San Miguel de Salinas
martes, 29 de abril de 2025
Encuentro en El loco de Dios en el fin del mundo, de Javier Cercas, la historia de La Madre del Cielo.
Javier Cercas escribe muy bien pero la historia de la Madre del Cielo me la sé yo mejor que él.
Veamos:
Tsesege, una mujer budista muy pobre y madre de once hijos, nunca había oído hablar de Jesús ni de su santísima madre, la Virgen María.
Cuando, un buen día a la hora del Ángelus, encontró en un vertedero de Darjan una escultura de madera de unos 62 centímetros exclamó: «¡Oh!». La tomó en sus manos y la examinó. Representaba a una muchacha joven con la cabeza cubierta por un velo, y vestida con un manto que le llegaba hasta los pies, las manos juntas ante el pecho y, colgado de su brazo derecho, algo así como un collar de cuentas rematado por una cruz.
Tsesege volvió a exclamar: «¡Oh!» Y añadió: «Qué hermosa que es esta dama». Incontinenti, envolvió la escultura en un paño blanco, la metió en una bolsa verde y la llevó a su casa. Era el año de 1977 y los pobres mongoles estaban sometidos a la furia comunista.
Un día tras otro, pasaron los días. Un mes tras otro pasaron los meses. Un año tras otro, pasaron los años y Dios decidió librar a los pobres mongoles de la furia comunista y darles a conocer el Evangelio.
En 1992 llegaron allí los primeros misioneros católicos.
Cuando un buen día, a la hora del Ángelus, dos Misioneras de la Caridad entraron en la casa de Tsesege y vieron allí la imagen, exclamaron: «¡Oh!». Incontinenti, empezaron a interrogar a Tsesege haciéndole muchas preguntas a la vez como suelen hacer las chicas: «¿Qué hace aquí esta imagen de la Virgen María? ¿De dónde ha salido? ¿Sabes quién es la Virgen María? ¿Has oído hablar de Jesucristo?…».
Cuando Tsesege comprendió que esas santas mujeres encontraban gran contento ante la imagen, no lo dudó: «Soy muy pobre —les dijo— y, por eso mismo, estoy en condiciones de hacer regalos dignos de Gengis Kan». Luego, incontinenti, envolvió la imagen en un paño blanco, la metió en una bolsa verde y se la entregó a las Misioneras de la Caridad que se la entregaron al párroco de Durjan.
Luego Tsesege se bautizó —porque la Virgen había sido su catequista— y la imagen que ella sacó del vertedero fue entronizada como Madre del Cielo en la catedral de Ulán Bator.
Un equipo de científicos de la NASA ha estudiado el fenómeno y ha concluido que la imagen contiene trazas de paños blancos y de bolsas verdes pero que es imposible explicar cómo llegó a un vertedero de la Mongolia sometida a la furia comunista y que, descartada la hipótesis de que todo sea cosa del diablo, todo indica que estamos ante un milagro de Dios.
…
11:00
Misa de santa Catalina de Siena.
11:45
Café y charla sabrosa con Joan en el Collie.
12:15
Voy al banco.
14:00
Como en casa de doña Nati con ella, claro, y con Gracia y José María.
Gracia —que siempre está leyendo— está leyendo El loco de Dios en el fin del mundo, de Javier Cercas.
¿No es, como le gusta decir a mi doña Ana Rodríguez de Agüero, una feliz coincidencia de lecturas de altísima belleza?
17:00
Voy a la iglesia y me pongo la sotana. Sobre la sotana me pongo la sobrepelliz. Sobre los hombros me pongo la estola. Imagino que tengo el aspecto de un digno magistrado.
Me miro en el espejo de la sacristía y hallo que mis escasos cabellos, desordenados como los de un profeta, pueden más que mis vestiduras y que, en realidad, mi aspecto es el de un loco furioso.
Pongo una poca de colonia Álvarez Gómez en la palma de mi mano derecha y la paso —la palma de mi mano derecha— sobre mis cabellos.
Vuelvo a mirarme en el espejo. Ahora sí que parezco un magistrado o algo así.
Me siento en el confesonario.
Leo, rezo.
De vez en cuando me levanto para rezar el rosario paseando por los altares laterales o para saludar a algún grupo de turistas que quieren saber qué tipo de templo es este en el que se hallan y que muestran un gran contento si les doy una estampa de algún santo y dejo que se hagan una foto conmigo.
20:30
Doy por terminada la sesión.
He estado tres horas en la iglesia. He conversado con turistas, he rezado, he leído y he dado la absolución a un penitente que, sin saberlo, me ha alegrado el día.