viernes, 11 de abril de 2025

Diario. Viernes, 11 de abril de 2025. ¡Oh concilio de Nicea!

 San Miguel de Salinas

viernes, 11 de abril de 2025 (Nicea, 20 de mayo a 15 de junio de 325) 


6:50

El cielo está cubierto por negras nubes pero los pájaros saben que es hora de levantarse y andan piando enérgicamente. 

Abro la iglesia, enciendo las luces y salgo para el hospital. A través de algún desgarrón de las negras nubes se atisba un cielo levemente iluminado por la aurora. 


7:15

Tengo tiempo de preparar el altar y rezar laudes. 


7:40

Misa. 


8:00

Terminada la misa, voy a llevar la comunión a María. 


8:30

Recojo todo y preparo la misa para el lunes. 


8:45

Me siento para mirar fijamente al sagrario. 


9:15

Salgo para San Miguel. 


9:45

Caigo en la cuenta de el lunes tenemos la Misa Crismal en san Nicolás. Aviso al grupo del hospital de que no habrá misa el lunes. Aprovecho para anunciar en Fbk y por WhatsApp que esta tarde habrá confesiones de cuatro a ocho, misa a las ocho y, a continuación, Via Crucis. 

Después de contestar como treinta mensajes de WhatsApp y de concertar un par de citas —una de ellas con APZ y su novia— rezo tercia. 


10:45

Toca poner una lavadora, enfundarse en la bata de trabajo y emplearse en el aseo de la casa abadía. 


12:45

Hay que tender la ropa, poner el lavavajillas y rezar el Ángelus. 


13:00

Me aseo un poco y me aplico a la lectura de:

1. El primer libro de Samuel.

2. El Señor, de Romano Guardini.

3. El Evangelio de san Juan. 

4. El Romancero viejo. 


13:40

Escribo esto.



14:00

Voy a casa de doña Nati. 


14:45

Me despido de doña Nati. 

Visita al Santísimo. 


15:00

Saco la vajilla del lavavajillas, guardo la ropa tendida que ya está seca y rezo los misterios dolorosos. 


15:50

Con mi Mc, mi Iphone, varios libros y el correo que recojo del buzón, vuelvo a la iglesia dispuesto a encerrarme en mi lujoso confesonario hasta la hora de la misa. 

Oigo una piadosa meditación. 


16:30

No ha venido ningún penitente. No importa. Abro el correo y lleno un sobre grande con sobres pequeños y papeles para reciclar. Leo el Boletín de comunicación con los sacerdotes. Los custodios de Tierra Santa andan apurados de pesetas porque la guerra de allí es un obstáculo no pequeño para las peregrinaciones. 


17:00

Rezo el Oficio de lectura y las vísperas paseando por los altares laterales. 

Llega un penitente. Muy bien. 

Llega Teresa para la catequesis y le digo que voy a tomarme un vaso de leches y una pastilla y que vuelvo incontinenti. Voy a la casa abadía me tomo un vaso de leches y una pastilla y vuelvo al confesonario. 

Entre penitentes, lecturas y oraciones ha llegado la hora de la misa. 

Número total de penitentes: 7. 


20:00

Empieza la misa de Nuestra Señora de los Dolores. Me ayuda Samael y canta el coro. 


20:30

Empieza el Via Crucis por la calle y empieza a llover. 

Hacemos la segunda estación en la puerta de la farmacia. La lluvia arrecia y, tras una rápida consulta a la congregación, decidimos seguir con el Via Crucis en la iglesia. 


21:15

Cuando termina el Via Crucis toda la congregación conviene en que:

1. Ha sido una buena idea refugiarse en la iglesia. 

2. Ha sido un lindo Via Crucis


21:30

Wilder me acompaña hasta la casa abadía y me ayuda con mi cargamento de  dispositivos electrónicos y de libros. En la puerta de la casa abadía nos despedimos. Él se va a caminar y yo voy a prepararme una cena ligera. 


22:20

Tengo sueño cuando termino de escribir esto. 

jueves, 10 de abril de 2025

Diario. Jueves, 10 de abril de 2025

 San Miguel de Salinas

jueves, 10 de abril de 2025


Leí el Retrato de Juan Pablo II de André Frossard en Venezuela, hace más de treinta años. He vuelto a leerlo ahora, cuando acabamos de celebrar el vigésimo aniversario de su marcha al cielo. Ha vuelto a emocionarme el recuerdo de ese papa santo y he vuelto a gozar del humor y de la poesía del escritor francés a quien Juan Pablo II hizo este reproche: «Es usted demasiado papista. Se lo he repetido ya más de veinte veces». 



También por placer he seguido con la lectura del romancero viejo. 

