domingo, 27 de octubre de 2024

Diario. Domingo, 27 de octubre de 2024

 San Miguel de Salinas

domingo, 27 de octubre de 2024


7:17

Voy a abrir la iglesia y me sorprendo al ver que ya ha salido el sol. 

Agradezco el ambiente tibio del interior de la iglesia porque he salido en mangas de camisa y la mañana es fresca. 

7:30

Oficio de lectura y laudes.

Me siento ante el sagrario y considero despacito la escena del ciego de Jericó. 

8:25

Vuelvo a la casa abadía y me concentro en algunas tareas domésticas. Emparejo, por ejemplo, nueve pares de calcetines y los guardo. Cambio, por ejemplo, la funda de la almohada. Limpio el Ra. Doblo tres sábanas y las guardo. Podría seguir poniendo ejemplos pero lo dejo aquí. 

9:30

Salgo para Torremendo. 

Allí saludo al archidiácono, a Yoli y a Clelia. El diácono me informa de que anoche cambió la hora y, de pronto, entiendo por qué había tanta luz en El Paseo cuando fui a abrir la iglesia a las siete y diecisiete minutos. 

10:00

Primera misa del día. Han venido los niños de la catequesis. Clara y Clelia se ocupan de los cantos. Muy bien. 

Al terminar la misa el archidiácono sale a la puerta para despedir a la congregación y luego recoge el altar mientras yo me dedico a hacer preguntas dificilísimas a los niños. Por ejemplo: «¿Cómo de llamaba el ciego de Jericó?». Podría poner más ejemplos. 

11:30

De vuelta a la casa abadía de San Miguel —y tras haber saludado a Teresa— me siento ante mi Mc para asistir a la charla de don Juan Luis Lorda sobre «Catolicismo» de Henri de Lubac

12:10

Está lloviznando. Voy a la iglesia con un montón de cartelería fina que ha llegado del obispado. 

En la puerta —apoyada en ella—hay una señora fumando.  La saludo y me gruñe con la mirada y con la voz.  Samael me ayuda a ponerla en las carteleras. 

12:30

Segunda misa con niños. Canta el coro. Muy bien. 

Durante la homilía, algunos niños bostezan sin disimulo —aunque Teresa, en la catequesis, les está enseñando a disimular— pero otros oyen la historia de Bartimeo con los ojos muy abiertos. Son los que, gracias a Teresa y a su propio esfuerzo, van aprendiendo a escuchar la Palabra. Y claro, se emocionan. 

Después de misa salgo a la puerta para despedir a la congregación. Todos están muy contentos porque llueve. Incluso la fumadora gruñona me dedica —por primera vez en trece años— una sonrisa, y me da la mano cuando le deseo un feliz domingo. Invito a Ana Isabel, Wilder y las niñas a comer en el chino. Dos penitentes piden confesión. Muy bien. 

13:50

Vuelvo a la casa abadía y actualizo las cuentas de la parroquia. 

Sexta. 

Cojo mi poncho impermeable y me voy al chino. 

14:30

Nos encontramos en el chino.

16:00

Sigue lloviznando. Me devuelven al Paseo con su coche. Visita al Santísimo. Me siento ante el sagrario. 

16:45

Otra vez en la casa abadía, me siento para escuchar los Cuartetos para cuerda Op 10 de Debussy y Nº 19 de Mozart. 

17:50

Misterios gozosos.

18:10

Lectura del Evangelio de san Mateo. 

Lectura de «La felicidad donde no se espera».

18:30

Trasteo en WhatsApp. 

18:45

Bajo a la iglesia para rezar vísperas. 

19:15

Apago las luces y cierro la iglesia. 

Luego vuelvo a la casa abadía y me preparo una cena ligera. 

19:45

Trasteo en WhatsApp. El grupo de prematrimonial está muy animado. 

Trsateo en X. 

Ha empezado a llover con un poco más de fuerza. Me asomo a la ventana para ver —chsiporroteos de luz por los suelos—, escuchar —clip, clip, clop, clip, clop, clop, clip— y oler —frescas esencias de barro y hierba—  este espectáculo rarísimo en San Miguel. 

20:30

Me siento ante mi Mc para recapitular el día de uno que «sujeto a debilidad… tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados y por los del pueblo».

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