viernes, 15 de noviembre de 2024

Diario. Viernes, 15 de noviembre de 2024

 San Miguel de Salinas

viernes, 15 de noviembre de 2024


7:07

Cruzo El Paseo, abro la iglesia y salgo para el hospital. 

7:30

Preparo el altar para la misa de san Alberto Magno que está la lista de mis diez santos favoritos. 

Oficio de lectura y laudes. 

8:00

Misa de san Alberto Magno. Dura diecinueve minutos.

8:39

Recojo todo y preparo los libros y el cáliz para la misa del lunes. Me lleva once minutos. 

8:50

Me pongo mi bata de capellán, cojo el portaviático y subo a la habitación de Dulce. Ciento cuarenta pasos y y cuarenta y seis escalones. 

Un amable enfermero me informa de que le dieron el alta ayer por la tarde. Espero en el pasillo hasta que las enfermeras terminan su trabajo con FSL. Está a punto de empezar su desayuno y me da la bienvenida. Rezamos y le doy la comunión. Lo dejo dando gracias. 

Vuelvo sobre mis pasos —ciento cuarenta— bajo por las escaleras a la capilla, reservo el Santísimo en el sagrario, me quito mi bata, me pongo mi chaqueta y voy al aparcamiento subiendo otros veintiséis escalones. 

El depósito de mi carro está en reserva. Voy a una gasolinera de Repsol, lleno el depósito  y pago con Waylet. 

Salgo para San Miguel. 

9:48

Escondido en mi escondrijo de la casa abadía me entrego a la meditación. Empiezo charlando un poco con mis diez santos favoritos porque estamos en noviembre. 

10:18

Pongo una lavadora.

10:30

Voy a la iglesia y me siento en el confesonario. 

11:00

Segunda misa de san Alberto Magno. 

Después de misa, doña Nati entra en la sacristía muy contenta porque en el cestillo hay billetes por valor de cuarenta dólares. Lo nunca visto. Es porque ha venido el matrimonio polaco. 

Entra el sacristía Zvignev, el polaco, con una pregunta. 

Entra el sacristía el matrimonio polaco. Charlamos un poco y se presentan. Él se llama Dérek, ella tiene un nombre impronunciable que he olvidado. Intercambiamos nuestros números de teléfono y se despiden porque vuelven a Polonia. Se ponen de rodillas e imploran la bendición de Dios. Lo nunca visto. 

Joan y yo lo recogemos todo. Invito a Joan a un café en el Collie. 

12:10

Nos despedimos. 

Ángelus con diez minutos de retraso. 

Voy al despacho parroquial con la intención de pasar allí un buen rato haciendo llamadas telefónicas, contestando correos y wasaps y ordenando papeles. 

13:30

Lectura del capítulo 19 de san Mateo.

Lectura de «La cena del Cordero».

Lectura de «El Señor» de Guardini.

Me aseo un poco.

14:00

Voy a comer a casa de doña Nati. Ha preparado arroz con verduras porque es viernes. Entonces recuerdo que esta mañana me he zampado un sándwich de jamón y queso, humildemente. No importa. 

14:30

Visita al Santísimo. 

Cuando estoy saliendo de la iglesia, llega Robert, el técnico de Vegafibra. Viene a instalar un micrófono ambiental para la retransmisión de la misa. Charlamos. 

Voy a la casa abadía para ver las noticias en Antena 3. 

15:10

Me llama Robert. Que necesita entrar en la sacristía para encender la megafonía. Adiós noticias. Voy a la iglesia. Mientras Robert se afana con la megafonía, leo la catequesis de BXVI sobre san Alberto Magno —¡tan linda!— y pongo en Fbk y en las listas de difusión de la parroquia el anuncio de la catequesis de adultos. 

Cuando Robert termina aprovecho para sentarme a mirar fijamente al sagrario. Empiezo mi oración charlando por los codos con mis santos favoritos. 

15:55

Vuelvo a la casa abadía. Nona. 

Trasteo en wasap. Quedo con Damaris y Yasuel en la iglesia a las cinco y media. Quedo con Jose Manuel en la iglesia a las seis.

Misterios dolorosos. Estoy en ello cuando suena el primer toque para el funeral de las cinco. Lo va a hacer el diácono. 

16:40

Vísperas. 

Saco la ropa de la lavadora y la tiendo. 

Aseo un poco la terraza de la lavadora. 

Voy al contenedor de vidrio para tirar botes y botellas de vidrio. 