Río Verde, río Verde

más negro vas qu ela tinta. 

Asina de bien comienza el Romance de Sayavedra. El rey de la morería ha capturado a este caballero cristiano cuyas hazañas conocen  todos. «Si tú me hubieras hecho preso a mí» —pregunta el rey— «¿qué harías conmigo?». Sayavedra contesta con gentileza y sinceridad evangélicas: 

Yo te lo diré, señor,

nada no te mentiría:

si cristiano te tornases

grande honra te haría

y si así no lo hicieses

muy bien te castigaría:

la cabeza de los hombros

luego te la cortaría. 

El rey moro no va a la zaga del cristiano en nobleza y honra a su cautivo ofreciéndole su amistad en estos términos:

Calles, calles, Sayavedra

cese tu melancolía;

tórnate moro, si quieres

y verás que te daría:

darte he villas y castillos

y joyas de gran valía. 

Sayavedra, naturalmente, prefiere morir antes que renegar de su fe. 

En el absurdo caso de que yo fuera papa, canonizaría a Sayavedra como caballero y mártir. Cuando el defensor del diablo adujera en contra de la canonización que Sayavedra no murió de rodillas, mirando al cielo y cantando himnos sino repartiendo mandobles a los moros, mandaría yo que, en el martirologio, quedase inscrito Sayavedra como caballero y mártir y como patrono de Europa. 



Me gustan estos jueves eucarísticos, sacerdotales, abrileños y tranquilos. 

La exposición del Santísimo y la misa con Andrés al órgano, el trayecto hasta Alicante, el encuentro en La Lloseta con un luminoso grupo de sacerdotes no juramentados… 



A las siete de la tarde había quedado en la iglesia con el presidente de la Junta de Cofradías. 

A las siete menos diez he bajado al Paseo para esperar al presidente de la Junta de Cofradías  paseando y leyendo las últimas páginas de de el Retrato de Juan Pablo II

Allí estaba, paseando y leyendo cuando.. ¿Qué ven mis ojos?

Hay una bicicleta roja en la puerta de la iglesia. Entro en la iglesia para interesarme por el fenómeno. La iglesia está bastante oscura pero en uno de los bancos de la izquierda resplandece una especie de sol. 

Disimuladamente avanzo hacia la sacristía por las capillas laterales y, al llegar al altar de la Inmaculada, se me desvela el misterio del sol: es un niño rubio que está allí de rodillas, solo, silencioso, adorando o algo así. 

Abro la sacristía, enciendo las luces de los altares laterales y vuelvo a salir. El niño sol sale también y nos saludamos lacónicamente. Colijo por su acento que es extranjero. Él se va con su bicicleta. 

Justo entonces llega el presidente de la Junta de Cofradías. 



Son las 21:40 cuando termino de escribir esta página de mi diario. Desde la calle me llega el rumor de la tamborada que anuncia la Semana Santa. 

Diario. Miércoles, 9 de abril de 2025

 San Miguel de Salinas

miércoles, 9 de abril de 2025


Amable novedad de esta mañana: a las ocho y media he salido del hospital pasando por la azotea, pero no para volver a San Miguel sino para ir al colegio de las carmelitas de Torrevieja y ayudar al capellán a confesar a los niños. 

He estado allí de nueve a diez menos cuarto y he confesado a quince penitentes. Muy bien. 

Entonces sí, tocaba volver a San Miguel para la misa de once. 



Amable novedad al terminar el día: a las ocho empezaba la «Noche de parroquia» con feligreses de San Miguel y de Los Montesinos. Exposición del Santísimo y comentario de la tercera parte de Dilexit nos. 

Delia, Belén y Mari Luz lo preparan todo con harto cariño. 



El libro que me ha regalado don José Luis GS, La sabiduría de los salmos, que tiene doce capítulos y comenta doce salmos, me va a acompañar por más de doce días. 

No me importa nada reconocer que, de entre todas las peticiones de los salmos, la que repito más a menudo es esta: «Rómpele el brazo al malvado». 

Hay otras peticiones más positivas: «Dame, Señor, entendimiento».  

Hay peticiones más hermosas: «no me escondas tu rostro». 

Hay peticiones más magnánimas: «que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra». 

Pero lo de «rómpele el brazo al malvado» —si se recita con el mismo Espíritu que lo inspiró— se me antoja muy rompedor y muy urgente. 



Puede ocurrir que mañana, al salir de la ducha, resbale, caiga al suelo y me encuentre allí con un brazo y las dos piernas rotas. 

