Un mártir es un santo: alguien que da testimonio de Cristo no solo con su palabra sino con su vida.
Por favor, un ejemplo.
Pues mira, doce ejemplos: san Juan Bautista y los Once Apóstoles de Cristo que, a pesar de todo, murieron perdonando de corazón a sus verdugos.
Ya, pero eso fue hace mucho y no sabemos con certeza científica lo que pasó. ¿Algún ejemplo de hoy?
Pues mira, cientos y -quizá- miles de ejemplos de hoy. Ese chico que va a Misa cada día después de haber estado oyendo a sus profesores y a sus compañeros muchas lindezas sobre la muerte de Dios y la moral de esclavos y eso, y que sabe que mañana, en clase, tocará el tema de la sociedad líquida y eso. Esa vieja, toda cubierta por fuera de escapularios y de rosarios y, por dentro, de penas muy amargas que, a pesar de todo, va a la Iglesia y suspira ante el Sagrario sin importarle nada que, además, la llamen beata. Ese filósofo que se entusiasmó con Comte en su juventud y que ahora está ahí dándose golpes de pecho y musitando: «Yo confieso, ante Dios Todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho...». Esos veintiún obreros coptos de los que el Papa ha dicho esto.
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