Me encuentro con el hermano de don José María y charlamos. El funeral ha terminado. Pasan Teresa y Vicente. Teresa me dice que me están esperando en la iglesia. Deben de ser Yasuel y Damaris. Me despido del hermano de don José María. 

17:30

Yasuel y Damaris me ayudan a desmontar el altar de Casi Todos los Santos y a poner las imágenes en sus sitios. 

Jose Manuel me dice que no llegará a las seis sino a las ocho. 

Nos despedimos de Damaris y Yasuel va a Tien21 para pagar y recoger los radiadores que encargué. Entre tanto me dedico a dispersar por los altares laterales la colección de jarrones de flores que adornaban el altar de Casi Todos los santos.

Cuando vuelve Yasuel, llevamos los radiadores a la casa abadía y empezamos a montarlos. Hay que devolver uno porque tiene una pieza suelta. Mientras Yasuel devuelve el radiador averiado, yo termino de montar el otro. Me felicito. Ahora hay que programarlo. Las instrucciones son bastante confusas. Yasuel vuelve con el otro radiador. Ismael se lo ha arreglado en la tienda. Le suplico que se encargue de la programación y me deje a mí la tarea de montarlo porque ya soy un experto en eso. Veo que Yasuel es bastante bueno programando radiadores. Lo felicito y nos despedimos. 

Voy a la iglesia y me encuentro con Delia que va a ensayar con los niños. Me aseguro de que están encendidas las luces de la escalera del coro y vuelvo a la casa abadía. 

19:15

Escribo toda esta parte de mi diario de hoy. 

20:05

Me llama José Manuel. Que ya ha llegado a la iglesia. Está organizando una peregrinación a Caravaca y quiere que le selle las credenciales. Además, tenemos que hacer una lista de arreglos pendientes en la iglesia. Como los dos somos bastante expeditivos, a las ocho y veinticinco estrechamos nuestras manos y nos despedimos. 

Vuelvo a la casa abadía y me preparo una cena ligera. 

Trasteo en X y pongo La brújula de la economía de Rafa Latorre. 

Limpio cuidadosamente mi Mc. 

21:17

Voy a la iglesia. Delia está ensayando con el coro de los mayores. Están cantando «Luces de Belén». Cuando terminan el villancico me pregunta que qué tal suena y les digo que muy bien. Es verdad. Les encomiendo que apaguen las luces de la escalera del coro antes de irse. 

Vuelvo a la casa abadía. 

En La brújula de la economía profetizan: si Trump hace lo que ha prometido, se va a disparar la inflación en USA. 

Escribo la última parte de mi diario de hoy, repaso la primera y añado algunos detalles que había olvidado.

Copio aquí la lista de mis top ten. 

De entre todas las mujeres, Santa María.

De entre todos los ángeles, san Miguel.

De entre todos los Patriarcas, san José. 

De los Apóstoles, san Pedro.

De los Padres, san Agustín.

De entre todos los medievales, san Alberto Magno.

De entre todos los Doctores, santo Tomás.

De entre todas las Doctoras, santa Teresa.

De entre todos los poetas, san Juan de la Cruz.

De entre todos los que me han regalado una caja de caramelos, san Josemaría. 

jueves, 14 de noviembre de 2024

Diario. Jueves, 14 de noviembre de 2024

 San Miguel de Salinas

jueves, 14 de noviembre de 2024


10:30

Empieza la hora más plácida de cada semana.

Joan y Laura lo han preparado todo.

El sagrario está cubierto con un velo blanco que hizo Teresa quien, por cierto, ya no lleva el cabestrillo. 

A los lados del sagrario tres candelabros altos y dos candelabros bajos de tres brazos. Delante la lamparita roja. En total trece luces encendidas. 

Sobre el sagrario la base de metal plateado con dos ángeles que sostendrá el copón. 

Junto a las gradas un reclinatorio y, sobre él, el paño de hombros. Al lado, en un taburete, la cartela. 

Salgo al presbiterio revestido con el alba, el cíngulo y la estola blanca, hago una genuflexión ante el sagrario, lo abro. Está suavemente perfumado. 

Saco el copón cubierto con un conopeo y lo expongo sobre la base. 

Andrés incoa el Pange lingua. 

Padrenuestro, Avemaría y Gloria. Lo repetimos tres veces, sin prisa. 

Comunión espiritual. 

Silencio. 

