristiano?». A lo que Simpliciano respondía: «No lo creeré ni te contaré entre los cristianos mientras no te vea en la iglesia». 

Finalmente, Victorino venció los respetos humanos y dijo a Simpliciano: «Vamos a la iglesia, quiero hacerme cristiano». Este era el ambiente. 

Por entonces, los admitidos al bautismo solían hacer la profesión de fe en público, desde un lugar elevado. Los sacerdotes, delicadamente, teniendo en cuenta que Victorino era una celebridad y que aquello podía resultarle embarazoso, le propusieron hacer la profesión en secreto. Sin embargo, el prohombre quiso hacerla en público. ¿No había enseñado públicamente una retórica que no podía salvar? Este era el ambiente. Aquella conversión fue sonadísima en Roma.

El relato conmovió a Agustín que había sido un admirador de Victorino. Pero ¿por qué admirarse ante la conversión de un hombre célebre? ¿No eligió Jesús a los débiles para confundir a los fuertes según san Pablo? 

Sí, ya, claro, por supuesto. Pero el mismo Saulo —el Apóstol mínimo— «habiendo vencido con su predicación la soberbia del procónsul Pablo a quien sujetó al yugo suave del gran Rey, quiso —en señal de tan insigne victoria— cambiar su nombre primitivo de Saulo en Pablo». 

¿Es que vale más un procónsul que un mendigo? No, estúpido, no. Lo que pasa es que si libras a un procónsul de la esclavitud del diablo, detrás de él y como a zaga de su huella, alcanzarán la libertad miles de mendigos, periodistas, socialistas, sicólogos… 

«Apenas me refirió Simpliciano estas cosas, me encendí yo en deseos de imitar a Victorino». 

Deseos buenos del corazón y… contragolpe: «Porque de la voluntad perversa nace la pasión, y de la pasión obedecida nace la  mala costumbre, y la mala costumbre, si no se la contradice, engendra la necesidad» de tal modo que estos anillos enlazados forman una cadena que ata al pobre Agustín. «Las dos voluntades mías —la vieja y la nueva, la carnal y la espiritual— luchaban entre sí y, discordando, destrozaban mi alma». Así estaba el ambiente. 

No había excusa: «tenía una percepción clara de la verdad» pero el corazón «rehusaba entrar en tu milicia». 

En eso llega una visita a casa de Agustín y de Alipio: un alto funcionario llamado Ponticiano. El visitante observa que Agustín está leyendo a San Pablo y se sincera: es cristiano. Como ve que Agustín y Alipio tienen ganas de saber más se pone a hablarles de un santo varón que había muerto en Egipto hacía cosa de treinta años. Agustín y Alipio nunca habían oído hablar de San Antonio Abad. Ponticiano pasó luego a hablarles «de las comunidades que viven en monasterios y de sus costumbres llenas del dulce perfume de Cristo y de los fértiles desiertos del yermo» (oxímoron). Y este era el ambiente. Santos hablando de santos y —zas— conversiones. 

Mientras Ponticiano hablaba, Dios trastocaba a Agustín. Y llegó la crisis definitiva. 

Fue en el patio o huertecillo de la casa en la que vivían Agustín y Alipio. Agustín, muy agitado y mordiéndose las uñas, se encara con Alipio: 

—¿Qué nos pasa? ¿Los iletrados arrebatan el cielo y a nosotros —los sabios de toda la vida— nos falta corazón?

Alipio calla y contempla la tormenta que se ha desatado en el corazón de su amigo y maestro. 

Agustín pasea por el huerto dando grandes zancadas y agitando los brazos como un molino. Sus huesos le dicen que pacte con Dios y que lo alabe: angustia, indecisión, saltos, volteretas… Alipio mira y calla. Y Agustín reflexiona: «si hubiese querido, habría podido». Entonces Agustín siente una necesidad de llorar. Se aleja de Alipio, se sienta bajo una higuera y deja que broten las lágrimas como un manantial 

De la casa vecina llega como el canto latino de un niño o de una niña que, traducido, dice: ¡Toma y lee! ¡Toma y lee!

Agustín no conoce ningún juego infantil que incluya esa canción pero recuerda algo que Ponticiano le contó de Antonio, el abad. Al parecer, el santo decidió irse al desierto cuando oyó el Evangelio del «ve, vende, reparte entre los pobres, sígueme». 

Corre Agustín hasta el sitio donde está Alipio en silencio. Toma los escritos de san Pablo y, abriéndolos al azar, lee lo de revestíos de nuestro señor Jesucristo y dejad las obras de la carne y sus deseos. 

No quiere leer más. Abre su corazón a Alipio. Ahora los dos amigos son cristianos de corazón. Corren a hablar con Mónica. Ella, que ha llorado tanto, está ahora como loca por la risa. 

El capítulo acaba así de bien: «Convertiste su llanto en gozo mucho más fecundo de lo que ella había soñado y más querido y mucho más puro que el que podría esperar de los nietos que le hubiera dado mi carne».

martes, 9 de septiembre de 2025

Diario. Del sábado 6 al martes 9 de septiembre de 2025

San Miguel de Salinas

sábado, 6 de septiembre de 2025

Santa María en Sábado


Un penitente antes de la misa de once. Muy bien. 

LECTURAS


II Crónicas.

Confesiones. 

Mil ojos esconde la noche (2).


DESPACHO PARROQUIAL


Hay tanto que hacer allí que lo prudente es no dejarse llevar por la urgencia. 

Para que no se me olvide, pongo una inscripción en la puerta: PARSIMONIA. 

Luego me comprometo a no dedicarle más de una hora de este sábado maravilloso. 

