Suena la última nota de la Meditación de Thais de Massenet.
Rusanda Panfili lo ha dado todo y está a punto de desfallecer de placer porque el público (escaso) no ha contaminado el recital con toses o tonadas de celulares.
Todo ha sido perfecto pero la perfección es fugaz.
El público dedica cuatro segundos --cuatro-- a homenajear con su silencio la música y la interpretación. Luego se manifiesta como lo que es --gente ruidosa-- y prorrumpe en aplausos. Ha muerto la poesía.
Propongo que el público civilizado guarde silencio en los conciertos --sin aplausos ni abucheos-- como solía hacer el Pueblo de Dios durante la Misa.
Hay formas civilizadas y silenciosas --santas-- de manifestar contento o descontento en un concierto o en Misa sin aplausos ni abucheos. La mejor de todas es salir apresuradamente de la sala de conciertos o de la iglesia en cuanto termina la función --si uno desaprueba la función-- o permanecer allí en acción de gracias largamente --si uno aprueba la cosa-- dejando que, en el silencio, lo que uno aprueba, penetre en el alma.
¡Magnífica reflexión! Que los afanes del mundo no hagan mi alma impermeable.
ResponderEliminarLo de entrar en la sala o iglesia y dejar el móvil sin silenciarlo es una predisposición que impide apreciar o gustar nada, ni oír ni ver ni oler nada para acabar saliendo peor de como entró. Cuando me ha pasado he entendido que no me preparé para el asombro, la grandeza, la sorpresa y la delicadeza de la belleza.
Abrazos fraternos.
Confieso que en las procesiones de entrada y al final de la Santa Misa, cuando estaba uno cerca de JuanPa, era imposible no aplaudir y llorar de alegría, todos alrededor bañados en un gozo inenarrable que rompía en aplausos como sale la lava de este volcán de La Palma y lo mismo sucedía cuando con energía defendía la vida o la familia en la homilía, imposible era no responder con un atronador aplauso adherente, ¡Qué barbaridad, oiga, qué gran Santo!
ResponderEliminarAbrazos fraternos.