Somos poquitos: Teresa, Carmen, doña Nati, Joan, Laura, Zvignev el polaco, un matrimonio de fuera, Andrés… No sé si han venido Gloria y Rita. 

Yo permanezco de rodillas, muy cerca del sagrario, si ver nada ni a nadie más. Y no hay prisa, ni presión, ni agenda ni otra tarea que esa, ligerísima de mantener el silencio por dentro para que Él hable, si quiere, como suele hacerlo, poniendo una inspiración o un afecto en el alma o sugiriendo un propósito. Mantener el silencio por dentro para que Él calle, si quiere, como suele hacerlo, y estar así, callado y quieto ante su Silencio que es tan hondo como su Palabra y que también consuela y acompaña. 

10:45

Joan se levanta, da el segundo toque anunciando la misa y se sienta otra vez. Y las campanas de la torre se unen a nuestras alabanzas y seguimos en silencio. 

10:50

Joan hace tintinear las campanillas. Es la señal de que toca empezar con las alabanzas de desagravio. Para que yo no tenga que estar pendiente del reloj, está pendiente ella. ¡Que buena! Ese tintineo de campanas a las once menos diez ya forma parte de la liturgia y de la paz de los jueves en San Miguel. 

Tras las alabanzas de desagravio Andrés incoa el Tantum ergo. No siempre el mismo —tiene un buen repertorio— pero siempre estupendo. 

Luego me pongo de pie y él me da el tono para que cante el Panem de caelo praestitìsti eis, al que responden todos: Omne delectaméntum in se habéntem. Aunque Andrés, que es a quien más se oye, suele inventarse una respuesta algo confusa que suena como «Onis diretamente minsebabente». No importa. 

Invito a la oración cantando el Oremus. 

Tras un breve silencio canto la oración:

Deus, qui nobis sub sacraménto mirábili pasiónis tuae memóriam reliquísti: 

tríbue, quáesumus, 

ita nos córporis et sánguinis tui sacra mystéria venerári, 

ut redemptiónis tuae fructum in nobis iúgiter sentiámus. 

Qui vivis et regnas in sáecula saeculórum.

En cada pausa, la bóveda devuelve la resonancia del canto y es como si el templo entero participase en la oración. 

Todos responden cantando el Amén. 

Entonces subo las gradas, tomo el copón, lo envuelvo en el paño de hombros y doy la bendición a la congregación que la recibe de rodillas. 

Acto seguido reservo el Santísimo en el sagrario hago una genuflexión, cierro el sagrario, bajo las gradas y hago otra genuflexión antes de dirigirme a la sacristía mientras Andrés ataca el último himno.

Joan y Laura lo recogen todo hábil, rápida y silenciosamente mientras me revisto para la misa. 

11:00

Salgo al presbiterio tocando la campana que está junto a la puerta de la sacristía. La congregación se pone en pie y Andrés inicia el canto de entrada. 

Hago una genuflexión despacito. Beso el altar poniendo sobre él mis dos manos como en un abrazo ritual. Sé que algunos de los presentes se unen de corazón a ese rito de veneración del altar. 

Subo a la sede: En el nombre del Padre… 

Toda la Misa, de principio a fin, es un prodigio de orden, de ritmo, de expresividad sin énfasis ni patetismo, de contención sublime. No solamente no tengo ninguna tentación de cambiar nada sino que, mi atención se concentra —cada día más fácilmente— en ejecutar los ritos con más precisión y delicadeza. 

Si yo fuera rico, quitaría los bancos de la iglesia y compraría cien o doscientos asientos tan confortables como la sede para que la sufrida congregación pudiera escuchar la palabra de Dios tan cómodamente como la escucho yo. 

En el momento del ofertorio, Joan enciende los focos del altar. Antes lo hacía desde su sitio, con un teléfono móvil. Pero el teléfono murió y ahora tiene que entrar en la sacristía para realizar esa operación. ¡Que buena!

Y sigue la misa con sus oraciones, sus pausas, sus cantos, sus silencios y su misterio. 

Ante las gradas del altar hay un gran comulgatorio que Joan ha cubierto con un mantel blanquísimo. Allí se acercan los que van a comulgar.

Corpus Christi.

—Amen. 

Como hay canto, la misa ha durado un poco más que los otros días pero a las once y media ya hemos terminado el último canto, vueltos todos hacia coro alto donde está la imagen de la Virgen del Carmen sacando almas del purgatorio. 