Si entonces rompo a cantar aquello de «te doy gracias, Señor, de todo corazón» será una buena señal.

martes, 8 de abril de 2025

Diario. Martes, 8 de abril de 2025

 San Miguel de Salinas

martes, 8 de abril de 2025


¿Qué hay que hacer el quinto domingo de Cuaresma por la tarde? El quinto domingo de Cuaresma, por la tarde, hay que velar las imágenes. Y eso hice antier con la ayuda de Ana Isabel, de Wilder y de Camila a quienes, luego, invité a cenar. 



¿Y ayer? ¿Qué había que hacer ayer? Pues ayer había que celebrar misa en el hospital, y luego había que ir al banco. Había que celebrar en San Miguel y luego había que ir al Seminario de Orihuela porque teníamos reunión con el obispo. Y eso hice antes de comer. Por la tarde aún tenía que celebrar otra misa en Los Montesinos y eso hice. 



Hoy, después de la misa en San Miguel, he ido a Correos para recoger un paquete que venía de Alcalá de Henares: del obispado, por más señas. 

Los impacientes lectores de este diario ya se están preguntando por el contenido del convoluto. La impaciencia es mala. 

En la oficina de Correos había una señora extranjera enviando y recogiendo cartas en una ventanilla. Me han atendido en la otra ventanilla y, en menos de tres minutos salía yo con mi lindo paquete debajo del brazo y escuchando en YouTube las canciones de La Taberna errante. 

«¡Señor! ¡Señor!». 

Eso gritaba la extranjera que ha salido corriendo de la oficina de Correos y me ha perseguido, calle abajo. 

«¿Se lleva usted mis cartas?». 

No tendría nada de extraño que yo hubiera olvidado en la oficina el móvil, o las llaves de casa, o la cartera, o que el paquete que llevaba debajo del brazo no fuera el que me han mandado de Alcalá sino uno dirigido a la extranjera. Pero no, en el paquete que yo llevaba debajo del brazo ponía claramente mi nombre y mi dirección. Me he detenido y he extendido mis manos  hacia la agitada extranjera mostrándole, en la una, el convoluto y, en la otra, mi iPhone. 

«¡Oh!»

Tras esta exclamación, la agitada extranjera se ha dado la vuelta y ha salido corriendo hacia la oficina de Correos. Y yo he vuelto a la casa abadía oyendo Against Modern Songs


Graves asuntos requerían mi atención y me ha parecido que el paquete debía esperar. Lo he dejado en la mesa del despacho. 


Solamente después de comer en casa de doña Nati y de hacer la visita al Santísimo, de vuelta a la casa abadía, he abierto el paquete. Dentro había una carta pulcramente mecanografiada y firmada por don José Luis GS, un arquitecto amable. En realidad nunca nos hemos visto aunque nos hemos escrito y, no hace mucho, le mandé un par de libros. 

En la carta, entre otras cosas, me rogaba que aceptase su regalo —un comentario a los salmos— y me daba las gracias por estos diarios  que, al parecer, lee con algún interés. 

He ojeado el libro: La sabiduría de los salmos. He leído el prólogo de Scott Hahn. He leído la introducción del autor, Peter J. Kreeft, un sabio. He leído el índice que indexa o indica doce capítulos dedicados, cada uno, a un salmo. Me he dicho: «Muy bien Javier, ya tienes lectura espiritual para doce días. 


A las cuatro y media he salido para el hospital porque teníamos allí el retiro mensual. 


A las seis he salido del hospital porque tenía que celebrar misa en Los Montesinos. 


A las siete y cuarto he salido de la iglesia de Los Montesinos y… 

«¿Qué ven mis ojos?»

Sí, en el parque infantil, empujando el columpio de su nieta, estaba el carnicero de La Murada. ¿Sivila? Sí, Sivila. Me miraba con los brazos abiertos y me he allegado a él con los brazos abiertos y nos hemos abrazado con tanto contento que hasta la nieta sonreía. 

La Murada fue mi primer destino como párroco. El carnicero de La Murada y su amable esposa fueron mi Paco y mi doña Nati de allí. Sus hijos —Salva y Mari Carmen— fueron, desde el primer día, mis amigos más fieles. A Salva —monaguillo ejemplar— le dediqué unos versos. A Mari Carmen —una especie de princesa— le dediqué otros versos. 

Salva y Mari Carmen tienen ahora la edad que teníamos el carnicero de La Murada, su amable esposa y yo cuando nos conocimos. 

Pero, espera un momento: ¿Qué ven mis ojos? ¿Es la esposa del carnicero de La Murada esa especie de llama de fuego alegre que corre hacia nosotros y me abraza y me regaña porque hace añales que no voy a verlos? 

Sí, es ella. Se diría que, cada día, se hace más pequeña por fuera y más grande por dentro