San miguel de Salinas
Domingo, 1 de junio de 2025
21:30
Llego a la casa abadía, me preparo una cena ligera y me siento para recapitular el día.
¿Por qué está tan clara y alegre la mañana? Si no es porque es la fiesta de la Ascensión del Señor, será, sin duda, por otras causas.
En Torremendo saludo a Yoli que ha venido a misa con su brazo derecho roto y en cabestrillo. Después de la misa charlo con Sonia y con los niños de la catequesis: Nicolás, Oliver… las niñas tienen nombres exóticos que no consigo aprenderme. He pedido a Sonia que me mande una foto del grupo con los nombres.
En San Miguel canta el coro que sigue celebrando el nacimiento de Mateo, nieto de Tomás e hijo de Javier.
Gracia y José María, han preparado hoy un dentón en casa de doña Nati y han invitado a Heidi, a Armin y a mí.
Cuando hemos llegado, sobre la mesa había un despliegue espectacular de patés, chorizos, sobrasadas y tapas exóticas.
Roberto y la muchacha lituana a cuya simpatía es él sensible, han pasado dizque a saludar a doña Nati y no atraídos por el olor del chorizo, pero se han asentado a la mesa para catarlo.
A eso de las tres y media, tras el café, me he despedido de doña Nati, de Gracia, de Heidi, de José María y de Armin y he ido a la iglesia para hacer una visita al Santísimo. He encontrado allí a unos jóvenes esposos italianos. Me han contado que se casaron hace unos meses, que ella está embarazada, que los dos están muy contentos, que han venido a España para descansar un poco y que, cada vez que encuentran una iglesia abierta, entran para dar gracias a Dios por todo. Luego me piden la bendición y les doy dos bendiciones: una para ellos dos y otra para el bebé. Ella me pregunta que si me puede dar un abrazo y yo le digo que puede hacerlo siempre y cuando eso no vaya a traerme problemas con su amable esposo.
En la casa abadía me dejo caer sobre un sofá. Media hora después me despierto adolorido, me doy una ducha, me cambio de camisa, busco una corbata que haga juego con la camisa negra y, al no hallarla, me pongo un lindo alzacuellos blanquísimo.
Vuelvo a la iglesia para sentarme ante el sagrario y rezar con el cuarto día del Decenario al Espíritu Santo.
Luego salgo para Orihuela rezando los misterios gloriosos con Benedicto XVI.
Son las seis y veinte o así, cuando me encuentro en Orihuela con el arcipreste, con un su colaborador y con dos hermanitos del Cordero y tres hermanitas del Cordero que han estado haciendo una misión popular en Los Montesinos. No los encuentro por casualidad: habíamos quedado en encontrarnos.
Paseamos hasta la catedral y el espectáculo de tres monjas, dos fraires y dos curas parece despertar a esa ciudad levítica. Las persianas se entreabren y, a cada paso, alguna cabeza asoma por una ventana o mirador y el propietario —o propietaria— de dicha cabeza se une a nuestra conversación del modo más natural.
Subimos al seminario para mostrar a los hermanitos (y a las hermanitas) del Cordero la vista de la Vega Baja que contempló el Cordero el día de su Ascensión a los Cielos.
Luego entramos en el seminario. Nos reciben el rector y los demás venerables sacerdotes que allí habitan con hartos muestras de hospitalidad.
Nos unimos a la comunidad para el canto solemne de las vísperas con órgano y todo. Yo mismo me sorprendo cuando —en el momento del Cántico— los hermanitos y las hermanitas del Cordero se levantan y lo entonan a dos voces con tal arte y aire que se diría que son ángeles los que cantan y que es Palestrina en persona quien los dirige.
El arcipreste y la familia del Cordero van a quedarse a cenar en el seminario. A mí se me hace tarde. Los dejo allí, en el seminario de Orihuela que es —probablemente— el lugar del mundo que está más cerca del Cielo.
Creo que ya he dicho que he llegado a casa a las nueve y media de las noches, o así.