En la película «Un hombre para la eternidad» hay un diálogo genial entre Tomás Moro, ya caído en desgracia, y su futuro yerno que le propone saltarse la ley para burlar al diablo. Moro le pregunta: «Cuando te hayas saltado todas las leyes para burlar al diablo y él se vuelva contra ti ¿Dónde te refugiarás?».
Moro procuró hacer leyes justas.
Cuando Enrique VIII que era más poderoso que él dictó una ley injusta, Moro hizo lo mismo que Jesús: acató esa ley injusta, porque era abogado, y se refugió en Dios. Enrique VIII mandó que le cortaran la cabeza y que la expusieran como señal del poder del rey de Inglaterra. Pero hoy son poquísimos, y no están muy bien de la cabeza, los que rezan diciendo: «Enrique VIII, ruega por nosotros».
Y, a los pocos que aún nos encomendamos a la intercesión de Santo Tomás Moro, los poderosos nos miran como si hubiéramos perdido la cabeza.
Todo esto me lleva a concluir que hay progreso.
Porque los positivistas de toda la vida, los del «dura lex sed lex» y los de «El Estado soy yo» que solían cortar cabezas con el mismo entusiasmo que mostraron los revolucionarios de Francia, se limitan ahora a mirar con desdén a los disidentes.
Ciertamente ha llegado nuestra hora. La hora de los amables disidentes. La de los revolucionarios y la de los positivistas ya pasó, gracias a Dios. Ahora, los amables disidentes, podemos disentir diciendo «no al aborto» sin que nos quiten la pensión. Vamos progresando.
Pues no sé qué decirle en eso de que no nos quiten la pensión... Si ya hasta nos dicen lo que tenemos que rezar, dónde, cuándo y por qué intención (que no es, desde luego, la de favorecer la vida).
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