A las doce —rezado el Ángelus— me pongo a preparar el libro de misas de septiembre. A la una menos diez vacío la papelera y limpio la mesa.

A la una salgo del despacho despacito, sin prisas, dedicándole una sonrisa a la Señora de la Paz. 

Ella corre, cum festinatione, cuando hay que correr para servir pero, cuando hay que dejarlo todo en la manos de Dios y el Hijo de Dios se pone parsimonioso y santifica la procrastinación —«mujer, no es mi hora»— se convierte Ella en la Señora de la Parsimonia: «Haced lo que Él os diga». 


DOÑA NATI


Doña Nati me ha invitado —qué amable— a comer en su casa. 

Hace tiempo —aún vivía Paco entre nosotros— una piadosa mujer de San Miguel de Salinas esparció por el pueblo la especie de que el cura se invitaba a comer por la jeta en casa de doña Nati y Paco. Fue Paco quien me dijo: «Esto dicen: que eres una especie de okupa. Que te has colado aquí y que abusas de nuestra hospitalidad». 

Él y yo hicimos un pacto ese día: «Nunca jamás volveré a desayunar, a comer o a cenar en vuestra casa a menos que reciba una invitación por escrito». 

Paco pensó —con razón—que yo estaba exagerando pero doña Nati aceptó el reto. Desde entonces doña Nati —cada día— me invita por escrito —por WhatsApp por más señas— a comer en su casa. 

Alguna rara vez me excuso: «Gracias, doña Nati pero no podré ir». 

Lo normal es que le mande un mensajito con estas o semejantes palabras: «Gracias, doña Nati, por tu hospitalidad. Dios te lo pague». 


DE SEIS DE LA TARDE A ONCE DE LA NOCHE


18:00

Voy a la iglesia y preparo en altar para la misa de ocho que celebrará don Paco, el exarcipreste. 


18:20

Salgo para La Marquesa. Las calles de San Miguel están cortadas porque va a haber una carrera de gente que disfruta corriendo. Los del ayuntamiento lo llaman «carrera popular». 

Las calles están desiertas —ni siquiera hay policías— y cortadas. Decido abrirme paso a lo bestia, removiendo las barreras  que ha puesto la policía ausente y circulando —si es menester— por direcciones prohibidas. 


19:00

Misa en la Marquesa. 

Durante la homilía veo que llega un sacerdote inquieto. Lo acompaña un laico inquieto. 

Fiel a mi lema —parsimonia— sigo predicando como si nada. 

A l terminar la misa, Marifí me explica el misterio del cura y del laico inquieto. 

Al parecer, tenían que celebrar una boda en cierta capilla pero, una vez allí, descubrieron que no había allí ornamentos, ni pan ni vino. Alguien les dijo que solamente Marifí —además de Dios— podría echarles una mano. Por eso decidieron venir a La Marquesa.


19:45

Terminada la misa en La Marquesa llamo a doña Nati con un ruego: que abra la puerta del garaje para que don Paco pueda entrar a la sacristía.  


20:05

Llego a San Miguel. Don Paco está revestido y anda buscando el cáliz y eso. Le ruego que empiece la Misa mientras yo, discretamente, preparo el altar. 



Esto es lo que dejé escrito el sábado. Sin duda pensaba añadir algo más pero se quedó así y me fui a dormir sin publicarlo. 


Son las nueve de la noche del martes 9 y me dispongo a recordar algo del domingo 9. 


Recuerdo que don Paco celebró la misa de diez en Torremendo y que esa fue su última misa en el arciprestazgo. Por la tarde tomó posesión de su nueva parroquia. 


Yo celebré a las once en Los Montesinos, a las doce y media en san Miguel y a las siete y media en La Torre. Terminamos la última misa a tiempo para instalarnos en un saloncito con unas bandejas ante la televisión. Así vimos el emocionante partido Alcaraz-Sinner. 


Luego me despedí de Almudena, de Fátima y de Pepe porque volvían a Madrid al día siguiente. 


¿Que recuerdo del lunes? 


Recuerdo que salí de La Torre a las seis y media y que llegué al hospital a las siete y cuarto —aún no había amanecido— a tiempo para rezar el Oficio de lectura y las laudes antes de la misa de 7:40. 

Recuerdo que la humedad relativa del aire era del 81% y que tenía uno la sensación de estar cociéndose en una sauna. 


Recuerdo que, después de la misa de once en San Miguel, había quedado con unos novios: él de San Miguel, ella Irlandesa. Charlamos e hicimos el expediente matrimonial. Quedamos en que me mandarían dos testigos para firmar el expediente y que, una semana antes de la boda, volveríamos a vernos para preparar la cosa en sí. 


También recuerdo que, por la tarde, fui a Torremendo para celebrar a la Virgen de Monserrate y que hubo traca en la consagración y mucho jolgorio luego por las fiestas. 


¡Ah! También recuerdo que Ana Isabel y Wilder tenían una buena noticia que darme y me invitaron a cenar en su casa. Muy bien. 


Y de hoy, martes 9, ¿qué recuerdo?


Recuerdo que a las cuatro de la madrugada estaba rezando el Oficio de lectura y que me levantaba a eso de las seis para empezar el día. 

Recuerdo la misa de once, la comida en casa de doña Nati, el entierro de Fulgencio a las cinco y la misa de ocho en Los Montesinos. En al misa de once y en la de ocho he predicado sobre san Pedro Claver, esclavo de los esclavos.  


También recuerdo que he estado todo el día leyendo y escribiendo tuits. 


Ahora tengo que irme a la cama porque me muero de sueño.