Tengo 10 años y, temblando, entro en mi nuevo cole: Retamar.
Me mandan a una aula en la que somos treinta y pico. Como ni mis condiciones físicas -gafotas y flacucho- ni mi temperamento -tímido e irritable- me habilitan para ser líder, pongo en marcha mis extraordinarias dotes de observación con el objeto de hacer la pelota a cualquiera que pueda hacerme la vida fácil.
En seguida reparo en un individuo apacible y rubio. No es alto ni bajo: me interesa. No es líder pero tiene un prestigio indiscutible: ordenado, limpísimo, amable y, desde el punto de vista académico, un número uno. Definitivamente, me interesa.
Se llama Luis Sánchez Socías. Al parecer trata a todos del modo más amistoso sin hacer la pelota a nadie. Cuando digo «a todos» me incluyo y esto me sorprende incluso ahora.
Pasan los años -ocho- y nos despedimos del cole. Como suele ocurrir -dicen que la distancia es el olvido- inmediatamente empiezan a borrarse de mi memoria los recuerdos de ese tiempo pero Luis no. Él, incluso en la distancia, sigue siempre presente y no deja de sorprenderme con una felicitación por mi santo o por mi cumpleaños. Acude a mi Primera Misa. A veces nos encontramos -la última vez cenando en casa de un amigo común- y sigue siendo el mismo. Aunque ahora él es Abogado del Estado, se interesa por los detalles de la existencia de un cura de pueblo de tal modo y manera que el cura de pueblo y su ridícula existencia parecen, por un momento, superinteresantes.
Anoche recibí un correo de un compañero del cole: «Luis ha tenido un accidente de moto y está muy grave. Rezad por él». Esta mañana he recibido otro de otro compañero: «Nuestro querido Luis ha fallecido a la una de la madrugada». Luego me han ido llegando otros correos y mensajes de viejos amigos unánimes en su aprecio y admiración hacia ese cristiano ejemplar, caballero apacible que tan bien sabía tratar a todos.
Ahora mismo -mientras escribo esto- recibo otro correo de otro viejo condiscípulo.. Creo que escribe desde los EEUU. Dice: «Cada vez que me encontraba con Luis, no importaba el paso del tiempo, me saludaba con un abrazo, una sonrisa y un verdadero cariño. Era un hombre genuino en el sentido más puro de la palabra. Y puramente bueno, como todos sabemos».
En fin, esta mañana, a las doce y media, he ofrecido la Misa en sufragio por su alma y he dado gracias a Dios por quien ha sido, hasta ahora y desde hace tantos años, tan buen compañero de camino.