11:45

Como es jueves, me despido de todos y bajo al garaje. 

Hay un coche bloqueando la salida. No importa. Tiene un número de teléfono pintado en la chapa y, además, no he acabado de marcarlo cuando veo que viene corriendo y haciendo señas un ser humano que, colijo, es el conductor. 

Salgo para La Lloseta. Cuando salgo del garaje me viene a la memoria —no se por qué— la canción de «De quién teme al lobo feroz» y empiezo a silbar la melodía. Y me da la risa. 

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Diario. Miércoles, 13 de noviembre de 2024

 San Miguel de Salinas

miércoles, 13 de noviembre de 2024


7:00

Con mi poncho impermeable, cruzo El Paseo y abro la iglesia. 

7:09

Salgo para el hospital. 

7:35

Preparo el altar para la misa de san Leandro. 

Oficio de lectura y laudes. 

8:00

Misa de san Leandro. Duración, 20 minutos. 

8:30

Recojo todo y preparo los libros para la misa del viernes, san Alberto Magno. La operación me lleva diez minutos.

Me pongo mi bata de capellán, cojo el portaviático y subo por las escaleras a la planta donde están Dulce y FSL. Ciento diez pasos y cuarenta y nueve escalones. 

Dulce me habla del frío que hacía en el quirófano, del miedo que le dan las tormentas, de la tormenta que estalló justo cuando empezaban a operarla, del dolor que aguantó cuando le iban tocando los nervios y de sus peleas con Dios. 

Rezamos un poco, comulga y se queda un rato en silencio. Luego dice: «Quien no lo entienda, que estudie un poco. A mí esto me da mucha paz». 

FSL está en la cama. Charlamos un poco. Me cuenta que han caído catorce litros por metro cuadrado en las últimas veinticuatro horas. Me cuenta también que ayer fueron a verlo su hermana y una amiga de su hermana y que le agradó mucho la conversación. Que no le gusta oír tonterías y que, por eso, no ve la tele.

Comulga y se queda como dormido, dando gracias. Me voy silenciosamente dejándolo en paz. 

9:30

Salgo para San Miguel. 

9:50

Hay un coche bloqueando la entrada del garaje. No importa. Es de una empresa de extintores y tiene dos números de teléfono pintados en la chapa. Estoy marcando uno de ellos cuando veo que sale del estanco un individuo con dos extintores. Colijo que es el conductor. Es el conductor. Carga los extintores en el coche y se va. 

10:10

Escondido en mi escondrijo empiezo mi meditación con las lecturas del próximo domingo. 

10:40

Voy a la iglesia y saludo a doña Nati. Joan no va a venir. Es por la lluvia, aunque no llueve. Teresa tampoco va a venir porque está en el médico. Preparo el altar para la segunda misa de san Leandro. 

11:00

Segunda misa de san Leandro. 

Al terminar la misa, doña Nati entra muy contenta porque un matrimonio polaco que está viniendo a Misa desde hace días, ha dejado cincuenta dólares en el cestillo. Y aún se pone más contenta cuando descubre que no han dejado cincuenta sino ciento cincuenta dólares. Lo nunca visto. 

Cuando salgo de la sacristía, los polacos —que han estado de rodilla durante toda la misa— siguen de rodillas, en acción de gracias.  Los espero cerca de la puerta ensayando la palabra «gracias» en polaco con la ayuda del traductor de Google. Cuando terminan su acción de gracias y vienen hacia mí, les doy las gracias en polaco, sonríen y se arrodillan  inclinando la cabeza casi hasta el suelo y pidiendo la bendición. Entonces se levantan. Él me da un abrazo y ella me hace una reverencia. Lo nunca visto. 

11:50

Vuelvo a la casa abadía y anoto en las cuentas los ciento cincuenta dólares de los polacos. 

12:00

Ángelus. 

Sexta. 

Me siento en el despacho para hacer un trabajo que me encomendaron ayer en la reunión de arciprestazgo. 

13:00

Interrumpo el trabajo para hacer la lectura del capítulo 18 de san Mateo. 

Lectura de «La cena del Cordero».

13:20

Reanudo el trabajo.

14:00

Termino el trabajo y lo mando al grupo. Me aseo un poco.

14:15

Llego a casa de doña Nati. Ha preparado unas entradas de rábanos, berenjenas y champiñones y un plato de ropa vieja. 

