Querido alcalde, autoridades, hermanos cofrades, queridos amigos:
Ayer, la fiesta de la Virgen de los Dolores fue como un prólogo de la Semana Santa que nos animaba a contemplar los misterios de la Pascua del Señor con los ojos de Santa María.
La Dolorosa llora al pie de la Cruz, pero no con el escándalo amargo de las plañideras sino con una compasión noble y serena porque en su corazón se ha abierto paso la esperanza.
La Dolorosa deja a Jesús en el sepulcro, recuerda las palabras del Ángel de la Anunciación -«no temas, María»- y, como ha hecho tantas veces, se dispone a seguir esperando en silencio la salvación del Señor.
Así la Dolorosa es, para nosotros, Madre de la Esperanza.
En la primera lectura de hoy encontramos al Siervo doliente.
Todos recordamos al santo Job que es la viva imagen del sufrimiento. Lo ha perdido todo cuando vienen sus amigos para tratar, inútilmente, de consoloralo. Ellos son la imagen de la sabiduría humana que no vale para nada ante el misterio de la Cruz y del dolor.
Estás hecho polvo y viene alguien a susurrarte refranes, o proverbios chinos, o razonamientos y lugares comunes que no sirven de nada. Quizá pueda socorrerte el psicólogo que es un poco más científico pero que no podrá hacer otra cosa que ayudarte a olvidar el dolor por un rato. Cuando no había psicólogos en el mundo la gente, para olvidar, se daba a la bebida. Ahora, al parecer, para olvidar algunos ptefieren hacer deporte, visitar al psicólogo y, si la cosa se pone fea, darle a las drogas. O, simplemente, ponerse a viajar como locos, o a ver la tele. Somos capaces de hacer cualquier cosa para olvidar que estamos hechos para el Cielo.
El Siervo Doliente no viene a nosotros como un psicólogo sino como un hermano compasivo. No es el hombre rico que da consejos al pobre, ni el satisfecho que dice «ánimo» al angustiado, ni el sabio que instruye al ignorante. Tampoco es el camello que te vende droga ni el diputado que, desde su escaño y su pensión dorada te promete el Paraíso si le entregas, con tu voto, tu alma. El Siervo Doliente, en la Cruz, se hace hermano del pobre, del angustiado y del ignorante para decirkes: venid a Mi porque mi yugo es suave. Y, así, su dolor es causa de nuestra esperanza.
En la segunda lectura el buen San Pablo nos ha regalado un bellísimo y antiguo himno a Cristo que, siendo Dios y para salvarnos, se hace en todo igual a nosotros sin renunciar a la inocencia y a la esperanza.
Hemos leído el relato de la Pasión según San Mateo.
Los que pidieron al gobernador romano, Poncio Pilato, que sellara y custodiara el sepulcro de Jesús pensaban que allí estaba enterrado un psicólogo o un filósofo o un demagogo. Por eso, después de sellar el sepulcro y poner la guardia se fueron a dormir tranquilos pensando: se acabó.
Y, en efecto, aunque Jesús hubiera sido el mejor de los psicólogos o de los filósofos o de los demagogos, allí habría acabado todo para él y para sus discípulos. Lo que no sabían es que allí, unida al Cuerpo muerto de Jesús estaba la divinidad, el Amor de Dios que no tardaría nada en salir de allí y que, si se demoró un tantico fue porque su alma tenía que bajar a los infiernos para rescatar a los muertos antes de salir del sepulcro para abrazar a su Madre.
Ella, entre tanto, esperaba, en silencio, la salvación de Dios.
Es ella la que ahora nos dice a nosotros, sus hijos, lo que a ella le dijo el ángel. No temas.
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