jueves, 9 de enero de 2020

UN CURA DE PELÍCULA

jueves, 9 de enero de 2020

En lo que llevamos de año el Buen Dios ha llamado a dos sacerdotes de Orihuela-Alicante. 
En la víspera de Reyes murió don Fernando Rodríguez Trives a los 66 años y después de una larguísima y penosa enfermedad. Era uno de los sacerdotes más sabios de la diócesis y —probablemente— el más elegante de todos. Muy querido en San Miguel de Salinas que fue, creo, su primer destino sacerdotal, lo recuerdan con cariño y admiración todos los seminaristas que lo conocieron como rector del seminario que aquí llamamos «Teologado». A su entierro asistieron, con el obispo, un centenar de sacerdotes. Yo no pude ir. Fui a rezar un responso al tanatorio de Elche y tuve la dicha de conocer a su hermano mayor, a una su cuñada, y a una su sobrina. ¡Qué simpática y amable familia! 
Hoy, en la parroquia de Santiago Apóstol de Onil, se ha celebrado la misa exequial de don José Hernández Quilis a quien todos conocíamos como «Pepito Quilis». En elegancia y sabiduría no iba a la zaga de don Fernando a su manera. Solía calzar jersey gris —un tanto ajado— con cuello de cisne. Lo que sé de él y puedo contar lo escribí el 9 de febrero de 2011 en este blog. Sé otras cosas de él que no puedo contar porque —miren ustedes— estoy llorando. Copio aquí la entrada que le dediqué hace nueve años y que titulé «Un cura de película».

UN CURA DE PELÍCULA

Don Pepito Quilis nació en Onil en 1930. Su padre —guardia civil— murió poco después y don Pepito —hijo único— quedó a cargo de su madre que no era rica sino todo lo contrario. La madre de don Pepito se llamaba Rosalía y a él lo llamaban en Onil «Pepito de Rosalía» para distinguirlo de Pepito el del Chorret, y de Pepito el de la Espardeñera.
Las autoridades de Onil no veían con buenos ojos a Rosalía porque pensaban que una viuda de guardia civil y beata —así llamaban a las que iban a Misa cuando ir a Misa estaba mal visto— era un peligro.
Cuando empezó la guerra —en el 36— el Pepito de Rosalía solía ir con los niños rojos a pelear contra los niños fachas y beatos. Pero en su casa tenía unos altarcitos y allí reunía a las niñas que ahora son señoras mayores y aún recuerdan cómo se emocionaban con las novenas que el Pepito organizaba en su casa.
En plena guerra el Pepito encontró en un baúl una bandera nacional. Inquieto, juguetón e insensato como era, y sin advertir el riesgo que corría la puso en el balcón de su casa. Inmediatamente se presentaron alli unos milicianos que llevaron a Rosalía ante el Comité que gobernaba el pueblo. La castigaron obligándola a fregar —de rodillas, claro— durante un mes las dependencias de la Casa del pueblo.
El día en que terminó la guerra, Pepito estaba con su madre en la casa que sus abuelos tenían en Salinas. Reunió a los chicos de Salinas y los llevó a un vertedero donde había cacerolas viejas y otros tesoros. Allí se armaron todos y celebraron el  primer desfile de la Victoria que hubo en Españita.
En Salinas no había cura, de modo que el Pepito se encargaba de predicar a las chicas y de organizar a los chicos.
Cumplió los doce años y se fue al seminario de Valencia porque Onil -por entonces- pertenecía a la diócesis de Valencia. Cuando volvía al pueblo iba a Misa con su sotanita y su bonete y, por las tardes, se juntaba con la panda de los rojos que ahora habían caído en desgracia.
Se ordenó de menores hacia el 52. Estaba inquieto porque sus amigos de pandilla decían que los curas no trabajan. ¿Cuál es el trabajo más duro? Don Pepito decidió irse a una mina de Lérida durante las vacaciones de verano para demostrarse —y demostrar— que era capaz de trabajar. Pasó allí tres meses.
A la ceremonia de su ordenación sacerdotal —en el 54— asistieron los mineros de Lérida encantados de tener un amigo al que llamaban El Valencianet.
A sus bodas de oro sacerdotales —en el 2004— asistieron todos sus quintos y comulgaron todos. Le habían preparado un regalo. Uno de ellos subió al presbiterio al terminar la ceremonia y dijo, con estas o semejantes palabras: Amigo Pepito: nos has dicho muchas veces que ser amigo de un cura no sirve para nada si uno no hace caso al cura y no va donde el cura quiere llevarlo. Nos preguntábamos qué podrías querer como regalo para tus bodas de oro y hemos pensado que te gustaría saber que todos nos hemos confesado para comulgar hoy. Y eso hemos hecho.
Cada martes voy a Onil para recoger a don Pepito y nos vamos juntos a Alicante. Luego lo llevo, de vuelta, a Onil y, por el camino, mientras conduzco mi Ford Fiesta en silencio, él me cuenta estas y otras historias. 

Esto escribí hace nueve años. Más cosas contaría si no estuviera, tan sin razón, llorando. 

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