Hablamos de muertos porque es Noviembre. Empieza Samira contando que hoy ha estado en el mercado y que pasaba junto a un matrimonio extranjero cuando él —un hombre corpulento, aunque Samira no ha dicho «corpulento»— se ha desplomado y ha caído muerto. 

Sigue doña Nati. Llevaba varios días tratando de hablar con una prima de Paco que vive en Valencia, pero nadie contestaba al teléfono. Hoy ha contestado el hijo de la prima y le ha dicho a Nati que su madre murió el viernes. 

Ofreceré una misa por los dos.

14:45

Nos despedimos. 

Visita al Santísimo.

15:00

Noticias en Antena 3. 

15:30

Misterios gloriosos. 

Emparejo dieciocho calcetines y los guardo. 

Trasteo en WhatsApp. Teresa ya tiene el hueso soldado y va a empezar con la rehabilitación. Bendito sea Dios.

Voy a la iglesia. 

16:10

Me siento ante el sagrario. 

16:40

Voy a Tien21 para ver qué tipo de radiadores tienen. 

Encargo dos de bajo consumo. Me los traerán el viernes. 

17:15

Lectura de «El Señor». 

18:15

Reviso el correo. Leo en Aceprensa un artículo estupendo de Ana Sánchez de la Nieta y de Ana Zarzalejos Vicens: «DANA: lo prioritario, cuidar a las víctimas». Incluye una entrevista telefónica con el arcipreste. Intento abrir un trabajo sobre Las Moradas que me mandó JA y que abrí en su día. Nada. 

Voy a la iglesia. Vísperas. 

Voy a comprar detergente para el lavavajillas. 

19:15

Me sobresalto al ver en mi agenda que hoy tenía que haber ido a celebrar en Los Montesinos. Me tranquilizo al comprobar que es un error. Será la semana que viene cuando estaré sustituyendo al arcipreste. Corrijo mi agenda. 

Mensaje de Tere: que ya ha mandado las flores a doña Nati. 

Me llama doña Nati para darme las gracias por las flores. 

Envío el artículo de Aceprensa al arcipreste. 

Chateo con Mavi. 

Chateo con Mari Carmen que tiene que cambiar la hora de la boda. Concertamos la próxima cita de catequesis prematrimonial para el sábado 23. 

Chateo con Luis para organizar el evento de oratoria. 

19:50

Me preparo un acena ligera: palmitos con jamón. 

20:10

Escribo lo que va del diario de hoy. 

20:50

Voy a casa de doña para ver las flores. Me quedo allí para ver las noticias. 

21:30

Nos despedimos. Voy a la iglesia.

Completas. 

Cierro la iglesia y voy a la casa abadía. 

¿Dónde está mi teléfono? Vuelvo a casa de doña Nati. Nada. Busco en la sacristía. Nada. Busco en la casa abadía y oigo que suena en la cocina. Es doña Nati que me llama para que suene. Muy bien. 

Entro en X para hacerme seguidor de algunos que me han seguido y para poner un corazoncito en los amables comentarios que algunos amigos me han dejado allí. 

A mi doña Ana Rodríguez de Agüero quiero mandarle una respuesta larga que empieza asÍ: «El Principito». Pero escribir en el teléfono es tarea harto aburrida. Decido escribirlo aquí. 

Leí El Principito a la edad de trece o catorce años en un volumen que estaba en la biblioteca de mi madre. Si es o no es literatura infantil, mi doña puede juzgarlo mejor que yo. Yo digo que a mí me encantó y, pensando en ello después de haber escuchado el podcast en el que ella y otro gigante hablan de ese y de otros libros, creo que sé por qué me gustó. Y es porque yo estaba inclinado a que me gustase. Al ser uno de los pequeños de una familia numerosa, los libros buenos me llegaban precedidos del prestigio que les da haberlos visto en manos de los hermanos mayores y haberlos oído comentar o citar un millón de veces. Creo que mi hermana María, sin ir más lejos, lo citaba en francés. Cuando leí aquello de que lo esencial es invisible a los ojos lo entendí a la primera porque lo había oído mucho antes y muchas veces. Y, ahora que lo pienso mientras lo escribo, la conversación con el zorro, el apego del Principito a su rosa y las visitas al borracho y al vanidoso se las había oído comentar a más de un buen cura en algún fervorín como si fueran parábolas del Evangelio. Estaba inclinadísimo a que me gustase.

22:32

Suena la media en el reloj del campanario que ya lleva dos minutos de retraso. Acabo de escribir esta página de mi diario.